13 - 1 de febrero de 2011 - El Paine

Que sepáis que no he disfrutado un pijo de Las Torres del Paine. Me sabe mal decir esto porque el Parque Nacional es un sitio acojonante, pero un error logístico ha hecho que no le saque el jugo que ofrece.

Para empezar, está claro que desde que redescubrí la bicicleta ya no disfruto de caminar por el monte como hice durante tantísimos años. A estas alturas ya debería de saberlo, pero insito una y otra vez y la sensación claramente no es ya la misma. Pero bueno, pensé que un sitio como este merecería la pena, si bien es cierto que estuve muy dudoso de si ir porque todo el mundo me decía que estaba petadísimo de gente. Así que elegí hacer un circuito de 10 etapas -esperando completarlo en 5 o 6- puesto que en él la gente camina en la misma dirección y así yo tendría más sensación de estar solo en el monte.
Alquilé una mochila grande y unos bastones en el hostal de Puerto Natales donde me quedaba y dejé allí la bici y las alforjas (prácticamente vacías). Hice la mochila y pesaba un huevo, pero pensé que una vez puesta se llevaría bien. ¡Una mierda pinchada en un palo! Pero no adelantemos acontecimientos...
Hice auto-stop y llegué a la entrada en dos tiradas.

Jaime (un señor muy majo que me acaba regalando comida y dándome su dirección en Puerto Natales, contándome su vida durante el trayecto sin preguntarme por la mía -cosa rara por estos lares-) me lleva hasta una encrucijada en medio de la nada y luego una pareja de holandeses me mete en el Parque.
El Parque Nacional Torres del Paine es un sacaperras. La entrada cuesta 15 lucas (15.000 $ = 25 €) y la acampada está restringida a unos pocos sitios, la mayoría de los cuales está gestionada por una empresa privada que te cobra 3.500 $ por poner la tienda sin ofrecer ningún servicio.
Empiezo a caminar y flipo con el peso de la mochila. Quiero pensar que estoy cansado, que he comido poco, que me ha bajado la bilirrubina... pero no ¡oh mísero de mí, oh infelice!, no podía ocultar el hecho de que había pensado fatal el contenido de la mochila y que nunca jamás he cargado tanto peso, ni siquiera subiendo a vivaquear a Urriello con todo lo de escalar. Sólo falta un paisano dándome golpes en el lomo con una vara, chasqueando la lengua y cagándose en mis muertos. Y eso que sólo he metido lo imprescindible: los pies de gato con su magnesiera, cepillo metálico y esparadrapo (porque un guía gracioso me había dicho que estaba todo petado de bloques; no vi ni uno mínimamente aceptable), El Quijote (edición profusamente anotada; casi no leí), los prismáticos (prácticamente no hay bichos para mirar), un yunque muy bonito que me encontré (tampoco lo usé)...
Está muy bien eso de llevar la casita a cuestas, independencia del medio, autosuficiencia, ser uno con el cosmos. Muy romántico, sí, pero ¿yo qué soy, romántico o gilipollas?
Así que después de una hora de caminar y de maldecir, decido acampar de escaqueo escondido y replantearme el tema. Me ceno todos los tomates y la fruta que tengo, regalo el kilo de arroz que traje y tiro toda el agua porque me doy cuenta de que hay arroyos cada poco. Por supuesto, la distancia al siguiente arroyo es mayor cuanta más sed tengas, pero esto algo con lo que cuento. Murphy no falla.
Me planteo incluso darme la vuelta, pero a la mañana siguiente me pongo la mochila y me parece que la llevo mejor, así que decido continuar.
Me salto la primera etapa y a la mitad de la segunda ya empiezo a caminar muy despacio. Tan es así que acabo llegando de noche al campamento, agotado. Pero ya no hay marcha atrás. Bueno, sí la hay, pero claro, ya sabéis...

La pesé en el primer refugio: ¡27 kilos! Y ya sin fruta, arroz ni agua
El caso es que aunque poco a poco (muy poco a poco) la mochila se va vaciando de comida y supuestamente yo voy cogiendo más fuerza, el resto de los días son horribles. Todas las mañanas me levanto animado, pero en cuanto me pongo la mochila todo se oscurece. Me empieza a doler la rodilla derecha en las bajadas y la cadera, por sobrecompensar, en las subidas. Yo, que siempre he tenido rodillas de adamantium me acojono porque necesito las piernas para continuar el viaje pedaleando. La mochila se me clava en el pecho con un dolor lacerante en las clavículas (¿será por eso que se llaman así?). A esto se une la lluvia durante 3 de los 5 días, aunque esto es lo de menos.
Durante el día me enfado conmigo mismo por meterme en este berenjenal. Y luego me enfado con el enfado porque me impide disfrutar de un sitio tan acojonante. Y después me enfado con el segundo enfado porque es culpa mía y sólo mía no haber pensado un pijo sobre el contenido de la mochila. ¡Arghhhh!
Así que en cuanto pude, después de 5 días de caminar, me fui del Parque, perdiéndome una de las cosas por las que viene principalmente la gente: las Torres del Paine, 3 agujas de granito enormes. Me jode, pero puede que quizás a lo mejor tal vez vuelva un día con otro planteamiento y consiga disfrutarlo.
Hauke, no te fíes de mi visión del Paine. Creo que este sitio merece viajar desde muy lejos sólo para verlo. Ye que yo organicélo fatal.
Ahora con la prespeztiva que da el tiempo, dándole vueltas al asunto, llego a la conclusión de que el problema de base, el principio de todo, la causa primigenia, es que fui paloma por querer ser gavilán.
Me quedo con la vista del Glaciar Grey desde el paso John Gardner, que quita el hipo, y la gente que conocí, incluyendo el pequeño carrete (juerga) con unos cuantos chilenos en el Campamento Grey, en el que bebimos las copas con hielo del glaciar que unos pescaron en el lago.

¿Campamento Grey? ¡La raaaja weón!
Para que veáis que efectivamente soy romántico y gilipollas al mismo tiempo, os dejo con unas fotos del Parque. Y si alguien viene por aquí, que me pregunte primero.

Pobre tonto, ingenuo charlatán

Como una mulaCerros Fortaleza y Cabeza del Indio
Esa es la cabeza del indio, con las nieves del tiempo plateando su sién
El glaciar Los Perros es sensacional...
...y la morrena tampoco está mal
Borja, esto se llamaba reptación
En invierno esto debe de ser un sindiós de corredores
Frío


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