Después de esta ausensi, más prolongada de lo que yo creía, puedo por fin actualizar el blog. He hecho 5 entradas del tirón, así que será mejor que empecéis por aquí.
El último día en casa de Milton y familia, comí, me despedí de todo el mundo que había en la casa (ese día fuimos 13 para comer) y partí. Y también partí 3 radios nada más empezar y tuve que hacer la etapa con la rueda trasera un poco frenada a causa de la deformación de la llanta.
Los últimos días había estado haciendo cada vez más calor y, aunque en Santiago, por estar un poco más alto, se nota menos, al bajar al llano otra vez, a mediodía, recién comido y sobre asfalto, casi me hago churrasco.
El siguiente objetivo eran Los Hervores en Aguas Calientes. Uf, ya da calor con sólo mentarlo. Aguas Calientes es el nombre del pueblo y Los Hervores es un tramo del río Aguas Calientes (me estoy asando), que ahí tiene unos 100 m de ancho y donde hay un montón de surgencias de agua caliente un poco sulfurosa. Suena molón, pero cometí la imprudencia de meterme nada más llegar, con toda la sudada de la bici, y cuando salí del agua me costaba hasta pensar.
Pero unas cervezas, un plato de piraña y una conversación con un super personaje me revivieron.
La piraña, para alguien tan poco pescadero como yo, es perfecta: poca espina y grande y la carne muy sabrosa. La había pescado en El Pantanal Emilio, el personaje en cuestión, alojado en mi mismo cámping y acompañado por una señorita boliviana -a la que no quiero calificar sin saber, pero que deduje que desempeñaba un oficio muy popular en Babilonia- y de unas 15 latas de cerveza cuyo número iba aumentando a medida que avanzábamos en la conversación.
Tardó muy poco en contarme su historia: 62 años muy bien llevados, checoslovaco de nacimiento, canadiense de pasaporte y residente en Bolivia desde hace 30 años. Ahora ya está retirado de un pequeño negocio de exportación a Europa y distribución vía Amsterdam de cocaína. Toma ya. Por supuesto le tiré de la lengua todo lo que pude, aunque ya la tenía él bastante suelta.
En 1982-83 estuvo un año y medio en Carabanchel, Séptima Galería, la de extranjeros, donde también metían a los presos españoles que no eran bien recibidos en el resto del presidio. Allí compartió espacio con algún que otro etarra, con los del aceite de colza y, por los datos que me dio, con nada más y nada menos que Rafi Escobedo ¡La aristocracia del crimen carpetovetónico! Faltaban unos Hermanos Izquierdo, un Mario Conde o un Dioni, pero no está nada mal. Además, él lo contó así, como que había estado con famosos.
En 2003-2006 cumplió en Chequia 3 años -de una condena de 7- y, aunque siguió tentando la suerte, un susto en Inglaterra le convenció de que era mejor dejar el tema.
La mañana siguiente me levanté a las 4:30 para aprovechar que hacía menos calor y ver amanecer y el despertar del bosque metido en el agua, como los monos esos de Japón. Bien, aunque sin alharacas, pero tengo yo un hermano que seguro que lo iba a disfrutar más.
En principio este iba a ser el final del viaje hacia el este. La idea inicial era llegar hasta aquí y regresar a Santa Cruz para seguir hacia el oeste. Pero pasó la movida esa de los 60-90 días del visado y, estando como estaba a sólo 220 km de la frontera con Brasil, decidí acercarme para solucionarlo. Mi intención era informar de que seguía en el país e intentar escaquearme de la multa contando que claro, que como iba en bici no había llegado a tiempo. Además, pretendía pasar a Brasil, volver a entrar en Bolivia al instante, pim-pam, y obtener de esa manera otros 90 días de estancia en el país. De paso vería El Pantanal, que tiene muy buena pinta y que, al no haber empezado aún la temporada de lluvias, la superficie inundada es menor y los bichos estarían concentrados en menos espacio.
Pretendía retomar el camino por la tarde, cuando bajara un poco el calor y avanzar lo que pudiera. Pero no, el calor no bajaba ni siquiera de noche, así que los dos días siguientes madrugué tanto que a las 11 de la mañana ya había pedaleado los 110 km de cada etapa. Mola.
Los dos días me llovió durante varias horas, pero se agradecía el frescor porque aunque diga que por la mañana hace menos calor, aquí nunca deja de hacerlo.
Llegué por fin a Puerto Quijarro, la frontera con Brasil, y me fui directo a la aduana. Me había entretenido un poco y cuando llegué resultó que estaba cerrada. ¡Cierran para comer de 12:00 a 14:30!
Esto no lo he comentado hasta ahora, pero en Bolivia es así. Sin ir más lejos, las oficinas de turismo cierran el viernes a mediodía y no abren hasta el lunes, las comisarías de policía no abren las 24 horas y las taquillas del tren reducen el horario los findes. Sin embargo, Correos abre los 7 días de la semana.
