Madrugué para pillar el bus pronto y llegar a Jujuy a tiempo para dejar la bici por la mañana en la tienda de bicis de la calle Gorriti (dato para cicloviajeros) que me había parecido muy profesional. Digo esto de llegar por la mañana porque en el Noroeste Argentino el horario de siesta de los comercios es de 12:30 a 17:00. Luego abren hasta bastante tarde y, por ejemplo, las peluquerías estan abiertas hasta la medianoche, pero si se te pasa la hora, hasta bien entrada la tarde no puedes comprar casi nada.
Deduje (pero Peque me podrá decir si es una buen deducción o es una tontería) que el sistema de piñón de rosca es demasiado débil para la fuerza que hay que hacer con la bici cargada (y todo por culpa de los jodidos vectores, claro) y me decidí a cambiar el buje (la masa, que lo llamamos por acá) por uno convencional con el mecanismo del piñón libre dentro y un casete de los de toda la vida. Con el cambio tan favorable euro/peso y los precios argentinos, por 40 euros cambie todo, incluida la mano de obra. Un trabajo fino filipino. Quedé muy satisfecho.
Tenía pensado irme el dia siguiente, pero me enteré de que empezaba la Fiesta Nacional de los Estudiantes y, claro, me quedé.Es uno de los grandes eventos del año en la provincia de Jujuy. Una semana entera dedicada a los estudiantes de último año de secundaria.
Los dos temas principales son:
- La elección de la Reina Nacional de Estudiantes
- El desfile de carrozas
Alli nos chupamos un desfile de 40 colegios disfrazados con mucha ilusión, pero peor que en un carnaval de esos que sales sin ganas.
Abrían el desfile las 50 Reinas, una por cada instituto de secundaria de la provincia.
Como podéis ver en la foto eran todas muy guapas, pero quizás os sorprenda lo rubias que son. O quizás no os sorprenda porque no habéis estado aquí y no sabéis que la inmensa mayoría de la gente que ves por la calle no es rubia, sino morena y con rasgos indígenas. Y eso en la capital, porque en el medio rural o ciudades menores el porcentaje es casi del 100 %.
Cuando digo "rasgos indígenas" quiero decir que, aunque no lo sean totalmente, si son de tez tostada, ojos achinados y pelo negrísimo.
Sin embargo dos tercios de las Reinas eran rubias y el resto podrían tener el pelo negro, pero eran bien blanquitas. Bueno, no, había una sola que parecía de verdad de aquí. Eso sí, todas muy guapas y lozanas.
Hablando con la madre de una nos dijo que es que claro, eso dependía mucho de la escuela a la que ibas, que en las escuelas privadas hay más gente de corte europeo y en las públicas y alejadas de la capital, más de lo otro. Yo pensé que a otro perro con ese hueso, pero luego comprobamos que eso era bastante cierto. Aun así, los numeros no cuadran ni pa dios. Aparte del hecho de que por la calle se veían chavalas de tez tostada, pelo oscuro y ojos negros como el azabache bien prestosas y bien monas.
No obstante, esto tiene relación con un tema que no había tocado todavía. En los 3 países que conozco ahora (un poco) a fondo, la realidad étnica de la calle y la realidad étnica de la publicidad, los políticos y el famoseo no tienen ninguna relación. El segundo grupo está representado exclusivamente por una élite blanca de aspecto europeo y los únicos a los que permiten que sean más parecidos a sus vecinos de barrio son los futbolistas. No es exactamente lo mismo, pero en España los únicos gitanos que vemos en la tele son los flamencos.
Después de la escuela bizarra número 40 nos fuimos a ver las carrozas, que todavía estaban en preparación porque faltaban dos días para el primer desfile.
Cada isti prepara una carroza. Todos los cursos se implican en el tema, pero lo gordo se lo comen los del último curso, que es a quienes representa realmente.
Cada carroza lleva un motivo a eleccion propia que recuerda un poco a los ninots de las fallas, aunque sin componente político ni grotesco. Es más, se pretende que sea bonita. Se cubren completamente con unas florinas de papel minusculas que hacen a mano. Cada carroza lleva literamente millones de flores. Un curro de chinos.
