Como me lleva ocurriendo varias veces desde que empecé el viaje, me di la vuelta una vez que había dejado el cámping, con todo cargado en la bici. Pero esta vez no fue culpa mía. Cuando llegué al puesto fronterizo chileno, en el propio San Pedro (a 160 km de la frontera real) para sellar la salida del país, resultó que ese día habían cerrado el paso a todos los vehículos. Por mal clima, dijeron.
Una hora antes sí habían dejado pasar a un ciclista holandés que pretendía hacer todo en el día. Menudo titán. Nunca supe si lo consiguió. Por cierto, que este tío tiene una empresa de viajes en bici: 5 meses por Sudamérica con dos camiones de apoyo (es decir, pedalear sin equipaje), en un grupo de 30 personas por 9500 €.
La carretera hacia Argentina y la de Bolivia comparten los primeros 40 km. El paso hacia Bolivia es libre, así que había que suponer que el bacalao estaba después de la bifurcación. Yo por si acaso hice la jugada de decir que iba a Bolivia. Si luego me encontraba a los carabineros les diría que al final cambié de idea. Y si me obligaban a desviarme hacia Bolivia, pues nada, cambio de planes.
Llevaba casi dos semanas a la altitud del Urriello y esperaba que me hubiera servido de aclimatación, al menos un poco. Mi idea antes de llegar a San Pedro era hacer algunas rutas en bici subiendo lo máximo posible por los alrededores, pero al estar con Melanie no pudo ser. Sí que hicimos varias rutinas, pero el Salar de Atacama que rodea a San Pedro, es enorme y llanísimo, así que nos mantuvimos en los 2500 m durante todo el tiempo.
Fuere como fuere, al día siguiente, muy pronto, arranqué. Lo primero es una recta que en 10 km sólo sube unos 100 m, lo que te deja a la altura de Torrecerredo. Cruza todo lo que queda hacia ese lado del Salar y continuamente estás viendo el murallón de la Codillera, desde el llano. Impresiona, pero tampoco parece demasiado pindio, aunque sabes que te quedan 2200 de subida sin descanso.
Por fin comencé el ascenso y me empecé a notar flojísimo. Estos dos meses de parón han hecho estragos. A la altura del Aneto ya había hecho dos paradas y esa era la tercera. Por si acaso era cuestión de alimentación hice una parada larga junto a un rebaño de llamas para comer algo. Mientras estaba allí con mi pan y mi dulce de leche apareció una pareja francesa en bici. Charlamos un rato y me cuentan que llevan ya 3 semanas en Bolivia y que la subida no les está costando tanto. En fin. Decidí seguirles, pero subían como espúnics. No les perdía de vista, lo cual era más desalentador si cabe, puesto que me daba cuenta de cómo iba aumentando la distancia lenta pero inexorablemente.
A la altura del Teide ya no podía más. Una sensación muy rara: no era que estuviera cansadísimo, ni que me faltara el aire, sino que sencillamente las piernas no me funcionaban. Supuse que sería cosa del hematocrito, de falta de glóbulos rojos que transportaran el oxígeno hacia los músculos. Ya sabía yo que tenía que haberme desayunado un buen bocata de EPO. Si lo hacen los de verdad, ye por algo.
No tenía ningún sentido seguir luchando contra algo que no dependía de mí, así que avancé un poco hasta encontrar un sitio apto para acampar. Como antes de llegar al altiplano los sitios llanos escasean, lo único que encontré fue un carril de frenado de emegencia para camiones, como los que hay en el Huerna. Planté la tienda esperando que ningun camión tuviera que utilizarlo o que, en todo caso, consiguiera frenar antes de llegar al final. Además, el carril quedaba un poco oculto de la carretera, lo que me convenía para que no me vieran los carabineros.
Durante la tarde me empezó a doler bastante la cabeza y los movimientos bruscos me aceleraban la patata cosa fina, pero disfruté de una puesta de sol espectacular, con el llano abajo y los primeros volcanes a un lado.
A partir de ahí hay un sube y baja cómodo que me dejó a la altura del Mont Blanc, la altitud máxima del paso (4826 m), desde donde empieza a bajar lentamente -con repechos- y entra en un paisaje acojonante.
Toda la Cordillera en esta parte es volcánica. No crece ni una planta, salvo en las zonas bajas y en los salares. Todo está modelado por el viento y la meteorización y las montañas ya no son cónicas, a pesar de ser volcanes, y tienen formas muy suaves. Pero todas son diferentes, en distintas tonalidades del marrón. Recuerda mucho a los planetas que se ven en todas esas pelis de ciencia ficción. Por la noche hay un silencio absoluto y en el cielo no cabe ni una estrella más.
