Lo primero de todo es informar a los que os habéis asustado con el afeitado, que yo soy el primero que me quedé estupefacto. Aparte de descubrir que tengo labio superior, no me gustó nada lo que vi. Por eso no puse la última foto, que ahora está guardada en la cámara acorazada de un banco suizo, de esos que un señor de traje mete la llave a la vez que tú.
Salí de Salta a mediodía en dirección a San Salvador de Jujuy, la otra ciudad grande del Noroeste Argentino. Para evitar la carretera principal por el llano decidí ir por La Cornisa, atravesando una pequeña cordillera que, una vez más, me trasnportó a Asturias. Si no fuera por los árboles con epífitas y los pájaros de colores, estos montes se parecen mucho a la zona central de Asturias. No hay castaños, pero los bosques son muy similares y se alternan con pastizales en pendiente y helechales, muy parecido a Olloniego o la parte de atrás del Naranco.
Hice los 100 km que separan ambas ciudades y llegué anocheciendo a Jujuy. Y llegué muy jodido. Pensé que era por no haber comido ni bebido en todo la jornada, pero luego pasé una noche malísima en el hostel y por la mañana me di cuenta de que estaba malo. De esto que te duelen todas las articulaciones del cuerpo y te cuesta mantenerte en pie. Pasé dos días malísimos en los que prácticamente no salí del hostel, pero que tampoco me comuniqué mucho con la gente. Me tomé unas cláusulas y el tercer día ya estaba mucho mejor.
Me jode mucho estar enfermo. Supongo que como a todo el mundo, pero como me ocurre sólo una vez al año (más o menos), no sólo me jode, sino que me acojono todo. Además, en este caso me entra la duda de si será una enfermedad de esas de por aquí, o unas fiebres tercianas. De hecho, tres semanas después, aún no me he librado. Es un poco raro, porque me va y me viene. Hay días que estoy perfectamente y otros que por la tarde me empiezo a encontrar mal y duermo fatal, pero por la mañana vuelvo a estar bien. Y otros que lo arrastro a lo largo del día. Hoy (30 de septiembre) ya por fin tengo mocos y tos, así que supongo que estoy en el buen camino. Otra posibilidad es que no le estoy dando descanso al cuerpo y por eso no me curo. No sé.
Como decía, el tercer día ya me encontraba mejor y empecé a salir por ahí y alternar con los otros alojados del hsotel.
Jujuy,a diferencia de Salta, no tiene un centro colonial definido. Aquí los edificios guapos están repartidos por toda la ciudad.
Dos cosas curiosas:
Salí de Salta a mediodía en dirección a San Salvador de Jujuy, la otra ciudad grande del Noroeste Argentino. Para evitar la carretera principal por el llano decidí ir por La Cornisa, atravesando una pequeña cordillera que, una vez más, me trasnportó a Asturias. Si no fuera por los árboles con epífitas y los pájaros de colores, estos montes se parecen mucho a la zona central de Asturias. No hay castaños, pero los bosques son muy similares y se alternan con pastizales en pendiente y helechales, muy parecido a Olloniego o la parte de atrás del Naranco.
Hice los 100 km que separan ambas ciudades y llegué anocheciendo a Jujuy. Y llegué muy jodido. Pensé que era por no haber comido ni bebido en todo la jornada, pero luego pasé una noche malísima en el hostel y por la mañana me di cuenta de que estaba malo. De esto que te duelen todas las articulaciones del cuerpo y te cuesta mantenerte en pie. Pasé dos días malísimos en los que prácticamente no salí del hostel, pero que tampoco me comuniqué mucho con la gente. Me tomé unas cláusulas y el tercer día ya estaba mucho mejor.
Me jode mucho estar enfermo. Supongo que como a todo el mundo, pero como me ocurre sólo una vez al año (más o menos), no sólo me jode, sino que me acojono todo. Además, en este caso me entra la duda de si será una enfermedad de esas de por aquí, o unas fiebres tercianas. De hecho, tres semanas después, aún no me he librado. Es un poco raro, porque me va y me viene. Hay días que estoy perfectamente y otros que por la tarde me empiezo a encontrar mal y duermo fatal, pero por la mañana vuelvo a estar bien. Y otros que lo arrastro a lo largo del día. Hoy (30 de septiembre) ya por fin tengo mocos y tos, así que supongo que estoy en el buen camino. Otra posibilidad es que no le estoy dando descanso al cuerpo y por eso no me curo. No sé.