Además, las llenan de bombillas y los autómatas (no sé si está bien dicho: o sea, el cuadro que enciende y apaga las luces) van controlados por un ordenador.
Todos contratan a un electricista y a un herrero para montar la movida.
Uno de los istis iba más allá y en lugar de sólo flores, hacía cosas más complicadas con papel. Por ejemplo cubría este reloj con barquitos de papel dorado.
Miles de barquitos. Y porotos (fabes) en la esfera. O hacía flores con tiques de la compra, otras con billetes de autobús para hacer unos rosales, macramé con papel... Una locura.
Quedaban dos días para el desfile y no se les veía muy estresados, aunque sí currando sin parar y muy ilusionados.
Al día siguiente ya marché. Para ir hasta la frontera boliviana (200 km y 2200 metros de desnivel) pillé un bus. La Quebrada de Humahuaca -que tanta fama tiene- es guapa, sí, pero no tanto como la bajada aquella de San Antonio de Los Cobres hasta Salta. Está claro que todo consiste en saber vender la moto. Pero para mí está muy bien que el turismo masivo se concentre en ciertos y sitios y deje el resto libre ¿Qué haríamos en Asturias si todo fuera como Cangas-Covadonga en agosto?
Nada más bajarme del bus en La Quiaca, pueblo fronterizo en Argentina, el conductor me advirtió: "Ten cuidado allá en Bolivia, que te roban hasta el alma". Menudo gilipollas. Qué mal me pareció. Máxime cuando he comprobado posteriormente que es todo lo contrario. Al menos hasta ahora.
Pasé la frontera y entré al Estado Plurinacional de Bolivia por Villazón, el pueblo equivalente fronterizo boliviano.
-Primer impacto: los precios. Aquí todo vale céntimos de euro. Las humitas y las empanadas 10-20 centimos, los licuados (zumos hechos en el momento) 10-20, comer bien 1-1,5 euros... Y así todo. De hecho, todo Villazón es un enorme mercadillo al que los argentinos vienen en autobuses a comprar de todo, como antiguamente ibamos a Portugal a comprar toallas y gallos de cerámica.
-Segundo impacto: soy francés. En Chile y argentina en cuanto abría la boca sabían que era español. Aquí sólo saben que no soy latinoamericano y si tienen que decir algo dicen que soy francés. Es más, la pregunta más frecuente es si he venido pedaleando desde España, con lo lejos que está. Igual que en España estamos colonizados culturalmente por EE.UU, Chile y Argentina lo están por España. Presta ver que aquí, después de todas las que armó España, queda poco. Después de Evo, ni siquiera el gas y el petroleo son españoles (del todo). En las columnas de los diarios y en todas las ediciones sudamericanas de Le Monde Diplomatique se habla mucho de la "descolonizacion".
-Tercer impacto: música al alto la lleva por todas partes. Chacareras, chaqueñas, morenadas y la madre que las parió a todas. Lo siento pero a mí no me parece ni étnico ni nada. Odio esta música. La odio. Es como pasar una tarde en el Ca Beleño, pero todo el día y parte de la noche. Arghhhhh.
Nada más bajarme del bus en La Quiaca, pueblo fronterizo en Argentina, el conductor me advirtió: "Ten cuidado allá en Bolivia, que te roban hasta el alma". Menudo gilipollas. Qué mal me pareció. Máxime cuando he comprobado posteriormente que es todo lo contrario. Al menos hasta ahora.
Pasé la frontera y entré al Estado Plurinacional de Bolivia por Villazón, el pueblo equivalente fronterizo boliviano.
-Primer impacto: los precios. Aquí todo vale céntimos de euro. Las humitas y las empanadas 10-20 centimos, los licuados (zumos hechos en el momento) 10-20, comer bien 1-1,5 euros... Y así todo. De hecho, todo Villazón es un enorme mercadillo al que los argentinos vienen en autobuses a comprar de todo, como antiguamente ibamos a Portugal a comprar toallas y gallos de cerámica.
