Como me encontraba bastante cansado por la batalla del día anterior, por la mañana remoloneé bastante y no salí hasta el mediodía.
Ya no hacía viento y me di un paseo por el pueblo. Susques tiene una calle principal que recuerda mucho a pueblo castellano, una iglesia española de 1670 de adobe, techos de cactus y tejado de paja, que es la más guapa que vi en todo el tramo que aquí relato.
Y un cementerio con tumbas minúsculas de adobe que me encantó y que me jodió mucho no poder fotografiar.
Y un cementerio con tumbas minúsculas de adobe que me encantó y que me jodió mucho no poder fotografiar.
A lo largo de todo este tramo, por supuesto, encontré más cosas que me apetecía fotografiar que nunca. Pero no pude porque no tenía cámara.
Por cierto, las fotos que pongo en esta entrada son robadas sin ningún pudor de Panoramio. Pongo pocas porque no he querido abusar (demasiado), pero son estas cosas de internet: en nuestro afán exhibicionista ponemos ahí nuestras cosas y cualquiera puede hacer lo que quiera con ello, desde un mindundis como yo a Spectra, Lex Luthor, Google, Facebook, o la T.I.A.
Desde Susques el siguiente objetivo era Salta, una de las dos ciudades grandes del noroeste argentino, que se encuentra más al sur de Susques. Pero de camino quería parar en una zona de escalada de la que oí hablar en El Chaltén, a 4000 km de aquí. Vi un artículo y unas fotos en una revista de montaña y decidí en aquel momento que sería uno de los objetivos del viaje.
Para llegar a Tuzgle (como llaman los escaladores a la zona) o la Quebrada de Aguas Calientes (como lo llaman los habitantes de por allí) hay que tomar un camino de ripio que en 80 km te deja escalando y en otros 60 te lleva hasta una carretera asfaltada. Todo ello permanentemente por encima de los 4000 m. Después del Paso Jama ya me sentía perfectamente aclimatado, aunque eso no quita para que los esfuerzos te den acelerones cardiacos. Pero en la actividad normal ni te enteras.
Por fin me puse a pedalear y entré en un paisaje nuevo para mí y que me encantó. El camino serpenteaba entre colinas pedregosas cubiertas aquí y allá de de matorrales con pinchos. Un silencio absoluto y un sol implacable. Tanto me fascinó, que a los 10 km, al encontrar unas casinas de adobe semiabandonadas/semihabitadas paré y decidí que tenía que quedarme allí el resto del día y a pasar la noche.
Eran las 13:00, pero eso me daba la oportunidad de explorar los alrededores hasta la puesta de sol. Escondí la bici y las cosas y me puse a subir y bajar colinas, meterme en las quebradas, seguir lechos de arena de antiguos ríos, ver algunos pájaros nuevos y visitar repetidas veces a una familia de vizcachas, un bicho que tenía muchas ganas de ver.
Por la noche dormí en una de las cuatro casinas de adobe, la que hacía la función de llar. No sé si se nota, pero me encantó ese día. Luego me di cuenta de lo bien que había hecho en parar, porque no volví a encontrarme ese tipo de paisaje. Supongo que en Bolivia habrá cosas parecidas, pero aún no lo sé.
Por la mañana partí y a los pocos kilómetros dejé las colinas para pasar al llano. La pista, que hasta ese momento era bastante buena, se tornó arenosa. Ciclable, pero arenosa. Con todo el peso que llevo costaba bastante pedalear.
Llegué al primero de los 3 pueblos (de unos 100 habitantes cada uno) que hay antes de la zona de escalada. Huáncar, se llama. Los guajes, que en ese momento estaban entrando o saliendo de la escuela, se descojonaron de mí al pasar. Me sentí bastante gilipollas con mi "sonrisa especial niño" y ellos partiéndose el culo de mí. No lo entendí bien. Para rematar, ni una sola de las señoras (no vi ningún hombre) de todo el pueblo me devolvió el saludo. Muy raro todo. Así que ni se me ocurrió parar en el pueblo.
Los pobladores de esta zona son "pueblos atacameños". No les gusta que les llamen indios (no me extaña), son supercatólicos, tienen nombres del santoral, no tienen lengua propia (o más bien "ya" no la tienen) y hablan castellano perfectamente.