Como decía, el tercer día ya me encontraba mejor y empecé a salir por ahí y alternar con los otros alojados del hsotel.
Jujuy,a diferencia de Salta, no tiene un centro colonial definido. Aquí los edificios guapos están repartidos por toda la ciudad.
Dos cosas curiosas:
- En las tiendas el trato al cliente es papá: "no papá, no me quedan porotos". Lo curioso es que sólo los hombres dicen papá a los hombres. Las mujeres no nos llaman papá y a las señoras se les dice señora. Al principio parece que te están vacilando, pero no, es lo normal.
- Tanto en Salta como en Jujuy hay una escasez enorme de monedas. En las tiendas nunca hay cambio. A la hora de darte el vuelto siempre te ofrecen unos caramelos o alguna pijada en lugar del dinero. Al principio aceptaba, pero como no soy caramelero y, además, me parece una tomadura de pelo, empecé a decir que no. En la mayoría de los casos me decían que imposible, pero algunas veces me daban el dinero. Vaya morro. Preguntando por ahí me han contado que lo que se cree es que el valor real del metal de las monedas es mayor que el nominal y "alguien" se dedica a recoger monedas para fundirlas y vender el metal. Se sospecha de los conductores de autobús, en los que es obligatorio pagar el precio exacto en monedas. Me suena que algo aprecido ocurrió en España cuando éramos guajes con aquellas monedas enormes de 50 pesetas.
El cuarto día, sintiéndome perfectamente, marché de Jujuy. Un poco tarde, es cierto. Encima, necesitaba sacar dinero y nafta (gasolina) para el hornillo. Todos los cajeros estaban cerrados, sin dinero o no valía mi tarjeta. A la sexta por fin conseguí dinero, pero en dos gasolineras se había terminado la nafta y la tercera es de gas, para los tasis. A las 17:30 decidí que me quedaba y aproveché para ir al teatro con dos chavalas del hostel. Una obra un poco extraña de un grupo de Santa Fe. La entrada, al estar subvencionada, baratísima: ¡menos de 1 €!
Por fin, con la potencia y velocidad del trueno, partí. El destino era el Parque Nacional Calilegua y la idea era cruzar el parque y seguir subiendo por encima de los 4000 m para luego tomar un camino que sólo aparece en algunos mapas, bajar a San Ramón de la Nueva Orán y entrar en Bolivia por el Paso Bermejo. De esta manera mataría 4 pájaros de un tiro:
Por fin, con la potencia y velocidad del trueno, partí. El destino era el Parque Nacional Calilegua y la idea era cruzar el parque y seguir subiendo por encima de los 4000 m para luego tomar un camino que sólo aparece en algunos mapas, bajar a San Ramón de la Nueva Orán y entrar en Bolivia por el Paso Bermejo. De esta manera mataría 4 pájaros de un tiro:
- vería la progresión entre los llanos y el altiplano pasando por una selva subtropical
- pasaría por un montón de pueblinos a diferentes altitudes y con diferentes modos de vida
- no pasaría por donde todos los turistas
- haría un tramo del Camino del Inca de esta zona
Como luego se verá, no maté ni uno solo de los 4 pajarracos.
Aprovecho aquí para contar que el Camino del Inca es la extensa red de caminos (de herrradura, porque no utilizaban la rueda) que tejió el Impero Inca en sus dominios -desde el sur de Colombia hasta Santiago de Chile- partiendo de la capital imperial, el Cuzco. Un total de 40.000 km, siendo el camino principal el Qhapaq Ñan. Chile, norte de Argentina y sur de Bolivia se incorporaron al Imperio en su última gran expansión, a mediados del siglo XV. Por lo visto (aunque ahora se empieza a decir lo contrario) los incas eran como los romanos y su colonización pasaba por la supresión de las culturas existentes, en este caso los aymaras. Aunque eso se queda en pañales al lado de lo que hicieron los españoles apenas medio siglo después.