-Segundo impacto: soy francés. En Chile y argentina en cuanto abría la boca sabían que era español. Aquí sólo saben que no soy latinoamericano y si tienen que decir algo dicen que soy francés. Es más, la pregunta más frecuente es si he venido pedaleando desde España, con lo lejos que está. Igual que en España estamos colonizados culturalmente por EE.UU, Chile y Argentina lo están por España. Presta ver que aquí, después de todas las que armó España, queda poco. Después de Evo, ni siquiera el gas y el petroleo son españoles (del todo). En las columnas de los diarios y en todas las ediciones sudamericanas de Le Monde Diplomatique se habla mucho de la "descolonizacion".
-Tercer impacto: música al alto la lleva por todas partes. Chacareras, chaqueñas, morenadas y la madre que las parió a todas. Lo siento pero a mí no me parece ni étnico ni nada. Odio esta música. La odio. Es como pasar una tarde en el Ca Beleño, pero todo el día y parte de la noche. Arghhhhh.
Me alojé en un hostal por 2,5 € y esa noche tuve una recaída del catarro. No me atreví a ponerme a pedalear y esperé un día más, a ver qué tal. Aproveché para ir al Encuentro Internacional de Escritores, Artistas y Poetas, donde yo era el único no ponente y donde no apareció el único conferenciante que me interesaba de verdad: "La última aventura de Butch Cassidy y Sundance Kid" (que, como ya sabéis por la peli, mueren en Bolivia cercados por cienes y cienes de soldados).
Un día después, aún convaleciente, marché en dirección a Tarija. No voy a intentar disfrazar esto con bromitas y chascarrillos (aunque seguro que se me escapa alguno): fue un puto infierno. Nunca lo pasé tan mal en todo el viaje. Fue horrible. De verdad, ahora que ya pasó todo, no saco (casi) nada bueno de este tramo. Pero vayamos por partes...
Como viene siendo habitual, elegí un camino poco -o nada- transitado con el objetivo de siempre: evitar pasar por donde todo el mundo y ver la Bolivia más rural posible. Pero en este caso hay que añadir que alguien de quien me fié me dijo que era más guapo, más corto y más fácil. No quiero pensar cómo sería el camino principal, porque a lo largo de esos días me confirmaron que sí, que este era el camino fácil y corto.
Como eran 150 km, "todo pampa" y venía entrenado, calculé que sería un par de días, por lo cual ahorré peso en comida y lo suplí con agua.
El primer día el camino transcurría efectivamente por un altiplano a 3500 metros, aunque hendido por varias quebradas (cañones) en las que hay que bajar y luego subir. Poca bajada y poca subida, pero aquí als pistas de tierra no son de tierra, sino de piedras.
Cuesta bastante pedalear y en cuantq se ponía un poco pindio tenía que empujar la bici a pie. Además, la estancia en Salta y Jujuy me desaclimató y tenía una puna cojonuda que, unida al catarro y a un ardor en los pulmones que no recordaba desde aquellos test de Cooper en el instituto, no había coca suficiente que lo solucionara. A los 30 km me vi obligado a parar y acampar.
Esta pastora me miró de lejos todo lo que quiso y en cuanto pasé cerca, se dio la
vuelta para no tener que saludarme. ¡En medio de la puna! Y no fue la única
Ese día hice una media de 9,19 km/h, que es una mierda para una etapa llana.vuelta para no tener que saludarme. ¡En medio de la puna! Y no fue la única
El segundo día, a las quebradas -cada vez más profundas- sucedieron las montañas, indicación de que empieza la transición entre el altiplano y la región de Los Valles, lo cual implica subidas y bajadas más largas y más pindias y que la altitud va aumentando.
Vuelta a empujar la bici y encima con un viento gélido que se levantó por la tarde. Cuando ya tenía a la vista un pueblo en el que tenía pensado parar porque no poodía más, empecé a sangrar por la nariz. Supongo que por la sequedad del ambiente, pero no conseguía que parara. Me dio por pensar que a ver si es que como en altitud la sangre se espesa, entonces cae el factor de coagulación y voy a estar sangrando hasta mañana o intermitentemente los próximos días. No sé, estas cosas que piensas. Pero no, después de algo más de media hora paró.