Flipé con el comportamiento de la gente de Huáncar y me imaginé que serían así en el resto de pueblos, pero no, no lo fueron. Otra cosa que los diferencia es que las señoras de Huáncar iban vestidas muy curiosas, con faldas de un solo color, camisa amplia, sombreros de ala muy ancha y pañuelo tapándose el pelo. Pero en el resto de pueblos no iban así.
Al salir de Huáncar empezó el viento cabrón. Por la derecha. Esta vez no era tan fuerte como para levantar arena, pero entre lo que costaba pedalear y el viento, ese día fue muy duro. Sólo hice 50 km, pero eché casi todo el día. Además, cada poco veía a un caminante que tardó lo mismo que yo en hacer 30 km. Grrrrrr, cómo jode.
Bueno, seguí bregando por el llano y cuando pasé al lado de una de las pocas casas que vi en medio de la nada, salió un perro a ladrarme. Pero detrás del perro salió una llama. Los perros sé lo que hacen y sé lo que tengo que hacer, pero una llama es un bicho totalmente nuevo para mí. Además, son enormes, como potros. No sabía si sólo tenía curisidad o si pretendía morderme o cocearme. O escupirme, como al capitán Haddock. El caso es que aquella llama venía corriendo cada vez más rápido con la mirada fija en mí. Y cuento más se acercaba más me acojonaba yo.
Cuando se puso a mi lado le di unas voces (¡gaznápira!, ¡macrocéfala!, ¡iconoclasta!), pero no surtió ningún efecto. Intenté ir más rápido, pero como la tenía detrás y me daba la vuelta para ver qué hacía, tenía bastante miedo de caerme. Y ella me daba bastante miedo también, claro. Así que al final pasé al Método Conan: paré y le dí unos manotazos nerviosos en la cara. No sé si se sorprendió o sintió ese miedo cerval de la bestia ante el humano, pero el caso es que se alejó un poco, yo arranqué y ella se quedó. Días más tarde, hablando con una pastora de llamas, me dijo que las llamas macho que se crían en casa son bastante conflictivas, y que lo que suelen hacer es empujarte para tirarte al suelo. O sea que libré bastante bien.
Ese día pretendía llegar a la zona de escalada, pero como decía antes, a los 50 km estaba harto de arena y viento y me metí en el pueblo Pastos Chicos. Entré en una tienduca a comprar alguna cosa y aproveché para preguntar si les molestaría que acampara junto al muro del cementerio, que había visto que tenía un ángulo perfecto protegido del viento. La señora me dijo que no les molestaría, pero me miró horrorizada, preguntando cómo se me ocurría semejante temeridad. Me propuso que mejor preguntara en el puesto (puestín) de socorro, a ver si me dejaban quedarme allí.
Fui para allá y Luis, el enfermero, ni corto ni perezoso me metió en su casa, en una habitación que estaban arreglando. Pues perfecto.
Como aún quedaban horas de luz me fui a dar un paseo por los alrededores. Todos los pueblos atacameños (argentinos) en los que estuven tienen dos cosas:
- un via crucis con las 14 estaciones (aquí son siempre 14) hasta la cima del cerro más cercano
- el nombre del pueblo escrito con piedras pintadas de color blanco haciendo letras enormes sobre la ladera de ese u otro cerro. Algunos ponen también una frase de bienvenida. Una horterada cojonuda. Tiene toda la pinta de que empezaron a hacerlo unos de un pueblo y el resto fueron detrás
Al volver del via crucis me acerqué a ver un corral con cabritos de un mes y cuando volvía hacia el pueblo los 10 cabritinos se escaparon y me siguieron. No sabía qué hacer, así que después de dudar un rato continué hacia el pueblo con todos los bichos detrás cual Flautista de Hamelin. Esperaba que apareciera el dueño para explicarle que yo no había hecho nada, que era culpa de ellos, de los cabritos.
Los dueños resultaron ser dos guajes, ella de 12 y él de 10 (aunque parecían de 10 y 7 -el tema nutricional aquí debe de ser jodido-). Digo "dueños", aunque más bien supongo que serían "encargados", pero no vi ningún adulto. Les ayudé a meter los cabritos en el corral, pero cada vez que metíamos los últimos, los dos primeros ya se habían vuelto a escapar. Y así una y otra vez. Parecía Arizona Baby. Cuando después de muchos intentos conseguimos bloquear todas las vías de escape (cómo trepan los jodíos) fuimos a calentar la leche para darles el biberón.
