Salí del hostal y me fui hasta el Octavo Anillo, donde vive la familia de Stephanie que, como dije en la anterior entrada del blog, me ofreció quedarme unos días en su casa. También en la anterior entrada me puse todo misterioso con que había una cosa que quería ver en su casa. Me recibieron como a un invitado de excepción y pasé unos días superagradables con ellos. Viven un poco alejados del centro (unos 7 km), y es por eso que había preferido pasar unos días primero yo solo en el hostal del tucán, en el centro de Santa Cruz. Pero su casa tiene todo lo que hace falta como para no sentir necesidad de salir de ella más que para algunas cosas. Tienen un jardín guapísimo y muy fresco (dentro de los calores que hacen aquí), un orquidiario con 400 especies e híbridos diferentes, varias tortugas, un par de parabas, un perro, una gallina graciosísima que es más perro que el perro, algunos periquitos (a los que ignoré totalmente) y el rey absoluto de la casa: Dalí, un perezoso.
Cuando Stephanie me contó en Jujuy que tenían un perezoso en casa, rápidamente le dije que me molaría mucho verlo, y ese fue el desencadenante de que acabaran invitándome a pasar unos días en su casa. Dalí llegó a su casa procedente del zoológico de Santa Cruz, dentro de un programa de cría de huérfanos en cautividad con el objetivo de soltarlo en el bosque algún día.
No tengo palabras para describir a Dalí. Bueno, no, sí que tengo una: acojonante. El día que llegué estaba en el jardín tomando el aire subido a unas palmeras. Después se bajó a cagar a la base de los árboles (por lo visto hacen cacota una vez a la semana; con la cola, que es muy corta pero con forma de pala, hacen un furaquín y dejan unas aceituninas) y después se fue hasta la verja de la calle, la trepó y salió a la carretera a investigar. Ese fue mi primer contacto con Dalí, pero fue suficiente para que me enamorara de él tanto como la propia familia.
Se mueve muy lentamente. Incluso parpadea despacio y, por ejemplo, para jugar nunca llega a tocarte porque reacciona tardísimo. Trepa con una elegancia pasmosa. Se sube a todo lo que encuentra y se queda allí arriba mirando. Es muy curioso verlo trepar porque hace los mismos movimientos que un escalador pero con una demostración de fuerza y técnica brutal. Y siempre en estático: nunca hace lances dinámicos a dos manos. Suele agarrar las presas con pinza, pero alguna vez lo vi empotrando el puño en fisuras. Fascinante. Se pasa el día quieto con los ojos entornados, o cambiando de sitio para volver a quedarse quieto. Bueno, y come con gran fruición las hojas de toborochi que le trae José Luis a diario. Las uñas dan un poco de miedo al principio, pero alguna vez que lo tuve en brazos me di cuenta de que no aprieta si no quiere. Te pone las maninas en los hombros y con los pies se agarra a la cintura. Y el pelo es muy suave.
Las pocas salidas de casa que hice fueron:
Y el resto del tiempo charlar, charlar y charlar, claro. José Luis es ingeniero forestal y Peggy botánica, así que los abrasé a preguntas sobre los bosques bolivianos que quería ver.
Estuve encantado esos días, y la familia me trató casi tan bien como a Dalí. No, es coña, me dieron de comer mejor que a él. Fue una pena que Stephanie no estuviera.
Mi idea desde Santa Cruz era subir hacia el norte, hacia El Beni, la zona amazónica de Bolivia. Pero juntando informaciones de aquí y de allá y, sobre todo, a partir de una conversación con el dueño del Biocentro (un paisano bastante interesante que ha viajado mucho en bici), decidí que iba a ser una locura de calor, lluvias y cientos de kilómetros de pistas de arena. Así que cambié de idea una vez más (y no sería la última) y elegí una ruta hacia el oeste, hacia Cochabamba por la vieja, haciendo una primera parada en Bermejo para visitar a una gente que me recomendaron Peggy y José Luis.