Un poco con calzador y un poco porque viene a cuento, aprovecho también aquí para recomendar encarecidamente la lectura de Las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. A quien no lo haya leído ya, claro. Ya sé que es un superclásico, pero yo no la había leído hasta ahora. Muy incendiario.
Desde Jujuy tomé una carretera poco transitada. Después de un pequeño puerto la carretera comienza a bajar lentamente y se mete de lleno en la zona azucarera. El único cultivo que se ve es la caña de azúcar. Cañaverales inmensos, todos destinados a alimentar los dos grandes ingenios de la región. Ingenios llamamos en toda Latinoamérica a las plantas de procesado de la caña, muy contaminantes por los gases que emiten y por las enormes montañas de bagazo, el desecho de la caña, que genera, aparte de todos los fertilizantes y fitosanitarios que acaban en la red fluvial. Digo esto porque efectivamente los ríos huelen a ostias y en las cercanías del ingenio el aire tiene un olor que no mola nada. Vamos, como la papelera de Navia pero en dulzón.
El camino transcurrió sin incidentes hasta San Pedro de Jujuy, donde ya entré atardeciendo acompañado de un ciclista local que, aparte de guiarme amablemente hasta el centro, casi se da amablemente de ostias con un concuctor que, ante una pifia mía, tuvo una respuesta desmesurada. Estuvieron a esto (dedos pulgar e índice muy cerca) de armarla en medio del tráfico.
A la entrada del pueblo vi unos campamentos un poco raros. Resultaron ser las ocupaciones de "los sin tierra" argentinos, en plantaciones de caña en desuso, y con un nivel de organización más caótico que los brasileiros originales. Leyendo por ahí supe que el mes pasado hubo un enfrentamiento con la policía en el que hubo una balasera y murieron al menos 4 sintierras. La opinión general es que fueron asesinados vilmente por francotiradores del servicio de seguridad de los Blaquier, la familia dueña del Ingenio Ledesma y de miles de hectáreas de cañaveral.
Como San Pedro es un pueblo enorme no lo vi nada claro para dormir así que me dirigí al cuartel de gendarmes, en las afueras, para ver si me dejaban acampar donde ellos. De camino me metí a fisgar en una finca que parecía muy buena para poner la tienda, pero salió el dueño, Teófilo, que resultó ser apicultor. Después de un poco de charla me dijo que esperara un momento y volvió con 2 kilos de naranjas de casa, un sobre de sales de rehidratación y miel, incluyendo un cacho de panal. Toma regalazo.
Los gendarmes, muy amables, me dejaron acampar cerca de la garita.
Por la mañana volví a pasar por donde Teófilo para agradecerlo otra vez el regalo y estuvimos dos horas charlando. Al principio estuve un poco tenso porque había muchas (muchísimas) abejas revoloteando nerviosas a nuestro alrededor. Por mucho que él me dijera que si me quisieran picar ya lo habrían hecho, no las tenía todas conmigo. Como cuando te viene un perro ladrando y enseñando los dientes y el dueño te dice que tranquilo, que es muy bueno, que nunca ha hecho nada. Cada poco le pedía la cosa esa que echa humo, pero después de un rato ya me acostumbré. Por lo visto esa mañana un enjambre de fuera había intentado ocupar una colmena ya habitada y las abejas estaban bastante revolucionadas. Doy fe.
Continué, pero al poco tuve que parar. Antes de doblar una curva escuché unos cánticos extraños y música de tambores y gaitas. Creí reconocer una forma algo arcaica de "Soy de Verdicio". Me acerqué sigilosamente hacia el origen del ruido y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré de frente con la solución al Misterio de las Formas de la Ruta 40. Ahí estaba, delante de mí. Como ya aventuré en un trabajo anterior publicado este mismo año (COMENDADOR, M. et al, 3:2011. La Ruta 40 ¿atlantes o asturianos?), la hipótesis resultó ser cierta.
En las siguientes imágenes vemos al bruxo en plena Ceremonia de Exaltación del Equinoccio de Primavera, dibujando un cuélebre.
Ataviado con su montera picona y su xilecu, ambos en vivos colores para simbolizar la alegría por la llegada de la luz tras el final del oscuro invierno.
¡Lo sabía!