Mientras tanto me explicaron que se había muerto alguien del pueblo recientemente y que ya se sabe que al principio es muy normal que por la noche salga de su tumba. Ahí entendí lo de la paisana de la tienda. También me preguntaron si se me había cruzado el zorro en el camino. Les mentí para ver de qué iba la movida (hacía apenas dos días se me había cruzado uno) y me dijeron que menos mal, porque "te quita la vida". Luego me preguntaron lo típico: qué animales había en España, si hay indios (recordar que ellos no se consideran "indios"), si tenía pistola, si mi mamá era buena... Y me enseñaron la chayada de su casa, un agujero en el suelo en el que depositan ofrendas de coca, cigarros, comida y bebida, entre ello botes de alcohol de 96º que por lo visto los adultos beben. Antes decía que eran supercatólicos, pero presta ver que mantienen algunas tradiciones.
Una cosa que me hizo mucha gracia es que mientras íbamos charlando de vuelta al corral, el guaje se sacó la pirula y se puso a mear, sin dejar de caminar ni de charlar. A barlovento, con lo que a mí me puso pingando hasta las rodillas y a sí mismo hasta el pecho.
Luego fuimos a dar la mamadera a los chivitos. Se burlaron de mí (los guajes) todo lo que quisieron porque, según ellos, no tenía ni idea de hacerlo (cuando, según yo, parecía que llevaba toda la vida haciéndolo).
Me despedí de ellos y me fui a cenar y dormir.
Por la mañana, como había visto que Abraham, el que estaba currando de albañil arreglando la casa de Luis, tomaba hoja de coca, le pregunté por el tema. Me dijo que Marcela, la mujer de Luis, vendía en su tienda, así que compré por 6 € un paquete enorme y un sobre de bicarbonato. Abraham me enseñó a coquear: primero se le pide algo a la coca y se deja caer una hoja al suelo; si cae con el haz (la parte más verde) hacia arriba, se cumple la petición; y si cae por el envés, no. Luego se mete un manojo de hojas debajo del papo y después un poco de bicarbonato (bica, como le decimos en el altiplano). Aún no tengo clara cuál es la función del bica en el coqueo. Además, en algunas zonas en lugar de bica se usan cenizas y, en otras, piedra caliza puesta al fuego, que hace que se deshaga en un polvillo, como en la cementera de Tudela Veguín.
A partir de ahí todos los días que estuve en altura coqueé. Se supone que combate la "puna" o fatiga por la altitud. Yo creo que sí que funciona, pero también me da la impresión de que en cuanto sacas la bola de la boca, te da un poco de bajón físico. De esto no estoy seguro porque no fueron suficientes veces, pero cuando vuelva al altiplano, seguiré mirando el tema. Tiene un sabor como a té verde y hace que se te duerman el papo y la parte de la lengua que contacta. Aunque tengas la bola ahí metida no molesta para hablar ni para beber.
Por cierto, "puna" designa tanto al paisaje altiplánico como al efecto de la altitud.
Por lo que pude ver luego, en el norte de Argentina (no necesariamente en el altiplano) todos los varones con rasgos indígenas que hacen un trabajo físico coquean. Se meten en el papo una bolonas brutales. Y no sé si será por eso, pero el índice de desdentados es altísimo.
En Argentina la coca sólo es legal en las provincias de Salta y Jujuy. En Chile está superprohibido. Se preocupan tanto por la salud de su pueblo que prohíben los usos tradicionales de esas plantas del demonio como la coca, el cactus de San Pedro, setas y todo aquello que produzca ebriedad que no sea el alcohol.
Podría ser por la coca o podría ser por estar descansado, porque no había viento y por la perspectiva de escalar ese mismo díia. El caso es que cubrí los 25 km hasta el siguiente pueblo, Puesto Sey, en un periquete. Compré algunos víveres (muy majos también aquí) y seguí hacia la Quebrada de Aguas Calientes.
Ya lo había visto en fotos y creía que sabía lo que iba a ver, pero no me esperaba tanto ni tan guapo: 10 km de bloques a ambos lados del camino. Y todos escalables, no como el granito. Las caídas buenas en general, sobre una tierra muy suelta (siempre que no caigas sobre un arbusto espinoso), lo que es importante, estando sin compañeros y sin colcho.