Como eran 80 km (más las vueltas que tuve que dar por la ciudad), hice noche a medio camino. Una cosa que me sorprendió es cómo cambió el paisaje durante los días que estuve en Santa Cruz. Cuando yo llegué a la ciudad cruzando El Chaco, había estado viajando por bosques en pleno invierno, con la mitad de los árboles sin hojas. Pero cuando salí de Santa Cruz, y después de esos 3 días de lluvias, los árboles ya estaban primaverales, sin flores pero con las hojas nuevas de ese color verde tierno. Está claro que estaban esperando las lluvias como agua de octubre. Esa noche me metí por un camino a un lado de la carretera, crucé una cerca y me metí en un bosquete para acampar.
Mientras estaba montando la tienda aparecieron unos monos encima de mí. Luego al ponerse el sol salieron las luciérnagas, que aquí son enormes. Escarabajos peloteros enredando en la mierda de caballo. Ya totalmente de noche cientos de polillas se posaron sobre mis cosas, que debían de estar todavía calentitas (Lore, te encantaría). Bichos y pájaros haciendo ruido durante toda la noche. Un flipe. Fue mi primer contacto con los bosques de aquí, y sólo un preludio de lo que llevo viendo durante el último mes, pero suficiente para estar encantado. Ya hablaré de esto más adelante.
Esa misma noche decidí que tenía que comprar un machete. Aparte de que el machete mola, me abre todo un mundo de posibilidades: puedo meterme por donde quiera (dentro de un orden), sirve para preparar el suelo antes de acampar, las culebras (que aún no he visto, por cierto) dan menos miedo y, en general, me da más libertad a la hora de elegir dónde acampo o por dónde me meto.
Así que la mañana siguiente, en cuanto encontré una tienda de aperos de campo, me pillé uno, le hice una funda con cartón y me fui como un niño con machete nuevo, con unas ganas locas de usarlo. Al final, como ya contaré, tardé mucho en necesitarlo, pero puedo adelantar ya que me cambió la vida. Aunque por supuesto hice mis pinitos destructivos ese mismo día forzando un poco.
El día siguiente llegué a Bermejo. Después de atravesar un puente en plan Indiana Jones que no me ofreció mucha seguridad para pasar con la bici y toda la carga, llegué a Ginger's Paradise, el montaje que tienen Cristóbal y Sol.
Cristóbal es un gringo que lleva ya 20 años en Bolivia, y Sol es una boliviana que lleva más tiempo todavía. Viven con sus 4 hijos (Nova, Disi, Ginger y el bebé) en un terreno de 2 hectáreas en las que cultivan un montón de movidas y donde tienen su casa y un alojamiento. Todo esto sin electricidad. Bueno, no, tienen una bici estática que produce electricidad si alguien pedalea y que usan para recargar móviles y licuar fruta, pero nada más. Todo el resto se hace a manita. Para alojarse allí hay una rebaja en el precio -que incluye pensión completa- para quien quiera ayudar en las labores diarias (desde amasar pan a ordeñar la vaca, cortar leña o construir la ampliación de la casa). Y todo dentro de una zona de bosque, al lado de un río con agua tibia, y con el Parque Nacional Amboró en frente. Muy guay.
Dato curioso: Cristóbal y Sol se conocieron en España. Se acabaron estableciendo en León una buena temporada e iban bastante a Gijón -y casi nada a Oviedo-. Parece ser que una señora de Gijón se encariñó con Sol y cuando ella se quedó embarazada le pidió ser la madrina de su hija, con tan mala suerte (para la señora) que al final Ginger nació en Cataluña y nunca llegó a conocerla. Sol me ha dado una carta y Ginger unos dibujos para que se los dé en mano. Me da bastante miedo perderlos o que lleguen hechos papier maché, pero hemos quedado en que si así ocurre, pues ocurrió.
También me han dado los datos de un amigo de ellos de León para que pase a saludarlo. Por circunstancias de la vida regenta un establecimiento que se llama Valentino. Poned "Valentino" y "León" en google, ya veréis. Habrá que dir.