Unos kilómetros más allá volví a tener que parar. Pero esta vez no me hizo ni puta gracia. El piñón (para los que sepan, uno de esos que hay ahora que van enroscados en el buje, que es fijo) reventó. Se salió toda la corona y las bolas del rodamiento fueron cayendo a la carretera. Llevaba dos días notando algo raro, pero no había conseguido localizar el problema. Pues nada, a ver si me lleva alguien hasta Libertador. Dos horas debajo de ese sol abrasador (estamos ya en el Trópico y el sol de mediodía cae casi plano) y nada, ni uno. Ni siquiera hacían el gesto ese de "losientoperoesque". Luego me dijeron que aquí no te pillan ni de coña, que la gente no se fía ni un pelo de los autoestopistas -entre otras cosas está muy reciente el asesinato jevi de dos francesas en Salta-. Y eso que había dejado bien visibles la bici y los bártulos y ponía cara de bueno. Esto contrasta mucho con la Patagonia, donde los coches paran si te ven a un lado de la carretera, aunque no tengas actitud de estar haciendo dedo.
Como había sacado los prismáticos para mirar pájaros entre coche y coche, después de esas dos horas me di cuenta de que estaba a menos de un kilómetro del siguiente pueblo. Empujé la bici hasta allí, busqué una heladería, fui a donde paran los buses y me llevaron gratis hasta Libertador General Carrera. Allí entré en el primer taller de bicis que encontré (mal hecho) que, por cierto, no era Trueno. Dejé la bici y me fui al cámping municipal, una especie de parque que da bastante miedo, pero como coincide que allí está el cuartel de policía, les pedí acampar junto a ellos. Y dijeron que sí.
Por la mañana recogí la bici y me fui al Parque Nacional, a 12 kilómetros.
Aprovecho aquí para contar que el Camino del Inca es la extensa red de caminos (de herrradura, porque no utilizaban la rueda) que tejió el Impero Inca en sus dominios -desde el sur de Colombia hasta Santiago de Chile- partiendo de la capital imperial, el Cuzco. Un total de 40.000 km, siendo el camino principal el Qhapaq Ñan. Chile, norte de Argentina y sur de Bolivia se incorporaron al Imperio en su última gran expansión, a mediados del siglo XV. Por lo visto (aunque ahora se empieza a decir lo contrario) los incas eran como los romanos y su colonización pasaba por la supresión de las culturas existentes, en este caso los aymaras. Aunque eso se queda en pañales al lado de lo que hicieron los españoles apenas medio siglo después.
Un poco con calzador y un poco porque viene a cuento, aprovecho también aquí para recomendar encarecidamente la lectura de Las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano. A quien no lo haya leído ya, claro. Ya sé que es un superclásico, pero yo no la había leído hasta ahora. Muy incendiario.
Desde Jujuy tomé una carretera poco transitada. Después de un pequeño puerto la carretera comienza a bajar lentamente y se mete de lleno en la zona azucarera. El único cultivo que se ve es la caña de azúcar. Cañaverales inmensos, todos destinados a alimentar los dos grandes ingenios de la región. Ingenios llamamos en toda Latinoamérica a las plantas de procesado de la caña, muy contaminantes por los gases que emiten y por las enormes montañas de bagazo, el desecho de la caña, que genera, aparte de todos los fertilizantes y fitosanitarios que acaban en la red fluvial. Digo esto porque efectivamente los ríos huelen a ostias y en las cercanías del ingenio el aire tiene un olor que no mola nada. Vamos, como la papelera de Navia pero en dulzón.
El camino transcurrió sin incidentes hasta San Pedro de Jujuy, donde ya entré atardeciendo acompañado de un ciclista local que, aparte de guiarme amablemente hasta el centro, casi se da amablemente de ostias con un concuctor que, ante una pifia mía, tuvo una respuesta desmesurada. Estuvieron a esto (dedos pulgar e índice muy cerca) de armarla en medio del tráfico.
A la entrada del pueblo vi unos campamentos un poco raros. Resultaron ser las ocupaciones de "los sin tierra" argentinos, en plantaciones de caña en desuso, y con un nivel de organización más caótico que los brasileiros originales. Leyendo por ahí supe que el mes pasado hubo un enfrentamiento con la policía en el que hubo una balasera y murieron al menos 4 sintierras. La opinión general es que fueron asesinados vilmente por francotiradores del servicio de seguridad de los Blaquier, la familia dueña del Ingenio Ledesma y de miles de hectáreas de cañaveral.