Escondí las cosas -no muy necesario puesto que el día más transitado sólo pasaron 3 coches- y en seguida me puse a escalar. Durante esa tarde y la mayor parte del día siguiente hice un montón de bloques. Me noté flojo, aunque no tanto como esperaba, pero al estar solo no tuve más remedio que dedicarme más a la placa que al desplome. A causa de la altitud (4200 m) y por mucha coca que me metiera, cada vez que me encaramaba a un bloque tenía que sentarme para recuperarme del acelerón
Me encantó volver a escalar y me habría quedado más días, pero tenía otra idea en mente: al lado de la Quebrada está el volcán (inactivo) Tuzgle, de 5530 m. Ya sé que he dicho una y otra vez que ya no me gusta caminar, pero no siempre voy a tener un pico de esa altura, sin nieve, y al ladito de casa. Tenía que seguir probándome en altura.
Terminé de escalar y salí de la Quebrada para dormir en una casina vacía junto al camino. Me habían dico que un antiguo camino minero de extacción de azufre subía hasta media ladera, así que me fui para allá en la bici, pero después de unos cuantos kilómetros de arena y más arena (por los que tendría que pasar, cargado, el día siguiente), me dio la brasa y me volví. Aproveché para hablar con una paisanina pastora de llamas, Margarita, que vive sola en medio de la puna y que me encantó, y decidí encarar el volcán de frente.
Por supuesto no seguí el evidente sendero que se veía a la derecha y subí por donde me dio a mí la gana, buscando alguna trepada. Hasta los 5000 subí a buen ritmo, pero a partir de ahí cada vez más y más lento. Ese día no coqueé para no enmascarar la puna, pero me quedó la curiosidad, claro. Los últimos 200 metros me costaron mucho. Bueno, no es que cuesten, es que sencillamente hay un límite físico que impide ir más rápido, pero no es cansancio. Es un poco frustrante hasta que lo aceptas.
Cumbre. Un buen rato para ver todo desde arriba y pabajo. De vuelta en la casina metí los pies en el arroyo termal que pasa al lado y que da nombre a la Quebrada. Cenar y dormir.
Este tiempo en la puna me pasó una factura extraña en la piel. Se me secó un montón y se me hacían heriducas al mínimo roce. Las uñas de los índices y pulgares se me empezaron a levantar. Y de tanto arrebañarme el perenne moquillo con la mano, me salieron unas como úlceras en pulgar e índice derechos.
Mientras tanto me explicaron que se había muerto alguien del pueblo recientemente y que ya se sabe que al principio es muy normal que por la noche salga de su tumba. Ahí entendí lo de la paisana de la tienda. También me preguntaron si se me había cruzado el zorro en el camino. Les mentí para ver de qué iba la movida (hacía apenas dos días se me había cruzado uno) y me dijeron que menos mal, porque "te quita la vida". Luego me preguntaron lo típico: qué animales había en España, si hay indios (recordar que ellos no se consideran "indios"), si tenía pistola, si mi mamá era buena... Y me enseñaron la chayada de su casa, un agujero en el suelo en el que depositan ofrendas de coca, cigarros, comida y bebida, entre ello botes de alcohol de 96º que por lo visto los adultos beben. Antes decía que eran supercatólicos, pero presta ver que mantienen algunas tradiciones.
Una cosa que me hizo mucha gracia es que mientras íbamos charlando de vuelta al corral, el guaje se sacó la pirula y se puso a mear, sin dejar de caminar ni de charlar. A barlovento, con lo que a mí me puso pingando hasta las rodillas y a sí mismo hasta el pecho.
Luego fuimos a dar la mamadera a los chivitos. Se burlaron de mí (los guajes) todo lo que quisieron porque, según ellos, no tenía ni idea de hacerlo (cuando, según yo, parecía que llevaba toda la vida haciéndolo).
Me despedí de ellos y me fui a cenar y dormir.