Bueno, que me caliento. Aquel viento que en San Pedro se levantaba hacia las 13:00 y paraba al atardecer, aquí arrba es muy fuerte y muy frío. Por fin llegué al sitio en el que supuestamente había agua y refugio contra el viento. El refugio es el murín de un mirador circular, que no es gran cosa (y el hecho de ser circular no ayuda mucho), pero algo hacía. Y el río que pasa por allí estaba congelado.
Tenía agua suficiente para la cena, el desayuno y un poco más, y suponía (esperaba) que el viento pararía al ponerse el sol, cosa que ocurrió. Menos mal, porque tenía los pies congelados (quiero decir "muy fríos", no "congelados" de verdad) y tardé unas horas en recuperar totalmente la sensibilidad.
Dormir a 4600 m es una sensación rara. En posición de descanso no noté que me faltara el aire y dormí muy bien, pero sí que de vez en cuando tenía que hacer una inspiración más profunda. Y, desde luego, incorporarme rápido o hacer movimientos bruscos, me daba vahídos. Muy guay.
Otras cosas que noté de la altitud es que el agua tarda mucho más en hervir, que la colchoneta autohinchable no se autohincha, o que tenía que bombear aire más frecuentemente en el hornillo.
Tenía muchas ganas y curiosidad por probar la altitud y saber cómo respondía a ella. Pero al no tener forma de comparar, sigo sin saber si lo mío es normal o no. Es decir, si soy un alfeñique o un superhombre cuya simiente forjará una nueva estirpe (miope) tras el inminente Armagedón.
Por la mañana fundí nieve para rellenar las botellas y partí.
Pero el paisaje era tan guapísimo, que en el siguiente mirador, a sólo 30 km, decidí acampar para poder caminar un poco por los alrededores, mirar los pocos pájaros que hay y, en general, disfrutar del desierto altiplánico y del salar que había allí cerca. Guapísimo.
Unos alemanes que iban en un microbús pararon en el mirador y me acribillarona a preguntas. Cuando marchaban absolutamente todos rebuscaron en sus mochilas para darme comida. Muy gracioso: entre "siente a un pobre en su mesa" y "lo que os encuentre pa mí".
Otros 50 km muy fáciles y muy guapos me llevaron hasta el puesto fronterizo argentino. Allí monté la tienda en un centro de transportes, donde paran todos los camiones antes de hacer el Paso Jama en sentido contario al mío.
La práctica totalidad de los camiones que pasan por aquí son paraguayos y brasileiros que vienen del puerto y la zona franca de Iquique, en Chle. Casi la mitad de ellos transportan coches japoneses de segunda mano, con el volante al otro lado.
Los camiones aquí son más majos que en otros lados. Cuando vienen de frente todos pitan, saludan y te dan ánimos. Pero cuando vienen por detrás cuesta abajo son unos verdaderos hijos de puta. Te pitan desde lejos para que te apartes, incluso en sitios sin arcén, y se niegan a cambiarse de carril o a bajar la velocidad. Te pasan rozando a toda ostia y ni se inmutan. Se la sudáis tú y tu bicicleta. A veces fantaseas y piensas qué pasaría si llevaras una pistola en la mariconera. Grrrrrrr. Me pregunto si son los mismos los que saludan y los que te regalan cosas que los hijos de puta. Sospecho que sí.
En el centro de transportes estaba protegido por un muro, pero noté que esta vez el viento no había parado en toda la noche. Por la mañana seguía haciendo mucho viento. Para seguir tenía que pasar por dos salares, uno a 4100 m y otro a 4000, pero sabía que en ningún momento tendría que pedalear contra el viento, por lo que decidí arriesgarme.
Los primeros 60 km fueron una gozada. Con el viento de cola volaba por el llano. Para hacer la prueba (y el pijo), durante toda una recta de 8 km partí de parado sin dar pedales y rodé a 15-25 km/h empujado sólo por el viento. Y luego dando pedal alcanzaba tranquilamente los 60. No sé qué velocidad tendría el viento, pero en la bajada entre un salar y otro iba a 75 y todavía notaba el viento en la espalda. De todas formas, a medida que iba avanzando el día la cosa se iba poniendo más brava. Hubo varias veces que me metí en una nube de arena que iba en mi misma dirección y fue una sensación muy guay, como surfeando una ola de arena. En una de estas, y por tonto, se me estropeó definitivamente la máquina de retratar.
A partir de ahí no hay más fotos.