Como San Pedro es un pueblo enorme no lo vi nada claro para dormir así que me dirigí al cuartel de gendarmes, en las afueras, para ver si me dejaban acampar donde ellos. De camino me metí a fisgar en una finca que parecía muy buena para poner la tienda, pero salió el dueño, Teófilo, que resultó ser apicultor. Después de un poco de charla me dijo que esperara un momento y volvió con 2 kilos de naranjas de casa, un sobre de sales de rehidratación y miel, incluyendo un cacho de panal. Toma regalazo.
Por la mañana volví a pasar por donde Teófilo para agradecerlo otra vez el regalo y estuvimos dos horas charlando. Al principio estuve un poco tenso porque había muchas (muchísimas) abejas revoloteando nerviosas a nuestro alrededor. Por mucho que él me dijera que si me quisieran picar ya lo habrían hecho, no las tenía todas conmigo. Como cuando te viene un perro ladrando y enseñando los dientes y el dueño te dice que tranquilo, que es muy bueno, que nunca ha hecho nada. Cada poco le pedía la cosa esa que echa humo, pero después de un rato ya me acostumbré. Por lo visto esa mañana un enjambre de fuera había intentado ocupar una colmena ya habitada y las abejas estaban bastante revolucionadas. Doy fe.
Continué, pero al poco tuve que parar. Antes de doblar una curva escuché unos cánticos extraños y música de tambores y gaitas. Creí reconocer una forma algo arcaica de "Soy de Verdicio". Me acerqué sigilosamente hacia el origen del ruido y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré de frente con la solución al Misterio de las Formas de la Ruta 40. Ahí estaba, delante de mí. Como ya aventuré en un trabajo anterior publicado este mismo año (COMENDADOR, M. et al, 3:2011. La Ruta 40 ¿atlantes o asturianos?), la hipótesis resultó ser cierta.
En las siguientes imágenes vemos al bruxo en plena Ceremonia de Exaltación del Equinoccio de Primavera, dibujando un cuélebre.
Ataviado con su montera picona y su xilecu, ambos en vivos colores para simbolizar la alegría por la llegada de la luz tras el final del oscuro invierno.
¡Lo sabía!
Unos kilómetros más allá volví a tener que parar. Pero esta vez no me hizo ni puta gracia. El piñón (para los que sepan, uno de esos que hay ahora que van enroscados en el buje, que es fijo) reventó. Se salió toda la corona y las bolas del rodamiento fueron cayendo a la carretera. Llevaba dos días notando algo raro, pero no había conseguido localizar el problema. Pues nada, a ver si me lleva alguien hasta Libertador. Dos horas debajo de ese sol abrasador (estamos ya en el Trópico y el sol de mediodía cae casi plano) y nada, ni uno. Ni siquiera hacían el gesto ese de "losientoperoesque". Luego me dijeron que aquí no te pillan ni de coña, que la gente no se fía ni un pelo de los autoestopistas -entre otras cosas está muy reciente el asesinato jevi de dos francesas en Salta-. Y eso que había dejado bien visibles la bici y los bártulos y ponía cara de bueno. Esto contrasta mucho con la Patagonia, donde los coches paran si te ven a un lado de la carretera, aunque no tengas actitud de estar haciendo dedo.
Como había sacado los prismáticos para mirar pájaros entre coche y coche, después de esas dos horas me di cuenta de que estaba a menos de un kilómetro del siguiente pueblo. Empujé la bici hasta allí, busqué una heladería, fui a donde paran los buses y me llevaron gratis hasta Libertador General Carrera. Allí entré en el primer taller de bicis que encontré (mal hecho) que, por cierto, no era Trueno. Dejé la bici y me fui al cámping municipal, una especie de parque que da bastante miedo, pero como coincide que allí está el cuartel de policía, les pedí acampar junto a ellos. Y dijeron que sí.
Por la mañana recogí la bici y me fui al Parque Nacional, a 12 kilómetros.