Por la mañana, como había visto que Abraham, el que estaba currando de albañil arreglando la casa de Luis, tomaba hoja de coca, le pregunté por el tema. Me dijo que Marcela, la mujer de Luis, vendía en su tienda, así que compré por 6 € un paquete enorme y un sobre de bicarbonato. Abraham me enseñó a coquear: primero se le pide algo a la coca y se deja caer una hoja al suelo; si cae con el haz (la parte más verde) hacia arriba, se cumple la petición; y si cae por el envés, no. Luego se mete un manojo de hojas debajo del papo y después un poco de bicarbonato (bica, como le decimos en el altiplano). Aún no tengo clara cuál es la función del bica en el coqueo. Además, en algunas zonas en lugar de bica se usan cenizas y, en otras, piedra caliza puesta al fuego, que hace que se deshaga en un polvillo, como en la cementera de Tudela Veguín.
A partir de ahí todos los días que estuve en altura coqueé. Se supone que combate la "puna" o fatiga por la altitud. Yo creo que sí que funciona, pero también me da la impresión de que en cuanto sacas la bola de la boca, te da un poco de bajón físico. De esto no estoy seguro porque no fueron suficientes veces, pero cuando vuelva al altiplano, seguiré mirando el tema. Tiene un sabor como a té verde y hace que se te duerman el papo y la parte de la lengua que contacta. Aunque tengas la bola ahí metida no molesta para hablar ni para beber.
Por cierto, "puna" designa tanto al paisaje altiplánico como al efecto de la altitud.
Por lo que pude ver luego, en el norte de Argentina (no necesariamente en el altiplano) todos los varones con rasgos indígenas que hacen un trabajo físico coquean. Se meten en el papo una bolonas brutales. Y no sé si será por eso, pero el índice de desdentados es altísimo.
En Argentina la coca sólo es legal en las provincias de Salta y Jujuy. En Chile está superprohibido. Se preocupan tanto por la salud de su pueblo que prohíben los usos tradicionales de esas plantas del demonio como la coca, el cactus de San Pedro, setas y todo aquello que produzca ebriedad que no sea el alcohol.
Podría ser por la coca o podría ser por estar descansado, porque no había viento y por la perspectiva de escalar ese mismo díia. El caso es que cubrí los 25 km hasta el siguiente pueblo, Puesto Sey, en un periquete. Compré algunos víveres (muy majos también aquí) y seguí hacia la Quebrada de Aguas Calientes.
Ya lo había visto en fotos y creía que sabía lo que iba a ver, pero no me esperaba tanto ni tan guapo: 10 km de bloques a ambos lados del camino. Y todos escalables, no como el granito. Las caídas buenas en general, sobre una tierra muy suelta (siempre que no caigas sobre un arbusto espinoso), lo que es importante, estando sin compañeros y sin colcho.
Escondí las cosas -no muy necesario puesto que el día más transitado sólo pasaron 3 coches- y en seguida me puse a escalar. Durante esa tarde y la mayor parte del día siguiente hice un montón de bloques. Me noté flojo, aunque no tanto como esperaba, pero al estar solo no tuve más remedio que dedicarme más a la placa que al desplome. A causa de la altitud (4200 m) y por mucha coca que me metiera, cada vez que me encaramaba a un bloque tenía que sentarme para recuperarme del acelerón
Me encantó volver a escalar y me habría quedado más días, pero tenía otra idea en mente: al lado de la Quebrada está el volcán (inactivo) Tuzgle, de 5530 m. Ya sé que he dicho una y otra vez que ya no me gusta caminar, pero no siempre voy a tener un pico de esa altura, sin nieve, y al ladito de casa. Tenía que seguir probándome en altura.
Terminé de escalar y salí de la Quebrada para dormir en una casina vacía junto al camino. Me habían dico que un antiguo camino minero de extacción de azufre subía hasta media ladera, así que me fui para allá en la bici, pero después de unos cuantos kilómetros de arena y más arena (por los que tendría que pasar, cargado, el día siguiente), me dio la brasa y me volví. Aproveché para hablar con una paisanina pastora de llamas, Margarita, que vive sola en medio de la puna y que me encantó, y decidí encarar el volcán de frente.
Por supuesto no seguí el evidente sendero que se veía a la derecha y subí por donde me dio a mí la gana, buscando alguna trepada. Hasta los 5000 subí a buen ritmo, pero a partir de ahí cada vez más y más lento. Ese día no coqueé para no enmascarar la puna, pero me quedó la curiosidad, claro. Los últimos 200 metros me costaron mucho. Bueno, no es que cuesten, es que sencillamente hay un límite físico que impide ir más rápido, pero no es cansancio. Es un poco frustrante hasta que lo aceptas.