Pero claro, yo sabía de sobra que luego la carretera viraba hacia el norte y tendría el viento de costado. Y ese momento llegó. Uffffff. Fueron 30 km terribles. Un viento constante (calculo, asín a ojo, que serían unos 100 km/h) con una tormenta de arena brutal que cubría las montañas de alrededor. La carretera, además, no iba recta, así que cada pocos kilómetros tenía que cambiar la manera de pedalear. Puede parecer una pijada, pero estás tan concentrado en mantener una dirección que cualquier cosa que cambie te jode todo el método que estás aplicando. No digo que sea tan complicado como navegar, pero es parecido. Pasar de ceñida al través o a un largo requiere cambiar toda la movida. Sumado a que no ves nada y a que de vez en cuando pasan camiones (que no oyes llegar) que te quitan el viento y hacen que te dirijas derechito contra su remolque. Iba totalmente tapado, pero eso no impidió que comiera mucha arena y que por la noche me sacara arena hasta de la regaña.
Lo cuento así porque así fue como pasó, pero me prestó mucho, claro. Después de dos meses sin hacer nada de provecho, esto era un reencuentro cojonudo.
Por fin el camino volvió a virar hacia el este, pero se metió en otro sistema montañoso donde ya no había viento. Una pena porque estaba esperando ese momento como recompensa, pero bueno, los últimos 20 km fueron de bajada y a través de un cambio de paisaje acojonante, hasta llegar a Susques, el primer pueblo desde Chile, a 300 km de San Pedro.
Allí me alojé en un hospedaje con camioneros borrachos, y una familia de franceses me ayudó a abrir la cámara y joderla definitivamente.
Una hora antes sí habían dejado pasar a un ciclista holandés que pretendía hacer todo en el día. Menudo titán. Nunca supe si lo consiguió. Por cierto, que este tío tiene una empresa de viajes en bici: 5 meses por Sudamérica con dos camiones de apoyo (es decir, pedalear sin equipaje), en un grupo de 30 personas por 9500 €.
La carretera hacia Argentina y la de Bolivia comparten los primeros 40 km. El paso hacia Bolivia es libre, así que había que suponer que el bacalao estaba después de la bifurcación. Yo por si acaso hice la jugada de decir que iba a Bolivia. Si luego me encontraba a los carabineros les diría que al final cambié de idea. Y si me obligaban a desviarme hacia Bolivia, pues nada, cambio de planes.
Llevaba casi dos semanas a la altitud del Urriello y esperaba que me hubiera servido de aclimatación, al menos un poco. Mi idea antes de llegar a San Pedro era hacer algunas rutas en bici subiendo lo máximo posible por los alrededores, pero al estar con Melanie no pudo ser. Sí que hicimos varias rutinas, pero el Salar de Atacama que rodea a San Pedro, es enorme y llanísimo, así que nos mantuvimos en los 2500 m durante todo el tiempo.
Fuere como fuere, al día siguiente, muy pronto, arranqué. Lo primero es una recta que en 10 km sólo sube unos 100 m, lo que te deja a la altura de Torrecerredo. Cruza todo lo que queda hacia ese lado del Salar y continuamente estás viendo el murallón de la Codillera, desde el llano. Impresiona, pero tampoco parece demasiado pindio, aunque sabes que te quedan 2200 de subida sin descanso.
Por fin comencé el ascenso y me empecé a notar flojísimo. Estos dos meses de parón han hecho estragos. A la altura del Aneto ya había hecho dos paradas y esa era la tercera. Por si acaso era cuestión de alimentación hice una parada larga junto a un rebaño de llamas para comer algo. Mientras estaba allí con mi pan y mi dulce de leche apareció una pareja francesa en bici. Charlamos un rato y me cuentan que llevan ya 3 semanas en Bolivia y que la subida no les está costando tanto. En fin. Decidí seguirles, pero subían como espúnics. No les perdía de vista, lo cual era más desalentador si cabe, puesto que me daba cuenta de cómo iba aumentando la distancia lenta pero inexorablemente.
A la altura del Teide ya no podía más. Una sensación muy rara: no era que estuviera cansadísimo, ni que me faltara el aire, sino que sencillamente las piernas no me funcionaban. Supuse que sería cosa del hematocrito, de falta de glóbulos rojos que transportaran el oxígeno hacia los músculos. Ya sabía yo que tenía que haberme desayunado un buen bocata de EPO. Si lo hacen los de verdad, ye por algo.
