27- 11 de mayo de 2011 - Futaleufú-El Bolsón

Al final hice bien en buscar refugio pagando porque las dos noches siguientes hizo -7ºC y -6ºC.

...qu'escarabayaba el pelleyu
El tercer día calentó, pero hubo un vendabal brutal con ráfagas de 100 km/h (siempre según windguru). Curiosamente esa noche dormí como un niño de teta, de esos días que te levantas diciendo quebiendormí. Pues el comentario general en el pueblo era sobre lo jevi que había sido y que parecía que el viento iba a arrancar las casas de cuajo. Con lo mal que duermo yo en casa cuando hay viento sur. Qué cosas.
Y el cuarto llovió, así que al final me quedé cuatro días.
Durante ellos vi a Daniela -una chilena que había conocido (en el sentido menos bíblico de la palabra) en Coyahique-, casi di otra charla para guajes -esta vez para una movida de educación ambiental que dirige Melanie, una americana que lleva aquí un año, y que se truncó por una huelga en el cole-, llevé un saludo para Jorge -un amigo de Mauro-, estuve de carrete en casa del mismísimo capitán de carabineros de Futaleufú -con música al alto la lleva y solos de batería en la casa cuartel, en pleno centro del pueblo, un lunes-. Lo típico.

Fabes, maíz y manzanas ¿de quién lo habrán aprendido?
Una cosa que he notado desde que empecé la Carretera Austral es que en los cámpings regentados por personas mayores, estos mismos vienen cada poco al quincho donde me encuentro a darme palique. Quiero achacarlo a mi natural simpatía y a mi saber estar, pero más bien creo que es porque es final de temporada, estoy solo y soy de los pocos viajeros que habla más o menos el mismo español que ellos. A veces se extralimitan y dan un poco la chapa o, lo que es peor, se quedan callados mirando mientras hago mis cosas (incómodo). Pero en esos casos contraataco con una batería de preguntas sobre cómo era su vida aquí antes, lo cual es asaz itneresante puesto que me da una idea de lo que tuvo que ser esto hace 50 o 60 años: como Las Hurdes pero con lluvia, con mucha lluvia.
Por cierto que este pueblo fue el más afectado por la erupción del volcán Chaitén en 2008, con una lluvia de cenizas de 3 semanas que llegó al medio metro. Lo que conté de Chaitén pueblo en el blog del año pasado ocurrió un año después.
Por fin partí galopando y cortando el viento en dirección a Argentina.
Nunca pensé que diría esto, y se me van a enfadar los chilenos, pero entrar en Argentina fue un soplo de aire fresco. Acostumbrado al hieratismo y parquedad patagones (con abundantísimas y notabilérrimas excepciones) entrar en una tienda y que te hagan bromas o se esfuercen por solucionar tu tema, se agradece un montón.
Desde un punto de vista alimenticio también hay un cambio. Los argentinos son unos llambiones (como un servidor, sí) y entar en una panadería con montones de caxigalines dulces (facturas -unos pastelitos dulces- o los alfajores, que me traen por la calle de la amargura -auqnue parezca un oxímoron-) después de meses de dieta espartana a base de dulce de leche, es un placer poder serle por fin infiel.
Parece imposible un cambio tan fuerte en tan pocos kilómetros, pero otro ejemplo son las chavalas, que aquí son ya como de otra manera.
Mas con la Argentina regresan los llanos y el viento, el peor ripio y la ausencia de garitas de autobús buenas para pasar la noche, factores que afectan al viaje en bici y que ya conocía de las anteriores incursiones en el país.
El primer pueblo es Trevelin, fudado por galeses (Trevelin = Tres Molinos en gaélico) en el siglo XIX. Se ven muchos ojos claros.
Dede allí giré hacia el norte para atravesar el Parque Nacional Los Alerces, que no me impresionó nada viniendo de donde vengo: más lagos y más bosques. Lo que aquí protegen como P.N. en Chile es monte.
Allí me pilló un día de lluvia (y ya sabéis que no, que lluvia no), por lo que pasé dos noches seguidas acampado en el mismo sitio. No me importó nada porque el sitio era muy bueno

aunque me dio un poco de miedo que el viento que sucedió a la lluvia -que hacía tornados en el lago- me tirara alguna rama tocha encima de la tienda. Por supuesto no ocurrió.
El siguiente pueblo fue Cholila, donde nada más llegar un tío me invitó a acampar en su casa, pero lo hipersolícito que fue y la acojonante brasa que me dio de camino, hicieron que le diera largas. Cortesmente por supuesto.
Entrando al pueblo me había fijado en un terreno donde tiene lugar la Feria Nacional del Asado, con al menos 100 quinchos uno al lado de otro. Una locura. Si existe un Valhalla de los viajeros en bici, debe de ser algo parecido a esto.