Cumbre. Un buen rato para ver todo desde arriba y pabajo. De vuelta en la casina metí los pies en el arroyo termal que pasa al lado y que da nombre a la Quebrada. Cenar y dormir.
Este tiempo en la puna me pasó una factura extraña en la piel. Se me secó un montón y se me hacían heriducas al mínimo roce. Las uñas de los índices y pulgares se me empezaron a levantar. Y de tanto arrebañarme el perenne moquillo con la mano, me salieron unas como úlceras en pulgar e índice derechos.
El día siguiente fueron 50 km muy cabrones. Los peores de todo el tramo con diferencia, aunque sin viento. La arena cada vez más profunda se convertía en arenales que me obligaban a bajarme de la bici y empujarla como una llama. Pero por fin lo pasé y el camino empezó a bajar por un valle muy guapo de cerros coloridos hasta pasar por debajo del viaducto más vistoso del Tren a las Nubes, otra trampa para turistas (por precio, no por la actividad en sí, porque el camino es acojonante).
Ahí me encontré con unos turistas franceses que me hablaron de un ciclista también francés que estaba en San Antonio, con intención de hacer mi camino a la inversa. Decidí alojarme en su mismo sitio por curiosidad y para avisarle de que me parecía una locura. Esto último siempre con prudencia porque como ciclista sé que no mola nada que te digan que cierto camino es imposible. Y luego porque por ahí hay gente muy aguerrida que puede con todo.
Por fin llegué a San Antonio de los Cobres, un pueblo de origen minero de unos 5000 habitantes, feo y deprimente. Fui directo al hostal del francés y allí lo conocí. Raoul lleva sólo un mes de viaje pero le queda bastante por delante.
Al final no pretendía hacer mi camino al revés, sino entrar en Chile por el Paso Sico, aquel que quería haber hecho yo desde San Pedro de Atacama pero que estaba cerrado. Le informé de todo lo que pude y le ayudé con las gestiones en gendarmería. Después de mucho dudar decidió desandar su camino y regresar a Salta conmigo. ¡La primera vez en 8 meses que pedaleo acompañado!
Hasta Salta nos quedaban 165 km. Raoul dudaba que consiguiéramos hacerlo, pero yo quería intentarlo. Esta etapa tiene truco: desde San Antonio hay que subir, en 25-30 km, hasta un collado a 4100 m. A partir de ahí quedan 140 km hasta Salta, que está a 1200 m. Suena muy bien (140 km para bajar 3000 m), pero al final no es tan idílico. Después de los primeros 50 km de bajada brutal y muy estimulante (84 km/h) en la que casi no da tiempo a ver el cambio progresivo de paisaje, se llega al curso medio del valle, 60 km prácticamente llanos, con viento de cara y varios tramos de ripio, para finalmente salir de las montañas y hacer los últimos 20 km por el llano de Salta, también con viento de cara. Pero lo conseguimos. En la última parte nos guiaron dos chavalas muy majas que estaban entrenando para la última prueba del campeonato de btt provincial. Empezamos con toda la ropa de abrigo puesta y acabamos medio en pelotas (por el calor del llano, no por las chavalas).
Aquí van unas fotos que me mandó Raoul.
En Salta nos tomamos unas merecidísimas cervezas y Raoul se fue a su hostel y yo al mío.
Raoul es profe de piano y ya ha viajado bastante por ahí. Os recomiendo que veáis unos vídeos de un viaje que hizo por Burkina Faso en moto con un piano eléctrico en el remolque. En este viaje está grabando en las escuelas a los niños cantando.
Salta tiene mucha fama como ciudad más guapa del noroeste argentino. El centro es muy guapo, sí, con edificios coloniales muy conservados, pero son 4x4 cuadras. A partir de ahí hacia el exterior pierde todo el encanto. La plaza y las dos calles peatonales se petan de gente a partir de las 7 de la tarde. Después de dos semanas en la puna me apetecía un poco de civilización y calorín.
Estuve 4 días en los que no hice gran cosa, aparte de alternar con la gente del hostel.
Aunque sí hice una cosa extraordinaria e inaudita que llevaba un tiempo planeando: me afeité. Del todo. Después de 20 años fuera mostacho y fuera patillas. Me había dejado crecer la barba durante un tiempo para poder hacer el pijo. Y lo hice.
