55 - jueves 16 de febrero de 2012 - Salar de Uyuni



En Uyuni volví al mismo hostal donde había estado antes de ir al Valle de Rocas.
Allí conocí a un grupo de argentinos y unos alemanes con los que pasé bastante rato los días siguientes. Me contaron que, viniendo de Villazón -la frontera con Argentina- su viaje en bus de 7 horas se convirtió en una odisea de día y medio en la que tuvieron que pasar a pie varios ríos hasta que finalmente hubo uno que el autobús no se atrevió a pasar ni en vacío. Afortunadamente llegó otro bus desde la otra ribera, intercambiaron pasajeros y equipaje y continuaron como si nada. Según las noticias estaba todo la zona central de Bolivia igual, con inundaciones aun más jevis y evacuaciones en algunos sitios. Por lo visto yo no fui el único afectado por las lluvias.
Esperé en el hostal a ver si cambiaba el "clima" y, claro, no es que pretendiera que dejase de llover, pero sí que al menos volviera a lo de sol por la mañana-lluvia tarde y noche. Pero no, los tres días siguientes continuaron cayendo unas trombas de agua y granizo brutales. El pueblo se inundaba y desinundaba varias veces al día.

Un ingeniero hidráulico que conocí días después me contó que este año se estaba superando el nivel hídrico de 25 años de periodo de retorno (la Q25). Suerte perra.
Y el segundo día se fue la luz. Hubo un apagón de 3 días en medio altiplano. Cojonudo. En ese momento yo ya estaba desesperado con lo de cruzar el Salar en bici. Si todo el mundo me decía que había tanta agua y seguía lloviendo de esa manera, sería totalmente imposible.
Lo que pasa es que yo quería cruzar el Salar. Llevaba desde el comienzo del viaje con esa idea. Bueno, más bien desde que decidí que no me detendría en Atacama y que continuaría hacia el Norte. Además, ya tengo un poco de experiencia en esto y sé que nunca nada es tan peligroso ni difícil como lo pinta la gente local. A todo esto, nunca conseguí saber cuáles eran los terribles peligros que me acechaban en el Salar, porque los guías y conductores de turistas nunca me llegaban a responder. Se estancaban en que era imposible y que estaba loco. Y punto.
Pero un dato muy importante es que los buses de línea que unen los pueblinos de las riberas del Salar seguían haciendo el servicio satravesándolo. Y si un bus puede pasar, yo también.
Nada, lo mejor era ir a verlo yo mismo. Si de verdad era tan difícil o tan peligroso de verdad, pues me daría la vuelta. O si me encontraba con sirenas, hidras, tritones o dragones de siete cabezas, pues ya veríamos en cada caso.
Seguía estando el tema de las lluvias locas, pero después de tres días ya me picaba demasiadoel niqui y decidí partir. Previamente metí en el gps los waypoints aproximados (según un mapa de escala 1:1.300.000; o sea, muy groseros) de los lugares por los que pretendía pasar una vez me metiera en el bacalao.
Al final con las lluvias tuve mucha suerte, porque ese día y los siguientes el tiempo volvió al ciclo normal y me dejó pedalear hasta las 15:00-16:00.
Uyuni, aunque el Salar lleve su nombre, está a 25 km. Antes hay que pasar por Colchani, un pueblo aun más terrorífico que el propio Uyuni. Desde allí una carretera lleva directamente hasta el borde del Salar, donde empieza el agua. Y ahí paré y me puse a pensar qué hacía.

Veía que los 4x4 de turistas que se internaban se hundían hasta mitad de rueda, como hasta la rodilla. Pero con los prismáticos me dio la impresión de que los que estaban lejos, más adentro, estaban menos hundidos. Pregunté a un conductor y me confirmó que la parte más profunda era la orilla y que en el Hotel de Sal, a 7 km hacia el interior, había algunos cachos secos (para plantar la tienda de campaña).
Pues palante.
Efectivamente, los primeros dos o tres kilómetros son muy difíciles de pedalear con el agua más alta que el pedalier y el fondo arenoso. Pero a partir de ahí mejora el fondo y el agua sólo llega a los pedales cuando están en la parte baja. Diseminados entre el borde del Salar y el Hotel de Sal hay diariamente cientos de 4x4 con turistas y tuve que desviarme de su ruta habitual porque todo el mundo me sacaba fotos o me gritaba cosas.
En tres cuartos de hora cubrí los 7 km y llegué al Hotel de Sal. Efectivamente, fuera tenía tres cachinos secos y sólo uno de ellos protegido del viento, pero es imposible clavar las piquetas en la sal, que es dura como el cemento. Até la tienda a algunas cosas que había por allí y quedó más o menos. Pero cuando entré al Hotel a fisgar me dijo la paisana (una de pollera, una chola) que pusiera la tienda dentro del Hotel, en un cuartín. Perfecto, porque si llovía o había olas y el nivel del agua subía 2 o 3 centímetros, se me inundaría la tienda.