Llegué al pueblo, Pularia, y me pasó lo mismo que en los pueblos anteriores: desierto. Son todos pueblinos de 10-15 famillias y durante el día los adultos están en el campo con los animales y sólo hay niños por la tarde, después de terminar la escuela, y alguna paisana. Las paisanas directamente no responden a mi saludo y los niños, que vienen riendo, cantando y saltando, en cuanto llegan a mi altura se quedan mudos, se ríen nerviosos mientras se miran entre ellos o huyen de mí. Muy jevi, como si fuera el hombre del saco. Con el bajón anímico y físico, esto no mola nada. Además, cuando consigo que alguien me responda, lo hacen con monosílabos o con un gesto. Y si pido una indicación son tan parcos, que no entiendo nada. Os pongo dos ejemplos:
-Hola (niño) ¿hay alguna tienda en el pueblo?
-Sí, ahí
-¿Ahí dónde, la casa blanca?
-No, ahí
-¿La casa roja con chimenea?
-No, ahí, pero ahora no está la señora
Al final consigo reducir "ahí" a un grupo de unas diez casas, varias de las cuales están derruidas. Espero al atardecer y voy llamando una por una. Cuando localizo por fin la de la tienda me encuentro al guaje al que había preguntado, que es hijo de la señora.
-Disculpe señora, ¿dónde está la escuela?
-Ahí
-¿Ahí dónde, la casa blanca? (siempre hay una casa blanca)
-No, detrás de ese corral
Voy detrás de ese corral y hay que subir una cuesta, bajar por el otro lado, cruzar un puente, volver a subir y ya estoy en la escuela. Después de 3,5 km.
Los niños muy tímidos, sí, pero bien que se juntan para observar, sin ningún pudor, absolutamente todo lo que hago. Si me rasco la nariz, oigo cuchicheos. Y os podéis imaginar cuando monto la tienda, cocino o hago ajustes a la bici.
Sin embargo los varones adultos sí son un poco más comunicativos. De hecho, la mañana siguiente me despertó uno a las 6 de la mañana, con las primeras luces, para saber quién era y qué hacía allí. Y luego desfilaron algunos más y también salió el profesor de la escuela. Menos mal, porque esa sensación de aislamiento a pesar de estar rodeado de gente que, además, habla mi mismo idioma, no mola nada.
Varios de los adultos me dijeron que era la primera vez que veían a un cicloviajero por allí, y he de confesar que mi vanidad se vio ligeramente henchida.
Por cierto, que esto me llevó a pensar que no saben dar indicaciones porque nunca tienen que darlas, puesto que nunca aparece nadie por allí y en los pueblos todo el mundo sabe dónde está todo.
Ese día hice 35 km a una media de 7,94 km/h.
Tras el desayuno me tocaba el almuerzo: una cuestona de 500 m de desnivel hasta los 4300 m.
Ya me encontraba mejor de la puna y del catarro y la subí bastante bien (sólo tuve que empujar durante 500 m). Pero para dar una idea de lo cabrón que es el camino: al otro lado había una bajada de 9 km en la que tardé una hora exacta. ¡9 km/h en bajada! Eso sí que es una puta mierda. Las bajadas son la recompensa por el esfuerzo de la subida, pero aquí no, aquí son igual de perras que las subidas. Y después de esa bajada, otra subida que tuve que hacer entera empujando. Y luego otra bajada mala seguida de otra subida. Y luego otra más. Horrible. No podía más. Físicamente estaba destrozado, pero mucho peor era el ánimo. Me daban ganas de llorar y de tirarme a un lado de la carretera para que me comieran los buitres. De verdad. Pero claro, no podía hacer ninguna de las dos cosas.
A todo esto, en el desayuno había terminado la comida (me quedaba un poco de arroz y un poco de pasta, pero absolutamente nada para añadirle). En esas tiendas tan difíciles de encontrar sólo hay galletitas, que ya tengo comprobado que no alimentan nada.
Ah, y otra cosa: la camiseta que usé esos días es una que se me sube sola por la espalda. No lo tuve en cuenta y el tercer día tenía quemada una franja de unos 4 cm entre los dos riñones que con cualquier roce o para dormir me mancaba mucho.