¡Un polizón! Por supuesto lo pasé bajo de la quilla y
lo colgué por los pulgares de la mesana. Así aprenderá
lo colgué por los pulgares de la mesana. Así aprenderá
De camino me di cuenta de que me habían puesto un piñón de sólo 6 coronas (mi cambio es de 7) y que no habían regulado el cambio. Además, era de segunda mano, aunque eso sí me lo dijeron, pero ni siquiera se molestaron en limpiarlo un poco. Aparte de otras jugadas extrañas que serían largas de explicar aquí. Muy mal por su parte y muy mal por la mía por no probar la bici antes de pagar y por aceptar material de segunda mano en la transmisión.
El Parque Nacional Calilegua abarca una sierra húmeda entre los 300 y los 3000 m. Un área mucho más grande es la Reserva de la Biosfera de Las Yungas (hay otras Yungas en Bolivia, al norte de La Paz). Nada más entrar ya se ve un cambio: pájaros raros por todas partes (¡y yo sin guía de la zona!), mariposas tan grandes como una mano (pequeña), bosques densísimos y mosquitos, muchos mosquitos.
Acampé en la zona habilitada al efecto y por la noche flipé con la algarabía. Por la mañana un agutí recorrió el campamento. Es un bicho mucho más grande de lo que pensaba. Y este pájaro, guapísimo, que es como nuestra pega, siempre haciendo ruido, en grupo y merodeando.
Di unos cuantos paseos por los senderos cercanos y me volví loco con todos los pájaros nuevos acojonantes que vi. Lo que pasa es que ninguna de las guías de aves que vi en Jujuy me convenció, así que estuve canino ese día y los siguientes.
Los dos guardaparques con los que hablé me desaconsejaron tomar ese camino que va hacia Orán del que hablé antes -sí, lo de siempre-. Pero hete aquí que pasaron por alli dos ciclistas jujeños (no es un insulto, es el gentilicio de Jujuy) con equipaje y les pregunté. Me dijeron que lo habían hecho el año pasado y que era malísimo. Y que como le diera por llover que me preparara. Vale, estos sí me convencieron.
Bueno, pues entonces a partir de esos 4000 y pico metros iría hacia el oeste y entraría a Bolivia por Villazón, que es el paso típico, pero me incorporaría a la carretera más arriba de la zona turística de la Quebrada de Humahuaca.
Esa tarde y mañana siguiente compartí campamento con una familia de alemanes, Charlotte y Thomas con 3 niños de 1 a 5 años, que me encantó, pero que me dio una morriña terrible de todos esos guajes que revolotean a mi alrededor en Asturias y que en todo este tiempo habrán crecido un montón. ¡Más los que están llegando!
Salí valle arriba. Me costó muchísimo llegar a San Francisco, el primer pueblo, a 35 km. Calor, muy pindio y camino malo pero guapísimo. El bosque cambia a medida que se va subiendo (de 300 a 1700 m) y se nota que está llegando la primavera que, por cierto, tiene que ser impresionante.
Ya estoy yo otra vez buscando semejanzas con Asturias, pero esto es zona de vacas y las dejan sueltas por ahí en los puertos. Algunas de las vacas (no las de esta foto, otras) me recordaron a las cachenas del norte de Portugal.
Dormí en el jardín de una paisana, ganadera. Cuando le dije que en Asturias llovía a lo largo de todo el año le pareció el paraíso. La primera vez que lo oigo.
Bueno, por la mañana amaneció nublado y con viento. No sabía muy bien qué hacer, porque ese camino con lluvia tiene que ser cojonudo. Al final salí y al kilómetro empezó a orbayar (garbear, que le decimos en el valle). Un orbayo cabrón de ese que ya conocéis de sobra. La primera lluvia del año, me dijeron. Mira tú qué suerte.
Efectivamente, el polvo del camino se convierte en un barrillo fino que en las curvas da bastante miedo, con esos cortados. Además, la carretera no hace más que subir y bajar unos 400-500 metros de cada vez. Después de la tercera subida del día y hasta los cojones del rollo Sísifo y de la lluvia y del barro, me metí por un camino lateral y acampé con la intención de pasar el día siguiente, hiciera el tiempo que hiciera, acampado y dando paseos por ahí, viendo bichos y lo que hubiera.