El caso es que, como viene siendo habitual, el día o par de días que tenía pensado estar allí se convirtió en cinco. Una vida muy pancha: odeñar la vaca por la mañana y por la tarde, desayuno realmente opíparo, un poco de curro por la mañana, baño en el río, almuerzo (vegetariano), aun menos curro por la tarde, cena (muy frugal), conversación y dormir. De puta madre.
Durante esos días yo fui el único alojado, pero pasaron -y se quedaron- varios amigos de la familia: un alemán con un desengaño amoroso reciente, un boliviano que vivió la vida loca (muy muy pero muy loca) en Madrid durante 7 años y Laura, cruceña y a la que volveré a ver en algún momento.
El quinto día marché. Pero no seguí en la dirección que iba -hacia el oeste- sino que me di la vuelta y regresé a Santa Cruz. Resulta que hablando un día con Cristóbal me dijo que había 3 sitios imprescindibles (en su opinión) en Bolivia:
No tengo palabras para describir a Dalí. Bueno, no, sí que tengo una: acojonante. El día que llegué estaba en el jardín tomando el aire subido a unas palmeras. Después se bajó a cagar a la base de los árboles (por lo visto hacen cacota una vez a la semana; con la cola, que es muy corta pero con forma de pala, hacen un furaquín y dejan unas aceituninas) y después se fue hasta la verja de la calle, la trepó y salió a la carretera a investigar. Ese fue mi primer contacto con Dalí, pero fue suficiente para que me enamorara de él tanto como la propia familia.
Se mueve muy lentamente. Incluso parpadea despacio y, por ejemplo, para jugar nunca llega a tocarte porque reacciona tardísimo. Trepa con una elegancia pasmosa. Se sube a todo lo que encuentra y se queda allí arriba mirando. Es muy curioso verlo trepar porque hace los mismos movimientos que un escalador pero con una demostración de fuerza y técnica brutal. Y siempre en estático: nunca hace lances dinámicos a dos manos. Suele agarrar las presas con pinza, pero alguna vez lo vi empotrando el puño en fisuras. Fascinante. Se pasa el día quieto con los ojos entornados, o cambiando de sitio para volver a quedarse quieto. Bueno, y come con gran fruición las hojas de toborochi que le trae José Luis a diario. Las uñas dan un poco de miedo al principio, pero alguna vez que lo tuve en brazos me di cuenta de que no aprieta si no quiere. Te pone las maninas en los hombros y con los pies se agarra a la cintura. Y el pelo es muy suave.
No hay más que verlo
Durante esos días pasé muchas horas mirando absolutamente todo lo que hacía, como los niños del altiplano hacían conmigo. Varias noches se metió en mi habitación a dormir, pero es muy discreto y silencioso. El día que yo marchaba empezó a dar unos gritos muy extraños que nos asustaron un poco al principio. Claramente era una señal de duelo por mi partida, porque me contaron que no los volvió a hacer una vez que marché. Hablo mucho de él y pongo muchas fotos pero es que me tuvo loquito durante esos días.Las pocas salidas de casa que hice fueron:
- Comprar unas gafas nuevas. El segundo día de estar allí se me rompìeron por el puente y tuve que usar las de repuesto, con menos graduación y con un centrado distinto sobre los ojos que hicieron que estuviera como mareado todo el día y que no atinara muy bien para coger cosas. Pero por 25 irrisorios euros compré otro par bastante molón y me cambiaron los cristales de las viejas a las nuevas.
- Seguí con mi búsqueda de una guía de aves pero resultó también infructuosa.
- Un día fui al zoo. No me gustó. No recordaba los lugares tan tristes que son los zoos.
- El sábado salí en bici con José Luis y con sus amigotes de bici. Fuimos al Urubó, una zona en las afueras que me recuerda mucho a la Casa de Campo de Madrid, aunque sin señoritas extracomunitarias tomando el aire. Demasiado llano y fácil para mi gusto, pero ya me las arreglé yo para buscar sitios y situaciones donde caerme y volver raspuñado a casa.
