24 - Viernes 10 de abril de 2011 - Cochrane-Coyhaique

Por fin arranqué y salí de Cochrane. Tim y Joe habían partido la víspera y esperaba alcanzarles en el camino, pero cuál sería mi sorpresa (y mi descojone) cuando me los encuentro caminando hacia el pueblo. Resulta que no les hicieron un buen trabajo en el buje trasero y se volvió a romper a los 500 metros de empezar. No entiendo por qué no compran una rueda completa de segunda mano, pero ellos sabrán. Nos volvemos a despedir asumiendo que nos veremos en casa de los amigos de Mauro en Coyhaique dentro de 4 días más o menos.
Debido a una movida en mi bici ese día sólo hice 14 km. Al problema mecánico se unió mi flojera física y mental, puesto que hacía ya 11 días que no pedaleaba y las primeras rampas de ripio, nada más empezar, me mataron. Así que ni corto ni perezoso decidí parar en una casa que resultó estar vacía. En ella tuve una teletransportación muy curiosa: en esta zona han introducido un montón de árboles europeos que se han adaptado perfectamente. Los chopos en otoño, los sauces, cerezos y manzanos y el pradín lleno de setas me recordaban muchísimo al norte de León o Palencia.

La seronda en Boñar
Viendo que el camino iba a ser duro decidí aligerar un poco más el equipaje y en la casa dejé la parrilla, que sólo usé una vez en lo que llevo de viaje. Además, por fin trasvasé el aceite, la sal y el vino a botellas de plástico en lugar de vidrio. Sé que parecen comentarios irrelevantes, pero son pequeños acontecimientos del camino.
Al día siguiente por fin arranqué de verdad. La Carretera Austral mide unos 1500 km, de los cuales sólo 200 están asfaltados. El resto es una pista de ripio en mal estado en al que incluso los coches (el pick up japonés triunfa) van despacio. Está lleno de agujeros que son difíciles de esquivar. Y donde no hay agujeros hay grava suelta. Y donde no hay grava suelta hay sucesiones infinitas de bachecitos pequeños que hacen que la bici entre como en resonancia y parece que se va a desarmar entera. A veces (sólo a veces) hay una estrecha franja libre de esos impedimentos. A todo esto se unen unas cuestas muy jevitronas. Aunque se hace duro, realmente es entretenido, porque continuamente hay que buscar la franja más favorable. La contrapartida es que esto impide en buena medida la contemplación del paisaje, que es en general acojonante. Y, desde luego, olvidarse de beber en marcha o hacer virguerías tipo sacar el mapa de la mariconera o reajustar ese pulpo.
Ese día se me hizo de noche buscando un sitio para acampar, por lo que decidí entrar a tomar una chela en un restaurante que resultó ser un lodge (hotel rural de cabañas tirando a caro) de pesca junto al lago General Carrera. Después de hablar un rato con la dueña y una pareja amiga con guajes, me invitan a cenar y a acampar en el jardín. Una velada agradabilísima con gin tónices incluidos.

El día siguiente amaneció lloviendo, así que decidí esperar. A mediodía ya empezó a hacer un día espectacular, pero estaba tan a gusto que me dejé mimar y me quedé otro día más. Pasé dos días buenísimos con Uti, Jesu, Cata, Franco, Sergio y los dos niños (Aure & León), que son unos Inés & Iván en potencia; sobre todo León, que hace bastante honor a su nombre y es un diablillo cojonudo.

Sus labores
León encantado como un niño con chaleco nuevo
Por la tarde salí a pescar en barca con Jesu y Sergio (cola de rata con mosca -creo-). A mí esto de la pesca siempre me ha parecido demasiado contemplativo, aunque es cierto que con este método es un poco más activo. Pero todo cambió cuando conseguí sacar al General Sherman del lago. Pescadores del uno y otro confín han acudido durante años en pos de este trofeo. Tras una enconada lucha, un verdadero duelo de titanes, la inteligencia del hombre consiguió doblegar una vez más la indómita fuerza de la bestia y, rompiendo el epitelio del agua, emergió un monstruo de más de 34,7 cm de largo y casi 1 kg de peso, una trucha arco iris legendaria en la zona. Allí estaba, ese noble bruto, en mis manos, implorando clemencia con su ictiomirada, la cual le fue concedida.