El día siguiente llovió todo el día, pero di muchos paseos, vi bichos (entre ellos dos colibrís diferentes) y lo que había. Guapisimo. Y, lo siento, pero me volví a transportar a Asturias, a esos días de noviembre con el otoño ya avanzado, frío aunque no demasiado, el suelo tapizado de hojarasca pero algunos árboles aún con hoja, las nubes agarradas al bosque, el olor a setas...
Por fin la mañana siguiente, aunque amaneció con niebla de la que moja, al poco se levantó y el techo de nubes se fue elevando. Recogí con todo pingando y comencé a subir los 5 km que me separaban del siguiente pueblo, Valle Grande. Pero a medida que pedaleo voy notando un leve clac-clac, dos por pedalada. Miro, toco por aquí y por allá y veo que el "nuevo" piñon, tiene una holgura. ¡Me cago en Quetzalcoatl! Exactamente el mismo fallo. Pffffffff. Pues así no puedo meterme por allí arriba porque me va a pasar lo mismo y ahí sí que va a ser una pifia cojonuda. Con gran dolor y rabia y cagamentos decidi pillar el colectivo (bus) para bajar a Libertador, cantarles las 40 y volver a Jujuy, a una tienda de bicis que me pareció muy profesional, a arreglar el tema. Ah, y por supuesto en ese momento empezó a hacer buen tiempo.
Encajé la bici y las cosas donde me dijo el paisano y me senté, con un tufo brutal a coca en todo el autobús.
Me daba un poco de miedo ir en ese autobús por el camino embarrado y con esos precipicios, pero el conductor tenia el culo pelado de hacer el camino en todas las condiciones. De hecho tardamos 4 horas en hacer los 85 km y no hubo ni un solo renuncio.
Acampé en el mismo cámping de mala muerte y fui a Escobar muy calentito, de eso que tienes todas las respuestas preparadas y con miedo de saltar a la mínima y armar un cristo que se caga la perra. Me intentaron liar un poco pero me porté como un paisano y marché con la plata y sin el piñón.
El día siguiente pillé un bus hasta Jujuy.
El Parque Nacional Calilegua abarca una sierra húmeda entre los 300 y los 3000 m. Un área mucho más grande es la Reserva de la Biosfera de Las Yungas (hay otras Yungas en Bolivia, al norte de La Paz). Nada más entrar ya se ve un cambio: pájaros raros por todas partes (¡y yo sin guía de la zona!), mariposas tan grandes como una mano (pequeña), bosques densísimos y mosquitos, muchos mosquitos.
Acampé en la zona habilitada al efecto y por la noche flipé con la algarabía. Por la mañana un agutí recorrió el campamento. Es un bicho mucho más grande de lo que pensaba. Y este pájaro, guapísimo, que es como nuestra pega, siempre haciendo ruido, en grupo y merodeando.
Di unos cuantos paseos por los senderos cercanos y me volví loco con todos los pájaros nuevos acojonantes que vi. Lo que pasa es que ninguna de las guías de aves que vi en Jujuy me convenció, así que estuve canino ese día y los siguientes.
Los dos guardaparques con los que hablé me desaconsejaron tomar ese camino que va hacia Orán del que hablé antes -sí, lo de siempre-. Pero hete aquí que pasaron por alli dos ciclistas jujeños (no es un insulto, es el gentilicio de Jujuy) con equipaje y les pregunté. Me dijeron que lo habían hecho el año pasado y que era malísimo. Y que como le diera por llover que me preparara. Vale, estos sí me convencieron.
Bueno, pues entonces a partir de esos 4000 y pico metros iría hacia el oeste y entraría a Bolivia por Villazón, que es el paso típico, pero me incorporaría a la carretera más arriba de la zona turística de la Quebrada de Humahuaca.
Esa tarde y mañana siguiente compartí campamento con una familia de alemanes, Charlotte y Thomas con 3 niños de 1 a 5 años, que me encantó, pero que me dio una morriña terrible de todos esos guajes que revolotean a mi alrededor en Asturias y que en todo este tiempo habrán crecido un montón. ¡Más los que están llegando!
