26 - Domingo 1 de mayo de 2011 - Coyhaique-Futaleufú

Antes de que se me olvide: he ehcho algún añadido al post anterior, el de Coyhaique. Nada importantísimo.

Al final todavía me quedé un día más en Coyhaique. No es la primera vez a lo largo del viaje que, con todo montado en la bici y con el casco puesto, desmonto todo y me quedo una noche más. Esta vez fue porque me dieron las 14 (:00) y una oportuna nubecilla empezó a descargar un orbayo de esos que van y que vienen y que, después de todo, no se quedan, pero te hacen dudar. Negocié con la paisana del hospedaje una noche más –esta en cama para no tener que recoger todos los bártulos por la mañana- y, casi casi, dormí con el culotte puesto.
A las 7:30 ya estaba pedaleando con las primeras luces y el madrugón compensó, porque hizo un día de flipar y a las 15:00 ya había hecho 90 km (asfalto) y estaba en Villa Mañihuales, justo cuando apareció un nubarrón y empezó a llover jevi. Menuda potra.

Da como vértigo
Durante los primeros 40 km me acompañó una perrina que apareció de repente. Intenté asustarla porque en Chile hay un problema bastante gordo con los perros asilvestrados en las áreas protegidas, pero no hubo manera. No sólo eso, sino que me adoptó y me protegía de los coches que me adelantaban ladrándoles como una loca. Por fin conseguí dejarla atrás, pero claro, en medio del campo. Supongo que me imagino cómo acabará.

Te llamaré Pichincha
Allí fui directamente a casa de Jorge “El Cazador de ciclistas”, un tío muy aficionado al ciclismo (fan del Chava Jiménez y profundamente afectado por su trágica muerte) que tiene una Casa de Ciclistas. Una casa de ciclistas es un sitio donde alojan a los ciclistas por la cara. Quicir, totalmente gratis. Quicir, cama, ducha, sitio para dejar y arreglar la bici, wi-fi, catalítica por si hace frío… un flipe.
En esta Casa están mezclados su oficina de contabilidad, una iglesia evangélica y nosotros, los ciclistas. Allí coincidí con un australiano y una (otra) pareja de japoneses dando la vuelta al mundo (él lleva ya 5 años), todos en dirección contraria a la mía. Sospecho que soy el último de la temporada que va hacia el norte.

Toda la tarde y toooodo el día siguiente estuvo lloviendo sin parar, así que tocó día de ocio: jugué bastante con Nicole –hija de Jorge- y la ayudé a limpiar su bici.

Luego ella me ayudó a vestir, por fin, a Pinín, que lleva pasándolas canutas desde Puerto Natales, donde nos encontramos.

Vestirlo tiene una doble función: que no sea tan malrollero y que no vengan todos los niños a ver si tiene o no tiene pilila. Ahora ya se ve que es un paisano.
John, el australiano, me cayó de puta madre y por primera vez me planteé que igual molaba compartir viaje, aunque fuera unas semanas. Creo que fue recíproco. Quizás nos juntemos en el Norte.
Jorge, con el tema de la Iglesia Evangélica, pronto sacó a relucir la vena proselitista, máxime cuando por fin se encuentra a un ciclista que habla español. Lo que pasa es que no es un creyente cualquiera y le da muchas vueltas al asunto, por lo que reaccionó muy guay a mi ateísmo descreído y durante esos dos días hablamos intermitentemente cosas muy interesantes.
Jorge, lo dicho, si algún día veo la luz serás de los primeros en saberlo. Pero lo mismo te digo si se apaga la tuya.
Hablé con los otros ciclistas sobre alguna forma de compensar a Jorge por el gasto (papel higiénico, luz, agua, gas) que hace en nosotros y les propuse pillar una bombona de gas, pero hice las pesquisas pertinentes y para eso hay que llevar una bombona vacía y, preguntando a escondidas a Nicole, me informó de que acababa de llegar una llena. Una pena, pero no se nos ocurrió otra forma; que no sea dinero, claro, que entendemos que no es la movida.
Al día siguiente por fin dejó de llover, aunque había nubes feas y la cota de nieve había bajado mucho.