- Otro día fui a visitar la facultad de Biología, de la que Peggy es vicedecana. Me moló.
- El domingo fui con Oli a Güembé, un balneario (como llamamos acá a los sitios con piscinas y chiringuitos de comer) disfrazado de parque conservacionista (biocentro, lo llaman), muy caro y con un aviario y un mariposario enormes que nadie visita. Pero muy bien montado y agradable.
Y el resto del tiempo charlar, charlar y charlar, claro. José Luis es ingeniero forestal y Peggy botánica, así que los abrasé a preguntas sobre los bosques bolivianos que quería ver.
Estuve encantado esos días, y la familia me trató casi tan bien como a Dalí. No, es coña, me dieron de comer mejor que a él. Fue una pena que Stephanie no estuviera.
Mi idea desde Santa Cruz era subir hacia el norte, hacia El Beni, la zona amazónica de Bolivia. Pero juntando informaciones de aquí y de allá y, sobre todo, a partir de una conversación con el dueño del Biocentro (un paisano bastante interesante que ha viajado mucho en bici), decidí que iba a ser una locura de calor, lluvias y cientos de kilómetros de pistas de arena. Así que cambié de idea una vez más (y no sería la última) y elegí una ruta hacia el oeste, hacia Cochabamba por la vieja, haciendo una primera parada en Bermejo para visitar a una gente que me recomendaron Peggy y José Luis.
Como eran 80 km (más las vueltas que tuve que dar por la ciudad), hice noche a medio camino. Una cosa que me sorprendió es cómo cambió el paisaje durante los días que estuve en Santa Cruz. Cuando yo llegué a la ciudad cruzando El Chaco, había estado viajando por bosques en pleno invierno, con la mitad de los árboles sin hojas. Pero cuando salí de Santa Cruz, y después de esos 3 días de lluvias, los árboles ya estaban primaverales, sin flores pero con las hojas nuevas de ese color verde tierno. Está claro que estaban esperando las lluvias como agua de octubre. Esa noche me metí por un camino a un lado de la carretera, crucé una cerca y me metí en un bosquete para acampar.
Mientras estaba montando la tienda aparecieron unos monos encima de mí. Luego al ponerse el sol salieron las luciérnagas, que aquí son enormes. Escarabajos peloteros enredando en la mierda de caballo. Ya totalmente de noche cientos de polillas se posaron sobre mis cosas, que debían de estar todavía calentitas (Lore, te encantaría). Bichos y pájaros haciendo ruido durante toda la noche. Un flipe. Fue mi primer contacto con los bosques de aquí, y sólo un preludio de lo que llevo viendo durante el último mes, pero suficiente para estar encantado. Ya hablaré de esto más adelante.
Esa misma noche decidí que tenía que comprar un machete. Aparte de que el machete mola, me abre todo un mundo de posibilidades: puedo meterme por donde quiera (dentro de un orden), sirve para preparar el suelo antes de acampar, las culebras (que aún no he visto, por cierto) dan menos miedo y, en general, me da más libertad a la hora de elegir dónde acampo o por dónde me meto.
Así que la mañana siguiente, en cuanto encontré una tienda de aperos de campo, me pillé uno, le hice una funda con cartón y me fui como un niño con machete nuevo, con unas ganas locas de usarlo. Al final, como ya contaré, tardé mucho en necesitarlo, pero puedo adelantar ya que me cambió la vida. Aunque por supuesto hice mis pinitos destructivos ese mismo día forzando un poco.
El día siguiente llegué a Bermejo. Después de atravesar un puente en plan Indiana Jones que no me ofreció mucha seguridad para pasar con la bici y toda la carga, llegué a Ginger's Paradise, el montaje que tienen Cristóbal y Sol.