No tenía ningún sentido seguir luchando contra algo que no dependía de mí, así que avancé un poco hasta encontrar un sitio apto para acampar. Como antes de llegar al altiplano los sitios llanos escasean, lo único que encontré fue un carril de frenado de emegencia para camiones, como los que hay en el Huerna. Planté la tienda esperando que ningun camión tuviera que utilizarlo o que, en todo caso, consiguiera frenar antes de llegar al final. Además, el carril quedaba un poco oculto de la carretera, lo que me convenía para que no me vieran los carabineros.
Durante la tarde me empezó a doler bastante la cabeza y los movimientos bruscos me aceleraban la patata cosa fina, pero disfruté de una puesta de sol espectacular, con el llano abajo y los primeros volcanes a un lado.
Por la mañana no sólo estaba mejor sino que me encontraba perfectamente, sin dolor de cabeza, con fuerzas y ganas. Muy raro.
El puerto seguía subiendo sin un solo descanso hasta la altura del Matterhorn, pero lo hice del tirón, sin ningún problema. Bueno, sin ningún problema no, porque si aceleraba demasiado pareceía que el corazón se me iba a salir por la boca y en las sienes sentía los timbales de 2001, así que tenía que mantener el ritmo suficientemente bajo, pero no demasiado para no hacer eses. O sea, bastante entretenido.A partir de ahí hay un sube y baja cómodo que me dejó a la altura del Mont Blanc, la altitud máxima del paso (4826 m), desde donde empieza a bajar lentamente -con repechos- y entra en un paisaje acojonante.
Toda la Cordillera en esta parte es volcánica. No crece ni una planta, salvo en las zonas bajas y en los salares. Todo está modelado por el viento y la meteorización y las montañas ya no son cónicas, a pesar de ser volcanes, y tienen formas muy suaves. Pero todas son diferentes, en distintas tonalidades del marrón. Recuerda mucho a los planetas que se ven en todas esas pelis de ciencia ficción. Por la noche hay un silencio absoluto y en el cielo no cabe ni una estrella más.
Yo no sé si será efecto de la altitud, pero eso se parece mucho a un gigante (cachas) semienterrado ¿no?
Pasé por el único sitio que estaba cerrado por nieve, donde había una retroexcavadora abriendo el paso, pero hay un desvío de unos 300 m por ripio. Me cago en los carabineros. Son unos exagerados. A diferencia de los que he conocido en otras fronteras más al sur, estos me parecen unos gilipollas: la única razón para retener el tráfico de esta manera es su propia conveniencia. Para ahorrarse problemas, nos los crean a los demás. Es una putada para los camioneros, para los turistas y para los ciclistas. Y además son unos desagradables. Es más, tanto decir que es por nuestra seguridad y ni una sola de las patrullas que me crucé esos días se paró a preguntarme a dónde iba ni si estaba bien, ni nada de nadaBueno, que me caliento. Aquel viento que en San Pedro se levantaba hacia las 13:00 y paraba al atardecer, aquí arrba es muy fuerte y muy frío. Por fin llegué al sitio en el que supuestamente había agua y refugio contra el viento. El refugio es el murín de un mirador circular, que no es gran cosa (y el hecho de ser circular no ayuda mucho), pero algo hacía. Y el río que pasa por allí estaba congelado.
Tenía agua suficiente para la cena, el desayuno y un poco más, y suponía (esperaba) que el viento pararía al ponerse el sol, cosa que ocurrió. Menos mal, porque tenía los pies congelados (quiero decir "muy fríos", no "congelados" de verdad) y tardé unas horas en recuperar totalmente la sensibilidad.
Dormir a 4600 m es una sensación rara. En posición de descanso no noté que me faltara el aire y dormí muy bien, pero sí que de vez en cuando tenía que hacer una inspiración más profunda. Y, desde luego, incorporarme rápido o hacer movimientos bruscos, me daba vahídos. Muy guay.
Otras cosas que noté de la altitud es que el agua tarda mucho más en hervir, que la colchoneta autohinchable no se autohincha, o que tenía que bombear aire más frecuentemente en el hornillo.
Tenía muchas ganas y curiosidad por probar la altitud y saber cómo respondía a ella. Pero al no tener forma de comparar, sigo sin saber si lo mío es normal o no. Es decir, si soy un alfeñique o un superhombre cuya simiente forjará una nueva estirpe (miope) tras el inminente Armagedón.
Por la mañana fundí nieve para rellenar las botellas y partí.
Pero el paisaje era tan guapísimo, que en el siguiente mirador, a sólo 30 km, decidí acampar para poder caminar un poco por los alrededores, mirar los pocos pájaros que hay y, en general, disfrutar del desierto altiplánico y del salar que había allí cerca. Guapísimo.