Después de 30 km (¡a una media de 6,53 km/h!) llegué a un pueblo y me rendí. No podía más. Decidí que tenía que buscar un vehículo que me llevara hasta un pueblo grande o hasta la carretera principal. El problema es que son pueblos con muy pocos recursos y en general no hay vehículos. De hecho, ese día no vi ni uno en el camino, y los dos anteriores, que era fin de semana, sólo un par cada día.
Preguntando por ahí me dijeron que fuera a la escuela (sí, esa, la de detrás del corral), que como los profesores son de Tarija, tienen movilidad (como llamamos acá a los coches). Fui, conté mi historia, y me dijeron que esperara a que terminaran una reunión. Al acabar me ofrecieron dormir en un aula y me dieron de cenar opíparamente. El día siguiente la cocinera del cole me dio de comer y después los mismos profes del día anterior me dieron más de comer. Muy guay. Una vez más flipo con lo buena que es la gente.
Este cole es bastante grande porque aglutina a varias comunidades. Tiene 70 alumnos, algunos de los cuales tienen que caminar 2 horas para ir a clase. Durante todo el día los guajes me estuvieron viendo pulular por allí y en la hora de la comida algunos se atrevieron a venir a preguntarme cosas, tocar la bici, reírse de cómo hablo, usar mis prismáticos... ¡por fin! Por cierto, que ofrecí a los profesores hablar en clase como aquella vez en Chile y ellos mismos dijeron que no iba a funcionar por esa timidez que tienen los guajes de por aquí.
Una curiosidad: al terminar la jornada juntan a todos los niños en formación y un profesor les suelta una filípica con un palo en la mano. Todo muy militar. Y terminan coreando ¡viva Bolivia! Y los lunes a primera hora izan la bandera y cantan el himno nacional.
Ese segundo día dediqué la mañana a buscar una movilidad que me llevara: que si una ambulancia puede ser que vaya a Tarija, otra que quizás por la noche, unos técnicos que igual vienen a arreglar el ordenador del cole, un camión que tiene que llevar ganado a nosedónde... Al final nada de nada, pero uno de los profes me dijo que si le pagaba la gasolina me llevaba hasta la carretera principal. Y dije que sí sin dudarlo.
Esa tarde el profe me llevó hasta la carretera principal, salvando 30 km y dos quebradas bastante jevitronas. La carretera principal (¡por fin!) era tan mala como las peores de la Carretera Austral, pero para mí en ese momento fue una jaigüei tu jeben. De todas formas, aunque sólo quedaban 50 km bastante llanos hasta Iscayachi, el calvario no terminó ahí. No.
Aproveché un pinchazo y que atardecía para acampaar en las lagunas de Tadjara, un santuario de aves acuáticvas altiplánicas guapísimo. Como ya he comprobado en otras ocasiones, la tienda de campaña sirve de hide y aunque tenga la puerta abierta puedo moverme todo lo que quiera que los bichos no me identifican como una amenaza y hacen sus cosas bastante cerca. Vi varios pájaros nuevos y me fui a la cama sin cenar.
El día siguiente partí sin desayunar (no es una penitencia autoimpuesta, es que no tenía comida) pero empecé a pinchar una y otra vez. No conseguía localizar el pincho al revisar la cubierta y gasté las cuatro cámaras de repuesto. Horrible otra vez. Para colmo se rompió la parrilla trasera (ya van tres). Hice un arreglo, pero la carga iba bamboleándose para todas partes, lo que implica más esfuerzo en cada pedalada.
Cuando por fin la carretera empezó a descender, en otro providencial pinchazo me doy cuenta de que he perdido una bolsa de redecilla con el plumas, el gore y las manoplas de pluma (o sea, muchos euros). Con un estrés de la virgen cambio la cámara todo lo rápido que puedo, doy la vuelta, encuentro a unos pastores y les pido que me cuiden el equipaje y salgo cagando leches hacia arriba. La bolsa podía habérseme caído en los últimos 7 km. Una paisana me ve y me dice que la acaba de ver cerca de un puente, medio km más arriba ¡Bien! Pero llego y no está. Bueno, me resigno y vuelvo a bajar, pero me encuentro a la paisana que vuelve y me dice que espere un momento, muy misteriosa. Sigue su camino y al poco regresa con la bolsa en la mano, acompañada del paisano que la había encontrado ¡De puta madre! El paisano me pide dinero y le digo que nanai, que la bolsa es mía. Se ríe y me da la mano.