Pues nada, nos despedimos y me pongo en marcha. A los pocos km empieza a orbayar y los siguientes 50 llueve racheado y con frío. Eso, con el cacho intemedio de ripio de 30 km con sube y baja cabrón, hacen que llegue cansadísimo y aterido a Villa Amengual. Rápidamente me meto en un restaurante-autobús como el de la Sole en Cerro Castillo (aunque más cutre) y me arrimo a la chimenea.
En la tele están poniendo un documental americano -de esos pseudocientíficos con mucha infografía- sobre la Sábana Santa de Turín y de repente hablaron un rato sobre el Santo Sudario de Oviedo. Y me hizo ilusión, mira tú.
Después di una vuelta por el pueblo y por fin encontré un quincho (recordatorio: chamizu) detrás de la escuela. Como era Viernes Santo y hasta el lunes no había clase, ni me preocupé de pedir permiso.

Bueno, pues el día siguiente y el siguiente llueve sin parar. Después de la movida del sillín en Coyhaique (grrrrr) me da rollo salir y dejar todo ahí. Me jode desconfiar porque aquí sí que sé que no va a pasar nada, pero había bastantes guajes jugando en los alrededores y, bueno, no ye por nada, pero yo también fui guaje.

Al final hice dos expediciones (una cada día) a por agua y víveres y a internet. Cuando volví de la segunda me encontré unas piedras sobre la tienda y más tarde se chivaron dos guajes de que habían sido unas niñas, aunque algo me hizo pensar que igual fueron ellos, vete a saber.
Después de 60 horas allí metido decidí que no podía ser, que tenía que emigrar en busca del buen tiempo. Además, el día siguiente ya era lunes y había clase. Windguru (aquí funciona, de verdad que funciona) daba bueno (no lluvia) a partir del jueves durante al menos 7 días, pero no me apetecía nada estar metido en ese quincho otros 4. Así que me informé por los buses hacia el norte y me fui a la parada a hacer dedo mientras los esperaba. Mi jornada fue de 10:30 a 19:00 –con pausa para comer- y no paró ni un solo coche. Pero no sólo eso, sino que los 4 minibuses que pasaron, en cuanto vieron mi bici ni se detuvieron. Pffffff.

Jornada laboral (con perdón de los currantes)
Vuelta al pueblo y esta vez tenía que pedir permiso para quedarme en el quincho. Coincidía que Cindy es a la vez profesora en el cole e hija del conductor de un autobús que pasaba al día siguiente. Habló con el director de la escuela, que me dio permiso y con su padre, que dijo que si no iba a lleno, por supuesto que me llevaba.
Puesto que los guajes acusicas me habían hecho muchas preguntas, le dije a Cindy que si quería que hablara en su clase para explicar mi viaje y le pareció una buena idea.
De modo que la mañana siguiente recogí todo lo discretamente que pude -aunque cada vez que pasaba por la puerta del quincho veía un montón de guajes mirándome- y me dirigí a la escuela, a ver a Cindy.
Sólo hay dos grupos en la escuela: los grandes y los pequeños. Los de Cindy son los pequeños (calculo que de 8 a 10 años). Me dan un aplauso cuando me presento. La seño tiene un ordenador portátil conectado a Internet proyectado en una pantalla. ¡Joder con la escuela rural! Observo que Tomás y Miguel, los dos niños con los que hablé el domingo, están sentados aislados del resto. Tomás, que debe de ser el cabecilla, está junto a la pared, lo que refuerza mi hipótesis sobre la autoría y el perjurio en el asunto de las piedrecitas.
Cuento un poco lo que hago y explico sobre un mapa de América del Sur el camino que ya he hecho, pero los guajes no tienen todavía mucha idea de geografía y no se dan cuenta de la escala. Cindy les dice que me pregunten cosas sobre el sitio de donde vengo. Les cuento que es muy parecido a esto: montañas, bosques y lluvia. Me preguntan si hay vacas y ovejas y también por otros animales, así que les digo que hay osos y responden con un coro de “¡uuuuuy!”, también que hay... lobos “¡aaahhh!”, y... (ya envalentonado) ¡urogallos!, pero eso de que haya gallinas en el monte les dejó totalmente indiferentes.
Una cosa curiosa es que acá en la Patagonia chilena (y aún no sé si en el resto de Chile también) es que el trato respetuoso con los mayores es llamarles "tío", en lugar de "oiga" se dice "tío". Así que allí en la clase estuvieron todo el rato "¡tío, tío! ¿le puedo hacer una pregunta?".
A todo esto Cindy va buscando en Internet y proyectando imágenes de todo lo que voy nombrando. Cuando me preguntan qué se come les nombro y explico la fabada “¡mmmmm!” y el arroz con leche “¡mmmmm!”.