Unos alemanes que iban en un microbús pararon en el mirador y me acribillarona a preguntas. Cuando marchaban absolutamente todos rebuscaron en sus mochilas para darme comida. Muy gracioso: entre "siente a un pobre en su mesa" y "lo que os encuentre pa mí".
Otros 50 km muy fáciles y muy guapos me llevaron hasta el puesto fronterizo argentino. Allí monté la tienda en un centro de transportes, donde paran todos los camiones antes de hacer el Paso Jama en sentido contario al mío.
La práctica totalidad de los camiones que pasan por aquí son paraguayos y brasileiros que vienen del puerto y la zona franca de Iquique, en Chle. Casi la mitad de ellos transportan coches japoneses de segunda mano, con el volante al otro lado.
Los camiones aquí son más majos que en otros lados. Cuando vienen de frente todos pitan, saludan y te dan ánimos. Pero cuando vienen por detrás cuesta abajo son unos verdaderos hijos de puta. Te pitan desde lejos para que te apartes, incluso en sitios sin arcén, y se niegan a cambiarse de carril o a bajar la velocidad. Te pasan rozando a toda ostia y ni se inmutan. Se la sudáis tú y tu bicicleta. A veces fantaseas y piensas qué pasaría si llevaras una pistola en la mariconera. Grrrrrrr. Me pregunto si son los mismos los que saludan y los que te regalan cosas que los hijos de puta. Sospecho que sí.
En el centro de transportes estaba protegido por un muro, pero noté que esta vez el viento no había parado en toda la noche. Por la mañana seguía haciendo mucho viento. Para seguir tenía que pasar por dos salares, uno a 4100 m y otro a 4000, pero sabía que en ningún momento tendría que pedalear contra el viento, por lo que decidí arriesgarme.
Los primeros 60 km fueron una gozada. Con el viento de cola volaba por el llano. Para hacer la prueba (y el pijo), durante toda una recta de 8 km partí de parado sin dar pedales y rodé a 15-25 km/h empujado sólo por el viento. Y luego dando pedal alcanzaba tranquilamente los 60. No sé qué velocidad tendría el viento, pero en la bajada entre un salar y otro iba a 75 y todavía notaba el viento en la espalda. De todas formas, a medida que iba avanzando el día la cosa se iba poniendo más brava. Hubo varias veces que me metí en una nube de arena que iba en mi misma dirección y fue una sensación muy guay, como surfeando una ola de arena. En una de estas, y por tonto, se me estropeó definitivamente la máquina de retratar.
A partir de ahí no hay más fotos.
Pero claro, yo sabía de sobra que luego la carretera viraba hacia el norte y tendría el viento de costado. Y ese momento llegó. Uffffff. Fueron 30 km terribles. Un viento constante (calculo, asín a ojo, que serían unos 100 km/h) con una tormenta de arena brutal que cubría las montañas de alrededor. La carretera, además, no iba recta, así que cada pocos kilómetros tenía que cambiar la manera de pedalear. Puede parecer una pijada, pero estás tan concentrado en mantener una dirección que cualquier cosa que cambie te jode todo el método que estás aplicando. No digo que sea tan complicado como navegar, pero es parecido. Pasar de ceñida al través o a un largo requiere cambiar toda la movida. Sumado a que no ves nada y a que de vez en cuando pasan camiones (que no oyes llegar) que te quitan el viento y hacen que te dirijas derechito contra su remolque. Iba totalmente tapado, pero eso no impidió que comiera mucha arena y que por la noche me sacara arena hasta de la regaña.
Lo cuento así porque así fue como pasó, pero me prestó mucho, claro. Después de dos meses sin hacer nada de provecho, esto era un reencuentro cojonudo.
Por fin el camino volvió a virar hacia el este, pero se metió en otro sistema montañoso donde ya no había viento. Una pena porque estaba esperando ese momento como recompensa, pero bueno, los últimos 20 km fueron de bajada y a través de un cambio de paisaje acojonante, hasta llegar a Susques, el primer pueblo desde Chile, a 300 km de San Pedro.
Allí me alojé en un hospedaje con camioneros borrachos, y una familia de franceses me ayudó a abrir la cámara y joderla definitivamente.
Esto me emocionó un poco. Me parece un epitafio perfecto, aunque habría preferido que pusiera "nuestro amigo"
2 comentarios:
Estimado
Lo que le pasa a Ud. es completamente normal y de llama Puna (así lo definen los habitantes de esa zona). Subir tantos metros en poco tiempo hace que afloren esos síntomas.
Saludos y éxito en el viaje.
Hello from the una familia de franceses ;)
And one thousand sorry for the camera :p
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