Menuda potra.
En los últimos kilómetros ya no tenía cámaras sin pinchar y cada 500 metros tenía que parar a hinchar la rueda. Por fin llegué a Iscayachi, me comí dos paquetes enormes de galletas en un santiamén, pregunté cuál era la siguiente furgoneta que salía para Tarija (50 km con un cuestón de 600 m que se veía desde el pueblo) y me monté.
Y una vez que me monté se me quitaron todos los pesares. Es acojonante lo fácil que es cambiar del infierno al limbo. Cuando todo termina (en el supuesto de que no haya secuelas) parece que lo malo nunca ocurrió. Pero cuando estás en medio del bacalao es como si el mundo entero se estuviera cayendo encima de ti.
De todas formas, no os voy a engañar ni a vosotros ni a mí mismo: a pesar de los paisajes, de que me dieran de comer, de conocer esa zona y esos pueblinos y de los niños, no me moló un pijo. Preferiría que no hubiera ocurrido y no quiero pasar por algo así nunca más. No lo veo necesario.
Vuelta a empujar la bici y encima con un viento gélido que se levantó por la tarde. Cuando ya tenía a la vista un pueblo en el que tenía pensado parar porque no poodía más, empecé a sangrar por la nariz. Supongo que por la sequedad del ambiente, pero no conseguía que parara. Me dio por pensar que a ver si es que como en altitud la sangre se espesa, entonces cae el factor de coagulación y voy a estar sangrando hasta mañana o intermitentemente los próximos días. No sé, estas cosas que piensas. Pero no, después de algo más de media hora paró.
Llegué al pueblo, Pularia, y me pasó lo mismo que en los pueblos anteriores: desierto. Son todos pueblinos de 10-15 famillias y durante el día los adultos están en el campo con los animales y sólo hay niños por la tarde, después de terminar la escuela, y alguna paisana. Las paisanas directamente no responden a mi saludo y los niños, que vienen riendo, cantando y saltando, en cuanto llegan a mi altura se quedan mudos, se ríen nerviosos mientras se miran entre ellos o huyen de mí. Muy jevi, como si fuera el hombre del saco. Con el bajón anímico y físico, esto no mola nada. Además, cuando consigo que alguien me responda, lo hacen con monosílabos o con un gesto. Y si pido una indicación son tan parcos, que no entiendo nada. Os pongo dos ejemplos:
-Hola (niño) ¿hay alguna tienda en el pueblo?
-Sí, ahí
-¿Ahí dónde, la casa blanca?
-No, ahí
-¿La casa roja con chimenea?
-No, ahí, pero ahora no está la señora
Al final consigo reducir "ahí" a un grupo de unas diez casas, varias de las cuales están derruidas. Espero al atardecer y voy llamando una por una. Cuando localizo por fin la de la tienda me encuentro al guaje al que había preguntado, que es hijo de la señora.
-Disculpe señora, ¿dónde está la escuela?
-Ahí
-¿Ahí dónde, la casa blanca? (siempre hay una casa blanca)
-No, detrás de ese corral
Voy detrás de ese corral y hay que subir una cuesta, bajar por el otro lado, cruzar un puente, volver a subir y ya estoy en la escuela. Después de 3,5 km.
Los niños muy tímidos, sí, pero bien que se juntan para observar, sin ningún pudor, absolutamente todo lo que hago. Si me rasco la nariz, oigo cuchicheos. Y os podéis imaginar cuando monto la tienda, cocino o hago ajustes a la bici.
Sin embargo los varones adultos sí son un poco más comunicativos. De hecho, la mañana siguiente me despertó uno a las 6 de la mañana, con las primeras luces, para saber quién era y qué hacía allí. Y luego desfilaron algunos más y también salió el profesor de la escuela. Menos mal, porque esa sensación de aislamiento a pesar de estar rodeado de gente que, además, habla mi mismo idioma, no mola nada.
Varios de los adultos me dijeron que era la primera vez que veían a un cicloviajero por allí, y he de confesar que mi vanidad se vio ligeramente henchida.