Trucha arcoiris. No os fiéis del nombre porque tira que flipas
Esa misma tarde tuvimos una conversación muy interesante con Daniela, la mano derecha de los Tompkins en su último proyecto patagónico: el futuro Parque Nacional Valle Chacabuco. Para quien no lo sepa, Douglas Tompkins es el ¿filántropo? ex dueño de The North Face y Esprit, que se dedica a comprar enormes (enormes de verdad) extensiones de tierra por toda la Patagonia con el ¿fin? De conservarla en el estado más natural posible. Su esposa Kris es la actual dueña de la marca Patagonia y se dedica a lo mismo. Por supuesto hay mucha suspicacia sobre su proyecto y existen teorías conspiratorias de todo tipo, que la gente de Aysén cree a pies juntillas. La más extendida es que quieren ser dueños de mucha agua para cuando llegue el Armagedón. Otra que me gusta mucho es que son judíos y están juntando tierras para hacer la Nueva Jerusalén, razón por la cual hay tantos israelíes viajando por la Patagonia, en plan avanzadilla.
Más información sobre el tema, aquí y esta otra bastante jevi.
Una vez más tuve que juntar fuerzas para irme de allí, porque de verdad que me trataron a cuerpo de rey. Me despedí con un día buenísimo que, después de 60 km se tornó ventoso y con amenaza de lluvia.
Como, efectivamente, el día siguiente amaneció con lluvia y viento, hice sólo 20 km y me quedé en el camping de Doña Clotilde, que no sólo por el nombre podría ser vecina de Don Pantuflo Zapatilla.
Ya no quiero enfrentarme al viento y la lluvia. Con las cuestas que hay aquí, el viento (del que, por cierto, creía haberme librado, pero no) es mucho más cabrón que en la pampa. Y la lluvia, por supuesto, es una mierda porque no hay posibilidad de secarse. No tengo ni ganas ni fuerzas mentales. Cual Grande y Felicísima Armada no he venido a luchar contra los elementos.
El día siguiente tuve mi primera pájara. Después de 90 km de ripio jevis y a falta de sólo 10 para el final de etapa me tuve que bajar de la bici con temblores, frío y visión periférica reducida. Pero un descanso largo y mucho dulce de leche (¡loor a Spectra!) me permitieron terminar.
En el cámping de Cerro Castillo me quedé dos días porque el primero amaneció con un viento brutal. Por si no os quedó claro, NO ME DA LA GANA de pedalear con viento. Como vi que la zona estaba llena de roca por todas partes aproveché para escalar donde me indicó Jorge, el del cámping Estero El Bosque, escalador, padre de una joven promesa del alpinismo, y dueño del mejor cámping que he visto hasta ahora.

Roca por todas partes y orientada hacia el norte. Muy jevi
También aproveché para comer una hamburguesa en el autobús de la Sole, un sitio muy curioso.

A partir de Cerro Castillo la Carretera Austral está asfaltada. Menos mal, porque nada más montarme en la bici empezaba un puerto de 900 metros de desnivel en 16 km. No demasiado jevi (para un asturiano, claro), pero como desayuno no está mal.
En la vertiente norte del puerto ya había empezado el otoño y los bosques de lengas y ñirres estaban cambiando de color. Día espectacular, bajada kilométrica sobre asfalto, montañas, roca y bosques otoñales: una gozadísima.

Pero en cuanto giré hacia el oeste me volví a encontrar con viento de cara a sólo 40 km de Coyhaique, el final del tramo. Y como NO ME DA LA GANA de sufrir más de la cuenta, me metí en una estancia a preguntar si me dejaban refugiarme del viento hasta el día siguiente.
Aprovecho aquí para contar que siempre que alguien me da cobijo ofrezco ayudar en lo que sea. Suelo decir “cortar leña o lo que se ocurra”, pero hasta ahora, aunque a veces se quedan como pensando, siempre han declinado la oferta. Esto me crea un poco de desasosiego, porque los dedos de las manos y de los pies no bastan para contar la cantidad de veces que me han ayudado de una u otra forma a lo largo del viaje. Pero en cambio sólo en contadas ocasiones he tenido la posibilidad de ayudar a otros; y no me refiero a devolver el favor, sino a ayudar en general. Este desequilibrio me abruma. Bueno, pues no contentos con eso, la paisana de la estancia va y me regala un queso hecho por ella.

Por fin, con viento en contra y varias subidas inesperadas, llego a Coyhaique un viernes, 11 días después de salir de Cochrane, en lugar de los 3 o 4 inicialmente calculados. Pero claro, es que NO ME DA LA GANA.

Y esto otro podía ser una dehesa con gochos en Hervás. ¿Conocéis Hervás?
Aquí al tapaculos (también introducido) lo llaman rosa mosqueta
¿En qué quedamos?
No es un pueblo en miniatura, es un cementerio
El río Baker, azul turquesa. Un flipe

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Miguel, este año te vamos a echar mucho de menos en Grandas!!..sobretodo los guajes!
Muchos besines!! gran blog!!

Carmen

YO, ME, MÍ, CONMIGO dijo...

¡Hola Carmen!
Yo también, no te creas. Aunque esté flipando mucho y talycual, tengo algo de morriña. Nada grave, pero me gustaría estar en muchos sitios a la vez.
Besos x 4.

Publicar un comentario