Ahí me encontré con unos turistas franceses que me hablaron de un ciclista también francés que estaba en San Antonio, con intención de hacer mi camino a la inversa. Decidí alojarme en su mismo sitio por curiosidad y para avisarle de que me parecía una locura. Esto último siempre con prudencia porque como ciclista sé que no mola nada que te digan que cierto camino es imposible. Y luego porque por ahí hay gente muy aguerrida que puede con todo.
Por fin llegué a San Antonio de los Cobres, un pueblo de origen minero de unos 5000 habitantes, feo y deprimente. Fui directo al hostal del francés y allí lo conocí. Raoul lleva sólo un mes de viaje pero le queda bastante por delante.
Al final no pretendía hacer mi camino al revés, sino entrar en Chile por el Paso Sico, aquel que quería haber hecho yo desde San Pedro de Atacama pero que estaba cerrado. Le informé de todo lo que pude y le ayudé con las gestiones en gendarmería. Después de mucho dudar decidió desandar su camino y regresar a Salta conmigo. ¡La primera vez en 8 meses que pedaleo acompañado!
Hasta Salta nos quedaban 165 km. Raoul dudaba que consiguiéramos hacerlo, pero yo quería intentarlo. Esta etapa tiene truco: desde San Antonio hay que subir, en 25-30 km, hasta un collado a 4100 m. A partir de ahí quedan 140 km hasta Salta, que está a 1200 m. Suena muy bien (140 km para bajar 3000 m), pero al final no es tan idílico. Después de los primeros 50 km de bajada brutal y muy estimulante (84 km/h) en la que casi no da tiempo a ver el cambio progresivo de paisaje, se llega al curso medio del valle, 60 km prácticamente llanos, con viento de cara y varios tramos de ripio, para finalmente salir de las montañas y hacer los últimos 20 km por el llano de Salta, también con viento de cara. Pero lo conseguimos. En la última parte nos guiaron dos chavalas muy majas que estaban entrenando para la última prueba del campeonato de btt provincial. Empezamos con toda la ropa de abrigo puesta y acabamos medio en pelotas (por el calor del llano, no por las chavalas).
Aquí van unas fotos que me mandó Raoul.
Raoul es profe de piano y ya ha viajado bastante por ahí. Os recomiendo que veáis unos vídeos de un viaje que hizo por Burkina Faso en moto con un piano eléctrico en el remolque. En este viaje está grabando en las escuelas a los niños cantando.
Salta tiene mucha fama como ciudad más guapa del noroeste argentino. El centro es muy guapo, sí, con edificios coloniales muy conservados, pero son 4x4 cuadras. A partir de ahí hacia el exterior pierde todo el encanto. La plaza y las dos calles peatonales se petan de gente a partir de las 7 de la tarde. Después de dos semanas en la puna me apetecía un poco de civilización y calorín.
Estuve 4 días en los que no hice gran cosa, aparte de alternar con la gente del hostel.
Aunque sí hice una cosa extraordinaria e inaudita que llevaba un tiempo planeando: me afeité. Del todo. Después de 20 años fuera mostacho y fuera patillas. Me había dejado crecer la barba durante un tiempo para poder hacer el pijo. Y lo hice.
Pero ahora puedo decir que fue muy mala idea. No duele, pero el resultado fue cualquier cosa menos satisfactorio. A Odín pongo por testigo que no lo volveré a hacer.
5 comentarios:
Ay Miguelito!!! Si pareces el nene Budy de hace taaantos añitos allá cuando te conocimos.....
Ja, que te lo crees tú!!! Mejor con pelo!!!
Muchos besos
Cris
JAJAJA, si hasta a tí se te escapa la risa mientras sacas las fotos!!!!! q bueno.
besinos miguelín!!
Vio
Miguel, también para esto tengo un conjuro.
Aunque algunos discrepan contigo.
un abrazo
Hi !
Nice to meet you in Susques. We hope you find a new camera and have a nice trip ;)
We are know in Perou. We should take off in the next days to Santiago de Chili.
++
Famille Meyer
Ecole autour du monde
Joder, las fotos de estadíos intermedios son horribles, pero a mí la pinta que tienes en la última me gusta mucho, estás muy guapo.
De lo más entretenido tu viaje, da gusto leerte.
Un besín
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