Por cierto, que esto me llevó a pensar que no saben dar indicaciones porque nunca tienen que darlas, puesto que nunca aparece nadie por allí y en los pueblos todo el mundo sabe dónde está todo.
Ese día hice 35 km a una media de 7,94 km/h.
Tras el desayuno me tocaba el almuerzo: una cuestona de 500 m de desnivel hasta los 4300 m.
Ya me encontraba mejor de la puna y del catarro y la subí bastante bien (sólo tuve que empujar durante 500 m). Pero para dar una idea de lo cabrón que es el camino: al otro lado había una bajada de 9 km en la que tardé una hora exacta. ¡9 km/h en bajada! Eso sí que es una puta mierda. Las bajadas son la recompensa por el esfuerzo de la subida, pero aquí no, aquí son igual de perras que las subidas. Y después de esa bajada, otra subida que tuve que hacer entera empujando. Y luego otra bajada mala seguida de otra subida. Y luego otra más. Horrible. No podía más. Físicamente estaba destrozado, pero mucho peor era el ánimo. Me daban ganas de llorar y de tirarme a un lado de la carretera para que me comieran los buitres. De verdad. Pero claro, no podía hacer ninguna de las dos cosas.
A todo esto, en el desayuno había terminado la comida (me quedaba un poco de arroz y un poco de pasta, pero absolutamente nada para añadirle). En esas tiendas tan difíciles de encontrar sólo hay galletitas, que ya tengo comprobado que no alimentan nada.
Ah, y otra cosa: la camiseta que usé esos días es una que se me sube sola por la espalda. No lo tuve en cuenta y el tercer día tenía quemada una franja de unos 4 cm entre los dos riñones que con cualquier roce o para dormir me mancaba mucho.
Después de 30 km (¡a una media de 6,53 km/h!) llegué a un pueblo y me rendí. No podía más. Decidí que tenía que buscar un vehículo que me llevara hasta un pueblo grande o hasta la carretera principal. El problema es que son pueblos con muy pocos recursos y en general no hay vehículos. De hecho, ese día no vi ni uno en el camino, y los dos anteriores, que era fin de semana, sólo un par cada día.
Preguntando por ahí me dijeron que fuera a la escuela (sí, esa, la de detrás del corral), que como los profesores son de Tarija, tienen movilidad (como llamamos acá a los coches). Fui, conté mi historia, y me dijeron que esperara a que terminaran una reunión. Al acabar me ofrecieron dormir en un aula y me dieron de cenar opíparamente. El día siguiente la cocinera del cole me dio de comer y después los mismos profes del día anterior me dieron más de comer. Muy guay. Una vez más flipo con lo buena que es la gente.
Este cole es bastante grande porque aglutina a varias comunidades. Tiene 70 alumnos, algunos de los cuales tienen que caminar 2 horas para ir a clase. Durante todo el día los guajes me estuvieron viendo pulular por allí y en la hora de la comida algunos se atrevieron a venir a preguntarme cosas, tocar la bici, reírse de cómo hablo, usar mis prismáticos... ¡por fin! Por cierto, que ofrecí a los profesores hablar en clase como aquella vez en Chile y ellos mismos dijeron que no iba a funcionar por esa timidez que tienen los guajes de por aquí.
Una curiosidad: al terminar la jornada juntan a todos los niños en formación y un profesor les suelta una filípica con un palo en la mano. Todo muy militar. Y terminan coreando ¡viva Bolivia! Y los lunes a primera hora izan la bandera y cantan el himno nacional.
Ese segundo día dediqué la mañana a buscar una movilidad que me llevara: que si una ambulancia puede ser que vaya a Tarija, otra que quizás por la noche, unos técnicos que igual vienen a arreglar el ordenador del cole, un camión que tiene que llevar ganado a nosedónde... Al final nada de nada, pero uno de los profes me dijo que si le pagaba la gasolina me llevaba hasta la carretera principal. Y dije que sí sin dudarlo.
Esa tarde el profe me llevó hasta la carretera principal, salvando 30 km y dos quebradas bastante jevitronas. La carretera principal (¡por fin!) era tan mala como las peores de la Carretera Austral, pero para mí en ese momento fue una jaigüei tu jeben. De todas formas, aunque sólo quedaban 50 km bastante llanos hasta Iscayachi, el calvario no terminó ahí. No.