Cuando por fin abrieron me dijeron que no sólo no me servía de nada salir del país y volver a entrar, puesto que el visado normal de turista cubre 90 días por año, sino que para regularizar mi estancia en Bolivia tenía que ir a Migración en Santa Cruz o La Paz. Tócate los cojones.
Encima, una vez estando allí me di cuenta de que para meterse dentro del Pantanal no queda más remedio que contratar una excursión turística típica, de esas que se pagan en dólares y de las que llevo huyendo desde que empecé el viaje.
Mi idea era, por supuesto, meternos mi machete y yo solos por ahí y flipar. Pero me di cuenta de que iba a ser muy difícil sin una barca. Aparte de los mosquitos, los cocodrilos, las pirañas, las anacondas, los tigres, los zombis y el hombre del saco.
En definitva: hice el canelo yendo al Pantanal.
Pero hete aquí que econtré un hostel con piscina, internet y cerveza helada, prácticamente de lujo. Entre baño y baño (el calor cada día apretaba más) me metí un maratón de internet que me permitió publicar estas 5 entradas del tirón.
Un día fui a un pueblo cercano a comer chicharrón de lagarto (yacaré). El aspecto de la carne es de pollo, pero el sabor es de chancho.
Varios días después me monté en el Expreso Oriental de las 16:00, con un aire acondicionado polar, y regresé a Santa Cruz, donde reencontré a viejos conocidos y conocí a otros nuevos.
Entre los nuevos está Carlos, un cooperante asturiano tinetense que, casualidades de la vida, ye primu de Edu.
Solucioné el tema en Migración y no me cobraron por ampiarme hasta los 90 días.
Dos tonterías:
El último día en casa de Milton y familia, comí, me despedí de todo el mundo que había en la casa (ese día fuimos 13 para comer) y partí. Y también partí 3 radios nada más empezar y tuve que hacer la etapa con la rueda trasera un poco frenada a causa de la deformación de la llanta.
Los últimos días había estado haciendo cada vez más calor y, aunque en Santiago, por estar un poco más alto, se nota menos, al bajar al llano otra vez, a mediodía, recién comido y sobre asfalto, casi me hago churrasco.
El siguiente objetivo eran Los Hervores en Aguas Calientes. Uf, ya da calor con sólo mentarlo. Aguas Calientes es el nombre del pueblo y Los Hervores es un tramo del río Aguas Calientes (me estoy asando), que ahí tiene unos 100 m de ancho y donde hay un montón de surgencias de agua caliente un poco sulfurosa. Suena molón, pero cometí la imprudencia de meterme nada más llegar, con toda la sudada de la bici, y cuando salí del agua me costaba hasta pensar.
Pero unas cervezas, un plato de piraña y una conversación con un super personaje me revivieron.
La piraña, para alguien tan poco pescadero como yo, es perfecta: poca espina y grande y la carne muy sabrosa. La había pescado en El Pantanal Emilio, el personaje en cuestión, alojado en mi mismo cámping y acompañado por una señorita boliviana -a la que no quiero calificar sin saber, pero que deduje que desempeñaba un oficio muy popular en Babilonia- y de unas 15 latas de cerveza cuyo número iba aumentando a medida que avanzábamos en la conversación.
Tardó muy poco en contarme su historia: 62 años muy bien llevados, checoslovaco de nacimiento, canadiense de pasaporte y residente en Bolivia desde hace 30 años. Ahora ya está retirado de un pequeño negocio de exportación a Europa y distribución vía Amsterdam de cocaína. Toma ya. Por supuesto le tiré de la lengua todo lo que pude, aunque ya la tenía él bastante suelta.
En 1982-83 estuvo un año y medio en Carabanchel, Séptima Galería, la de extranjeros, donde también metían a los presos españoles que no eran bien recibidos en el resto del presidio. Allí compartió espacio con algún que otro etarra, con los del aceite de colza y, por los datos que me dio, con nada más y nada menos que Rafi Escobedo ¡La aristocracia del crimen carpetovetónico! Faltaban unos Hermanos Izquierdo, un Mario Conde o un Dioni, pero no está nada mal. Además, él lo contó así, como que había estado con famosos.
En 2003-2006 cumplió en Chequia 3 años -de una condena de 7- y, aunque siguió tentando la suerte, un susto en Inglaterra le convenció de que era mejor dejar el tema.
La mañana siguiente me levanté a las 4:30 para aprovechar que hacía menos calor y ver amanecer y el despertar del bosque metido en el agua, como los monos esos de Japón. Bien, aunque sin alharacas, pero tengo yo un hermano que seguro que lo iba a disfrutar más.
En principio este iba a ser el final del viaje hacia el este. La idea inicial era llegar hasta aquí y regresar a Santa Cruz para seguir hacia el oeste. Pero pasó la movida esa de los 60-90 días del visado y, estando como estaba a sólo 220 km de la frontera con Brasil, decidí acercarme para solucionarlo. Mi intención era informar de que seguía en el país e intentar escaquearme de la multa contando que claro, que como iba en bici no había llegado a tiempo. Además, pretendía pasar a Brasil, volver a entrar en Bolivia al instante, pim-pam, y obtener de esa manera otros 90 días de estancia en el país. De paso vería El Pantanal, que tiene muy buena pinta y que, al no haber empezado aún la temporada de lluvias, la superficie inundada es menor y los bichos estarían concentrados en menos espacio.