Me parecieron unos niños muy ricos, la verdad.
Por casualidad salió en internet una foto del Rey y entonces les conté que en España hay un rey pero que no lleva corona. Y que entonces hay un príncipe y una princesa. Manda cojones que les tenga que explicar esto, pero es lo que hay.
También salió una foto del lago Enol y también exclamaron “¡liiiiindo!”. Pero les dije que aquí al lado de su casa tenían miles de lagos así o más guapos y pusieron cara de extrañados.
Hubo dos preguntas que me desconcertaron:
1.- que si allá hay pavos reales
2.- qué pistolas usan los carabineros de Asturias
Insisto, superriquinos. Si tengo oportunidad lo volveré a hacer. Me despidieron con otro aplauso, por supuesto.

Después me fui al bus y, como no podía ser de otra manera, el maletero va lleno y no cabe mi bici. El padre de Cindy, gran conocedor de la Carretera Austral, me aconseja que tire, que si espero a que haga bueno me van a dar las uvas. También me dice que a 35 km, donde termina el asfalto y empieza el ripio, hay una garita muy buena en el cruce hacia Puerto Cisnes (dato para ciclistas). Pues mira, sí, a tomar por saco, marcho. Pero a tomar por saco de verdad: 35 km de lluvia torrencial y con la ropa aún mojada porque en 3 días y medio colgada en el quincho no se había conseguido secar. Llego pingando.

Efectivamente, la garita es cojonuda
Pero mientras hago la cena veo que entra un ratón. Lo asusto y al instante aparece otro por un agujero del suelo. Bueno, no sé si es el mismo o mandan a uno diferente cada vez, pero el caso es que a partir de entonces tengo que espantar continuamente a un ratón. No consigo ver si tiene la cola muy larga (el del hanta virus), pero entiendo que si no le veo una cola larguísima es porque no la tiene. Glups.
No me dan miedo ni asco los ratones, pero la sola idea de que me pase uno por la cara mientras duermo o, peor aun, que se me meta en el saco, me desagrada profundamente, por lo que decido montar la tienda en el interior de la garita y dormir dentro.

Cierro bien todas las alforjas y cuelgo de clavos todo lo que sea comida o basura. Mientras leo antes de dormirme oigo al/los ratón/es continuamente por el refugio haciendo cosas de ratones. Varias veces empuja/n la tela de la tienda y dos veces lo veo sobre el techo de redecilla de mi tienda. La primera vez lo golpeo desde dentro de la tienda, pero la segunda ya me dio mal rollo. En un momento de la noche oigo algo metálico. Enciendo el frontal y lo veo andando sobre la bici. Cómo trepa el jodío. Le hice un retrato.

Duermo bastante mal con tantas carreritas y ruidos. Encima, al lado de la garita hay un San Sebastián y, aunque normalmente de noche no hay tráfico, esta noche sí lo hay y cada camión que pasa pita (eso sí es normal).
Por fin dejó de llover. Al montar la bici me doy cuenta de que el/los ratón/es ha/n roído la cinta del manillar. Cagonmimanto. Pues sólo espero dos cosas:
1.- que no haya dejado el virus de regalito
2.- que se pille una buena cagalera, o al menos un dolor de tripita, para que aprenda

¡Mardito roedore!
Podría dar la impresión de que estoy un poco obsesionado con el tema del hanta. Pues sí, lo estoy. Pero es que continuamente me encuentro carteles apocalípticos alusivos al tema.

Hablando de esto de los ratones en la garita con una paisana, me contó que cuando ella era niña floreció la quila (luego leyendo por ahí vi que la última vez en la zona fue en el año 1962) y hubo una plaga de ratones de dimensiones bíblicas. Me relató cómo ella y su hermana les pusieron tocino de cebo en un barril y, cuando juntaron unos cientos de ratones, echaron parafina y le prendieron fuego, y que era graciosísimo ver las bolitas de fuego salir corriendo para todas partes, aunque estuvieron a punto de incendiar el pueblo. Madre mía. Espero no estar dando ideas.
Bueno, el caso es que por fin dejó de llover, aunque había nubes bajas. De desayuno me tocaba el puerto del Queulat, sobre el que me llevaban previniendo todos los ciclistas con los que me cruzaba. Pero lo subí sin ningún problema. Me extrañó, pero al bajar por el otro lado entendí la movida: para mí fueron rampas con descansos, buen ripio y sólo 300 m de desnivel; pero para ellos fueron 550 m de ripio infernal, pindio y con revueltas. ¿Pues sabéis qué os digo? Que no me dais ninguna pena. Por primera vez ir hacia el norte tiene ventajas.