Aproveché un pinchazo y que atardecía para acampaar en las lagunas de Tadjara, un santuario de aves acuáticvas altiplánicas guapísimo. Como ya he comprobado en otras ocasiones, la tienda de campaña sirve de hide y aunque tenga la puerta abierta puedo moverme todo lo que quiera que los bichos no me identifican como una amenaza y hacen sus cosas bastante cerca. Vi varios pájaros nuevos y me fui a la cama sin cenar.
El día siguiente partí sin desayunar (no es una penitencia autoimpuesta, es que no tenía comida) pero empecé a pinchar una y otra vez. No conseguía localizar el pincho al revisar la cubierta y gasté las cuatro cámaras de repuesto. Horrible otra vez. Para colmo se rompió la parrilla trasera (ya van tres). Hice un arreglo, pero la carga iba bamboleándose para todas partes, lo que implica más esfuerzo en cada pedalada.
Cuando por fin la carretera empezó a descender, en otro providencial pinchazo me doy cuenta de que he perdido una bolsa de redecilla con el plumas, el gore y las manoplas de pluma (o sea, muchos euros). Con un estrés de la virgen cambio la cámara todo lo rápido que puedo, doy la vuelta, encuentro a unos pastores y les pido que me cuiden el equipaje y salgo cagando leches hacia arriba. La bolsa podía habérseme caído en los últimos 7 km. Una paisana me ve y me dice que la acaba de ver cerca de un puente, medio km más arriba ¡Bien! Pero llego y no está. Bueno, me resigno y vuelvo a bajar, pero me encuentro a la paisana que vuelve y me dice que espere un momento, muy misteriosa. Sigue su camino y al poco regresa con la bolsa en la mano, acompañada del paisano que la había encontrado ¡De puta madre! El paisano me pide dinero y le digo que nanai, que la bolsa es mía. Se ríe y me da la mano.
Menuda potra.
En los últimos kilómetros ya no tenía cámaras sin pinchar y cada 500 metros tenía que parar a hinchar la rueda. Por fin llegué a Iscayachi, me comí dos paquetes enormes de galletas en un santiamén, pregunté cuál era la siguiente furgoneta que salía para Tarija (50 km con un cuestón de 600 m que se veía desde el pueblo) y me monté.
Y una vez que me monté se me quitaron todos los pesares. Es acojonante lo fácil que es cambiar del infierno al limbo. Cuando todo termina (en el supuesto de que no haya secuelas) parece que lo malo nunca ocurrió. Pero cuando estás en medio del bacalao es como si el mundo entero se estuviera cayendo encima de ti.
De todas formas, no os voy a engañar ni a vosotros ni a mí mismo: a pesar de los paisajes, de que me dieran de comer, de conocer esa zona y esos pueblinos y de los niños, no me moló un pijo. Preferiría que no hubiera ocurrido y no quiero pasar por algo así nunca más. No lo veo necesario.
Provincia de Avilés, sí
Todo pasajero que se registra solo, no podrá ser visitado por personas del sexo opuesto, mucho menos llevar a la pieza gente de dudosa moralidad
3 comentarios:
vaya tela miguelín, vaya pesadilla, me recordó mucho a la película Giro al Infierno...
pero también me extraña que hayas tenido que hacer no sé cuantos miles de kilómetros para verte en una así! tío, que te estás haciendo un continente entero en bicicleta!!!
Esto no hace mas que evidenciar lo épico de tu aventura.
cuídate mucho!
luis, elena y el mau!
Hola Miguel,
Sigo con asombro y cierta envidia tu blog, has hecho del viajar una auténtica aventura y el relato es lo más divertido de la red.
¿ sigues por ahí el año próximo?, nosotros estamos preparando nuestro desembarco en Sudamérica creo que en Febrero, a ver si coincidimos en algún punto.
Un abrazón
Rober
http://www.foromtb.com/showthread.php?469835-Bricotutorial-Rueda-Libre-Parte-1-PIÑON-DE-ROSCA
Migüel, subongo que hayas seguido los basos, es megánigamente inshuperable, no dengo palabros.
Forges
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