Esperé a que se hiciera de noche y me costó elegir uno. Calculé por dónde saldría el sol y escogí el nº 7.
Calculé fatal y hasta las 12:00 no pude salir del quincho. Hizo muchísimo frío. Todas mis cosas de metal se quedaron pegadas a la tierra y las botellas de agua tenían hielitos. Está llegando, lento pero inexorable, el invierno.
Pero como siempre, una noche fría trae un día de solazo. Reanudé el camino y me dirigí a ver una cosa de la que me había enterado de refilón, aunque luego me di cuenta de que Chatwin (ver Bibliografía) hablaba de ello: la casa donde vivieron Butch Cassidy, Sundance Kid y Etha Place, los bandoleros más guapos del Oeste. Sí señor, los de Dos hombres y un destino.
Sólo un cartel a la entrada indica lo que es, pero no hay señales en ningún otro sitio. Sin embargo, la casa está bastante cerca del camino principal -aunque a 15 km del pueblo más próximo- y destaca sobre el resto de construccionles de por acá por estar hecha de troncos horizontales cruzados. La típica de las pelis del Oeste.

Tenían rebaños de 300 vacas y 1500 ovejas, pero apenas estuvieron allí 3 años porque en 1905 fueron acusados injustamente de robar un banco -tanto va el cántaro a la fuente...- y se fueron cagando leches, robando, esta vez sí, -pa que lloréis con razón- un banco en Mendoza, más al norte.

En realidad el sitio no daba para mucho, así que di unas vueltas en bici alrededor de la casa riendo y siendo feliz mientras silbaba Raindrops falling on my head, pero sin chavala sentada en el manillar.

De esta casa de té también habla Chatwin
No me extraña que eligieran este sitio para quedarse, porque el paisaje es muy parecido al Oeste que se ve en las pelis.

Nada más salir de allí, en la única cuesta jevi de ripio del día ¡traca! se me bloquea la rueda de atrás. La puta parrilla trasera. Pero esta vez proferí una estentórea carcajada, desafiante y triunfal a la par. Tranquilamente me dirigí, tenaza en ristre, a la alambrada más cercana. Por primera vez no encontré cachos sueltos y tuve que cortar un alambre bueno. Estuve un rato decidiendo cuál de las 6 filas cortar y si más cerca o más lejos de los tensores para joder lo menos posble. Y supongo que me habré vuelto a equivocar.
En menos de una hora ya lo había arreglado (remendado) y seguí, pero con la esperanza de que en el siguiente pueblo grande -El Bolsón- haya tiendas de bici decentes.

Inasequible al desaliento
Más similitudes de esta zona con El Oeste de las películas: un rodeo. En una estancia junto a la carretera estaban marcando los terneros nuevos. Los van pasando de 2 en 2 a un redil y los paisanos los intentar lazar para inmovilizarlos. Cuando consiguen atarles las patas de alante, los agarran entre varios y en un decir jesús los capan, les hacen la marca de fuego en la cara y les hacen el corte de oreja. Las mujeres miran y los niños enredan. El ambiente, que todos parecen familiares entre sí y que hoy es domingo, me recuerdan mucho a la hierba, la patata o la matanza en Asturias.

Estuve tentado de entrar y hacerme el interesante para ver si me acababan invitando al festín pantagruélico de criadillas que, supuse, se darían esa misma tarde. Pero no lo hice.
A media tarde se levantó mucho viento y como aún quedaban 40 km paar el Bolsón decidí pedir refugio en una gasolinera desmantelada. Me recibió Don Saúl, un paisanín muy entrañable encargado de la vigilancia de la gasolinera y del basurero municipal, que me dejó acampara en la cochera (también muy del Oeste, por cierto).

En su casa da cobijo a varios borrachines de la zona y pr la mañana me invitarona compartir un churrasco (y un vasu vino). No hice fotos, pero fue lo más cerca que he estado nunca de la cena de Viridiana. Eso sí, muy majos.


Con menos viento ya y una etapa corta y fácil -aunque siempre se me hace exasperantemente larga la etapa de llegada a un sitio donde voy a parar un tiempo- llegué a El Bolsón y me encaminé al único cámping abierto con quincho, al otro lado del río.
Me recibió El Ruso, un superpersonaje del que hablaré en la próxima entrega. Esa misma noche Andrés, uno de los currantes a la sazón recién regresado después de 12 años en España y con cuñado ovetense, organizó un pollo al disco en el que me incluyó.
Esto pinta bien.

Esto sí que es malrollero, y no mi probe Pinín
O este
Biciclos de Krebs (broma para biólogos)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ánimo chaval! Me encanta la narrativa y las fotos. Aquí sigue
La crisis así que no tengas prisa ninguna! Un abrazo. Hugo

Anónimo dijo...

Miguel, como echaba de menos el blog...Me ha prestado leerte hoy por la vida, vuelve pronto!!!
Un beso gigante.

Lorena

Anónimo dijo...

Pequeño hobbit! Blanquito Bolsón, recien llegado de dar una vueltecilla con Bor por el Naranco, un gustazo leerte antes de retomar el curro. A ver si desde casa consigo hacer funcionar el Dropbox, que desde aquí no tira... Un abrazo, g.

YO, ME, MÍ, CONMIGO dijo...

Hola Hugo, hola Lore, hola g.
¿En qué quedamos, vuelvo o no vuelvo?

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