La ropa colgada de la bici a guisa de tendal
El día transcurrió sin incidencias, con nubes y claros y, finalmente, SOL (¡yujuuu!). Puyuhuapi es un pueblo guapísimo. De hecho, el más guapo que he visto hasta ahora en el viaje. Fundado por alemanes en 1935, hasta 1985 no tuvo acceso por tierra a través de la Carretera Austral y sólo se podía llegar por mar.

Se nota el toque alemán
En el cámping La Sirena, con quincho cojonudo, por fin pude secar toda la ropa tendiéndola encima de la cocina.

Un hecho remarcable es que compré lomo vetao en la carnicería y ¡loado sea Crom! Es la carne que buscaba. Cojonudísima. Gracias, Titín, por las pesquisas. A partir de ahora se acabaron la pluma de ganso, la posta rosada y el choclillo.
Normalmente en los cámpings si hay quincho paso de montar la tienda y duermo dentro, en el suelo. Aquí hice lo mismo, pero hube de compartir techo con Pellejo, un perrín moribundo que durante el día estuvo tranquilo (prácticamente ni se movía), pero por la noche empezó como a delirar y es de esos perros que parece que dicen palabras y todo. Entre el mal rollo que me daba que se muriera allí mismo y que no podía dormir con él hablando sin parar a mi lado, acabé montando la tienda en mitad de la noche.
El día siguiente esperé a que se levantaran las nubes (hasta las, ejem, 13:30) y empecé a pedalear con un día glorioso. Hasta me puse en piernas y todo –y no sé cuánto hacía-. Pero a los 20 km mi suerte cambió: después de un bache gordo, la parrilla trasera (sí, la nueva recién estrenada) se dobló de tal manera que me bloqueaba la rueda y no vi manera humana de arreglarla con alambritos. Mecagentodo. En ese momento alcé un puño hacia el cielo y grité “¿Por qué?” “¿Por qué yo?”. Una cosa son el cansancio, el ripio, la lluvia, el viento o los caminos jodidos, pero un problema mecánico insoluble es lo peor, es algo contra lo que no se puede luchar. De repente se me bajó el cuadro (anímico) totalmente. Por alguna razón consideraba que el pronóstico de 7 días de buen tiempo era una especie de premio por las dos mojaduras y la espera en el quincho. Curioso. ¿Estará naciendo en mí una nueva vocación? ¿Estarán dando sus frutos las conversaciones teosóficas con Jorge? ¿Viviré sin vivir en mí?
Encima en medio de la nada, a 20 km de la población más cercana y 300 de cualquier tienda de bicis. Y sin vino, ni tabaco, ni dulce de leche con que ahogar, ahumar o endulzar mis penas.
Haciendo memoria logré dar con la causa de todos mis males. Recordé cierta carta que recibí cuando tenía 11 años en la que se me pedía que hiciera 10 copias y las enviara a mis amigos incluyendo una pesetina dentro, vaticinando toda suerte de males (aderezada con casos estrictamente reales) en caso de no hacerlo. Pues bien, no lo hice y, lo que es peor, me mofé de ella. Ahora, demasiado tarde, me doy cuenta de mi error. Niños, haced caso a las cartas. Pero no queméis ratones con parafina.
Lo cuento así para hacer de reír, pero tuve un bajón importante, una verdadera crisis de fe con todas las letras –desde la c hasta la e-. No tan jevi como la de la Transpirenaica con los pinchazos (¿te acuerdas Borja?), pero sí lo suficiente como para cenar y apagar la luz a las 21:00 sin leer y sin hacer los deberes del día –coser una movida del saco y limpiar el hornillo nuevo-.
Luego ya por la noche (dormí fatal) me serené y me di cuenta de que hacía apenas 3 días estaba intentando pillar un autobús hacia el norte, así que esto no cambiaba nada. Además, estuve maquinando maneras de apañar la parrilla para tirar por lo menos unos kilómetros.
Por la mañana me puse con ello y sí, los alambritos funcionaron. No sé si os habéis fijado en las fotos –o siquiera si se ve en alguna-, pero la Patagonia está petada de alambradas. TODA la tierra está cercada porque TODA la tierra está dedicada a la ganadería. Es algo chocante viniendo de Europa, pero gracias a eso tengo a mano alambres de todos los calibres. Lo que no tenía era unos alicates decentes por falta de previsión y me costó un huevo.