Cristóbal es un gringo que lleva ya 20 años en Bolivia, y Sol es una boliviana que lleva más tiempo todavía. Viven con sus 4 hijos (Nova, Disi, Ginger y el bebé) en un terreno de 2 hectáreas en las que cultivan un montón de movidas y donde tienen su casa y un alojamiento. Todo esto sin electricidad. Bueno, no, tienen una bici estática que produce electricidad si alguien pedalea y que usan para recargar móviles y licuar fruta, pero nada más. Todo el resto se hace a manita. Para alojarse allí hay una rebaja en el precio -que incluye pensión completa- para quien quiera ayudar en las labores diarias (desde amasar pan a ordeñar la vaca, cortar leña o construir la ampliación de la casa). Y todo dentro de una zona de bosque, al lado de un río con agua tibia, y con el Parque Nacional Amboró en frente. Muy guay.
Dato curioso: Cristóbal y Sol se conocieron en España. Se acabaron estableciendo en León una buena temporada e iban bastante a Gijón -y casi nada a Oviedo-. Parece ser que una señora de Gijón se encariñó con Sol y cuando ella se quedó embarazada le pidió ser la madrina de su hija, con tan mala suerte (para la señora) que al final Ginger nació en Cataluña y nunca llegó a conocerla. Sol me ha dado una carta y Ginger unos dibujos para que se los dé en mano. Me da bastante miedo perderlos o que lleguen hechos papier maché, pero hemos quedado en que si así ocurre, pues ocurrió.
También me han dado los datos de un amigo de ellos de León para que pase a saludarlo. Por circunstancias de la vida regenta un establecimiento que se llama Valentino. Poned "Valentino" y "León" en google, ya veréis. Habrá que dir.
El caso es que, como viene siendo habitual, el día o par de días que tenía pensado estar allí se convirtió en cinco. Una vida muy pancha: odeñar la vaca por la mañana y por la tarde, desayuno realmente opíparo, un poco de curro por la mañana, baño en el río, almuerzo (vegetariano), aun menos curro por la tarde, cena (muy frugal), conversación y dormir. De puta madre.
Durante esos días yo fui el único alojado, pero pasaron -y se quedaron- varios amigos de la familia: un alemán con un desengaño amoroso reciente, un boliviano que vivió la vida loca (muy muy pero muy loca) en Madrid durante 7 años y Laura, cruceña y a la que volveré a ver en algún momento.
El quinto día marché. Pero no seguí en la dirección que iba -hacia el oeste- sino que me di la vuelta y regresé a Santa Cruz. Resulta que hablando un día con Cristóbal me dijo que había 3 sitios imprescindibles (en su opinión) en Bolivia:
- el Parque Nacional Amboró, allí enfrente de casa
- los pueblos de las serranías en dirección a Sucre y el altiplano
- la Chiquitanía (¡jarrrl!), al este de Santa Cruz
4 comentarios:
A ver si matas polillas con ese machete! Y a ver si aviso a Pedro de que no mire estas fotos, porque si ve la arañona muere. Vaya dos. Besos.
Lore
Miguelon!!
El Valentino es el "punto caliente" donde hacen los conciertos ultimamente en León, yo no estuve! me lo han contado... o si... a si que estuve viendo a los Hollywood Sinners.
Este Viernes, por ejemplo, tocan los Chicos, te lo puedes imaginar?, es lo mas wacknrollero que te puedas imaginar. Los grupos estan obligados a tocar una para que salga a bailar una tiarrona en la barra... increible!!!
abrazo
Titin
Estoy intentando solucionar lo de las grabaciones. Un
Pues habría que veros, entre el perezoso pestañeando lento y tú con ojos de miope y las gafas mal graduadas... Vaya pareja, como para no echarte de menos. Vaya bicho, molan un montón las fotos, sobretodo en la que está tumbado en la colcha como el peluche.
Hola, Miguel. Entro por primera vez en tu block porque me dijo Joe que andabas por Sta. Cruz de la Sierra, sitiu que tambíen visité. Yes un valiente y un disfrutón. Sigue asi y goza to lo que puedas. Yo marcho pa Cuba en enero y como se animó un amigu voy a hacerla en bici. De alli sigo pa centroamerica pero ya sin bici.
Mandote un abrazu muy, muy fuerte. Chema
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