Pretendía retomar el camino por la tarde, cuando bajara un poco el calor y avanzar lo que pudiera. Pero no, el calor no bajaba ni siquiera de noche, así que los dos días siguientes madrugué tanto que a las 11 de la mañana ya había pedaleado los 110 km de cada etapa. Mola.
Los dos días me llovió durante varias horas, pero se agradecía el frescor porque aunque diga que por la mañana hace menos calor, aquí nunca deja de hacerlo.
Llegué por fin a Puerto Quijarro, la frontera con Brasil, y me fui directo a la aduana. Me había entretenido un poco y cuando llegué resultó que estaba cerrada. ¡Cierran para comer de 12:00 a 14:30!
Esto no lo he comentado hasta ahora, pero en Bolivia es así. Sin ir más lejos, las oficinas de turismo cierran el viernes a mediodía y no abren hasta el lunes, las comisarías de policía no abren las 24 horas y las taquillas del tren reducen el horario los findes. Sin embargo, Correos abre los 7 días de la semana.
Cuando por fin abrieron me dijeron que no sólo no me servía de nada salir del país y volver a entrar, puesto que el visado normal de turista cubre 90 días por año, sino que para regularizar mi estancia en Bolivia tenía que ir a Migración en Santa Cruz o La Paz. Tócate los cojones.
Encima, una vez estando allí me di cuenta de que para meterse dentro del Pantanal no queda más remedio que contratar una excursión turística típica, de esas que se pagan en dólares y de las que llevo huyendo desde que empecé el viaje.
Mi idea era, por supuesto, meternos mi machete y yo solos por ahí y flipar. Pero me di cuenta de que iba a ser muy difícil sin una barca. Aparte de los mosquitos, los cocodrilos, las pirañas, las anacondas, los tigres, los zombis y el hombre del saco.
En definitva: hice el canelo yendo al Pantanal.
Pero hete aquí que econtré un hostel con piscina, internet y cerveza helada, prácticamente de lujo. Entre baño y baño (el calor cada día apretaba más) me metí un maratón de internet que me permitió publicar estas 5 entradas del tirón.
Un día fui a un pueblo cercano a comer chicharrón de lagarto (yacaré). El aspecto de la carne es de pollo, pero el sabor es de chancho.
Varios días después me monté en el Expreso Oriental de las 16:00, con un aire acondicionado polar, y regresé a Santa Cruz, donde reencontré a viejos conocidos y conocí a otros nuevos.
Entre los nuevos está Carlos, un cooperante asturiano tinetense que, casualidades de la vida, ye primu de Edu.
Solucioné el tema en Migración y no me cobraron por ampiarme hasta los 90 días.
Dos tonterías:
- Aquí en el Oriente utilizan mucho la terminación -ingo/-ango (ahoringa, todingo, ¡menuda hembranga!) que me hace mucha gracia. Es muy camba.
Y seguí echando muchas horas en internet. A pesar de ello no he podido responder a todos los correos que debería y que me gustaría. Deberéis dusculparme, pero es que he llegado al punto de saturación.
No sé cuándo podré volver a publicar porque me vuelvo a meter en zona con internet chunga, pero como suele decir mi madre: es más probable tener noticias cuando pasa algo malo. La ausencia de noticias es buena señal. En principio, claro. No vos preocupar.
Os dejo con un vídeo de Calle 13 que, sensiblero com estoy, me pone los pelos como scorpions. Y luego la -ya clásica- retafila de fotos.No sé cuándo podré volver a publicar porque me vuelvo a meter en zona con internet chunga, pero como suele decir mi madre: es más probable tener noticias cuando pasa algo malo. La ausencia de noticias es buena señal. En principio, claro. No vos preocupar.
6 comentarios:
Lo paso muy bien leyéndote! un beso
Menuda panzada de lectura entretenida con la actualización de tus andanzas... y por cierto, hoy es 13(y encima martes) así que sino me equivoco¡¡¡felicidades!!!
Guille.
Hola Miguelin, soy Ana Garcia- Alcalde, te sigo con interes desde que comenzaste esta aventura y estoy flipando con la de vivencias que estas acumulando, pa contar a los nietos, como se suele decir!!!!! cuando regresas??????.Tengo ganas de verte!!!!!.
hueon, malas noticias, se quemaron 11 mil hectáreas de las Torres del Paine
Seño migue seño migue, que bueno conocerle... Tengo una imagen de ti introduciéndote en la selva con perezoso cogido de una mano, el machete en la otra y diciendo jarrrrl.
Besos y a seguir peladeando!
V
Por donde andas??? escribe por fis un besito, Laura.
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