Pero lo logré
Como medida preventiva redistribuí la carga para poner más peso alante y ahora la consigna es: baches no. Es una pena, con lo que mola bajar despendolado, pero si así consigo llegar más allá o, incluso, a Bariloche, me doy con un canto en los dientes.
El caso es que la movida aguantó los siguientes 3 días (casi 200 km de ripio) y parece que sí, que voy a llegar a Bariloche pedaleando.
Esos 3 días transcurrieron sin incidentes y sin historietas. Mucho frío por la noche, niebla por la mañana y solazo sin calor a partir de mediodía. Paisajes acojonantes, más guapos si cabe con este tiempazo.
Finalmente llegué a Futaleufú –el paso hacia Argentina y final de la Carretera Austral hacia el este- después de 400 km desde Coyhaique. De camino al pueblo pensaba hacer campamento gitano en las cercanías, pero los charcos congelados en las zonas de sombra me hicieron decidirme por un cámping con quincho. Si tuviera el saco bueno que me acaba de mandar Patri a Temuco me atrevería, pero con este no.
Un dato curioso es que pasé por un pueblo, Villa Santa Lucía, en el que no se vende alcohol porque no hay cuartel de carabineros. Es cierto que en toda la Patagonia hay un problema bastante palpable a diario con el alcoholismo.
Otra curiosidad, esta sobre los arcoíris patagónicos: a diferencia de Asturias, donde nacen en un área indeterminada, difusa, situada en el aire, aquí salen de un punto concreto, supernítido y a ras de suelo; delante de una casa, un árbol, una piedra… Como el foco del Model’s, que ves que sale físicamente de un sitio. Lo he comentado con otros guiris y todos flipamos. Dan ganas de acercarse hasta allí a ver qué hay. Entiendo que ese es también el efecto buscado por la gerencia del Model’s.


Os dejo con unas fotos guapinas de la Carretera Austral. Unas resultonas, otras de chiripa y otras que me curré bastante.


Agua, siempre agua por todas partes

Ahora sí, Cris, Into the wild

















¿La Ciudad de Los Césares? Lo digo en serio










8 comentarios:

Anónimo dijo...

Miguelín!!
Me presta un montón ir leyendo tu viaje, y menudas fotos... hay algunas flipantes!!
Vio

Anónimo dijo...

Muy guapas las fotos, y el texto, me gusta cómo lo cuentas, todo en general es ¡bgruauffffrrr!. Esi palabro fue el que me salió, espero haber sido suficientemente explícito.
Una duda que me asalta: lo de que no vendieran alcohol en ese pueblo por no haber cuartel de carabineros tiene dos interpretaciones... En fin, me está entrando sed.
Un abrazo y cuidado que llega la nieve.

Anónimo dijo...

Miqui
estoy flipando mucho y cada post nuevo me hace planterarme muchas cosas de mi vida. Hace tiempo que sé que de mayor quiero ser como tú, pero cuanto más leo, más desgraciado me siento.
Sigue disfrutando, confirmo que America es la hostia y las gentes de America del Sur la rehostia. Dale recuerdos a San Carlos, Villa Langostura y el Bolson. A lo mejor si aguantas te da tiempo a hacer algo de esqui de fondo o "andino".
un besote gordo

Juan

Anónimo dijo...

Jo, molas más que Bear Grylls... Pero mucho más! Cuando vuelvas, a ver quién te lleva la contraria. Vaya plan.

Fer

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo. Sólo te queda beber tu propia orina...y de ahí al nobel hay un paso...
http://www.youtube.com/watch?v=IGQc01gsE3k

Anónimo dijo...

a ver M! que hace mucho que no actualizas y tu blog ya es como una droga para algunos!!

fermarin dijo...

Jo, Miguel, cada vez más guay.
Un abrazo transoceánico de los que estrujan las costillas...

fermarin dijo...

Miguelín, tú nunca estarás lejos... Nada de morriña y p'alante!

Aquí, a veces también hay morriña de tí...

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