Salí valle arriba. Me costó muchísimo llegar a San Francisco, el primer pueblo, a 35 km. Calor, muy pindio y camino malo pero guapísimo. El bosque cambia a medida que se va subiendo (de 300 a 1700 m) y se nota que está llegando la primavera que, por cierto, tiene que ser impresionante.
Ya estoy yo otra vez buscando semejanzas con Asturias, pero esto es zona de vacas y las dejan sueltas por ahí en los puertos. Algunas de las vacas (no las de esta foto, otras) me recordaron a las cachenas del norte de Portugal.
Dormí en el jardín de una paisana, ganadera. Cuando le dije que en Asturias llovía a lo largo de todo el año le pareció el paraíso. La primera vez que lo oigo.
Bueno, por la mañana amaneció nublado y con viento. No sabía muy bien qué hacer, porque ese camino con lluvia tiene que ser cojonudo. Al final salí y al kilómetro empezó a orbayar (garbear, que le decimos en el valle). Un orbayo cabrón de ese que ya conocéis de sobra. La primera lluvia del año, me dijeron. Mira tú qué suerte.
Efectivamente, el polvo del camino se convierte en un barrillo fino que en las curvas da bastante miedo, con esos cortados. Además, la carretera no hace más que subir y bajar unos 400-500 metros de cada vez. Después de la tercera subida del día y hasta los cojones del rollo Sísifo y de la lluvia y del barro, me metí por un camino lateral y acampé con la intención de pasar el día siguiente, hiciera el tiempo que hiciera, acampado y dando paseos por ahí, viendo bichos y lo que hubiera.
El día siguiente llovió todo el día, pero di muchos paseos, vi bichos (entre ellos dos colibrís diferentes) y lo que había. Guapisimo. Y, lo siento, pero me volví a transportar a Asturias, a esos días de noviembre con el otoño ya avanzado, frío aunque no demasiado, el suelo tapizado de hojarasca pero algunos árboles aún con hoja, las nubes agarradas al bosque, el olor a setas...
Por fin la mañana siguiente, aunque amaneció con niebla de la que moja, al poco se levantó y el techo de nubes se fue elevando. Recogí con todo pingando y comencé a subir los 5 km que me separaban del siguiente pueblo, Valle Grande. Pero a medida que pedaleo voy notando un leve clac-clac, dos por pedalada. Miro, toco por aquí y por allá y veo que el "nuevo" piñon, tiene una holgura. ¡Me cago en Quetzalcoatl! Exactamente el mismo fallo. Pffffffff. Pues así no puedo meterme por allí arriba porque me va a pasar lo mismo y ahí sí que va a ser una pifia cojonuda. Con gran dolor y rabia y cagamentos decidi pillar el colectivo (bus) para bajar a Libertador, cantarles las 40 y volver a Jujuy, a una tienda de bicis que me pareció muy profesional, a arreglar el tema. Ah, y por supuesto en ese momento empezó a hacer buen tiempo.
Encajé la bici y las cosas donde me dijo el paisano y me senté, con un tufo brutal a coca en todo el autobús.
Me daba un poco de miedo ir en ese autobús por el camino embarrado y con esos precipicios, pero el conductor tenia el culo pelado de hacer el camino en todas las condiciones. De hecho tardamos 4 horas en hacer los 85 km y no hubo ni un solo renuncio.
Acampé en el mismo cámping de mala muerte y fui a Escobar muy calentito, de eso que tienes todas las respuestas preparadas y con miedo de saltar a la mínima y armar un cristo que se caga la perra. Me intentaron liar un poco pero me porté como un paisano y marché con la plata y sin el piñón.
El día siguiente pillé un bus hasta Jujuy.
La DPV es la DGT de acá. Muy poco aconfesionales.
Y además, no confían en la lo buenos conductores que somos
Y además, no confían en la lo buenos conductores que somos
2 comentarios:
Hola Miguel! veo que va todo bien en el viaje :) te sigo leyendo mientras estoy anclada en Santiago. Un abrazo.
Miguelilto, decirte que algunas no nos hemos asustado con las fotos del afeitado, sólo nos hemos partido de risa y no sabes cuánto, siempre desde el cariño, por supuesto.
Un besazo y a seguir pa´lante.
Cris
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