Además de dejarme dormir dentro, me dieron de cenar y de desayunar. Yo creo que lo hacen con todos los ciclistas, porque yo tampoco tuve especial buen rollo con ellos. No lo sé, pero no deja de ser un detallazo.
Parece que estoy pasando del tema, pero no, el Salar es un flipe. No sé cómo será cuando está seco, pero con agua es simplemente acojonante. Se tiene la sensación de estar sobre un inmenso espejo. En realidad eres muy consciente de que es agua, porque estás hundido y chapoteando en ella, pero en cuanto alejas la vista todo, absolutamente todo, está reflejado. Una sensación muy rara, pero muy agradable.

Con la luz del atardecer y estando nublado, con las bandadas de flamencos que vienen de todos los alrededores a pasar la noche en el Salar, volando a ras del agua y reflejándose en ella, cuando se han ido todos los coches de turismo y sólo quedamos los japoneses alojados y yo desperdigados por los alrededores del Hotel, la sensación extraña se acentúa y hay una atmósfera muy irreal, como estar soñando o en duermevela. Realmente no sé por qué digo esto, puesto que lo que caracteriza a los sueños es que son muy reales, pero de verdad que se tiene esa sensación.

El Salar con agua, un volcán en erupción y los Puertos de Agüeria en otoño son tres cosas que hay que ver antes de morir.
Por la noche estuve dándole vueltas a ver qué hacía, si regresaba a tierra firme o continuaba. El siguiente lugar seco era la Isla Inca Huasi, a 60 km, en el centro del Salar. Como no me pareció muy difícil y me moría de ganas de cruzar el Salar pues claro, por la mañana seguí.
Descubrí que la parte central del Salar, en contra de lo que me decían todos los guías y todo el mundo, tenía menos agua (sólo hasta el tobillo) y que el fondo de sal era duro como asfalto. Así que cubrí los 62 km hasta la Isla en un tiempo casi como si estuviera fuera del agua. Luego me di cuenta de que el esfuerzo había sido mucho mayor. Lo que pasa es que iba con algo de prisa por dos razones:
  1. Por un lado porque no hay un solo sitio sin agua en los 60 km y, aunque hice alguna parada, me tenía que quedar siempre de pie, claro. Al final se tienen unas ganas locas de tocar tierra. Aparte de que aunque al principio es muy gracioso lo de andar por agua, al poco ya es todo más de lo mismo. En realidad cada muchos kilómetros hay alguna cosa: piedras que no tengo ni idea de dónde han salido, una rueda de camión (donde sí me senté), algún pájaro muerto, o unas cruces de un accidente que hubo hace unos años. Cada vez que veía una cosa a lo lejos me desviaba para verla, aunque nunca podía calcular la distancia a la que estaba. Al ser todo absolutamente llano y no haber puntos de referencia, cualquier objeto parece enorme desde lejos. Y a veces al contrario, parecen más pequeñas de lo que son. Las piedras parecen islas y las islas parecen piedras.
  1. Por otro para que no me pillaran las tormentas de la tarde. Por cierto, una pregunta para el ingeniero (voy atando cabos; creo) de los rayos y las olas: si cae un rayo en el otro extremo del Salar -pongamos 50 km- ¿puede darme un trallazu a mí, que voy sobre una bici con ruedas de goma y mis pies, aunque se salpican, no van hundidos dentro del agua? Y el sillín es de cuero y los puños del manillar de goma.
Los supuestamente terroríficos ojos del Salar. Son profundos, sí,
pero en la mayoría no cabe siquiera un pie y sus bordes son indestructibles
Al final llegué a la Isla totalmente exhausto y no sólo me derrumbé en la arena cual náufrago, sino que efectivamente se tiene la sensación que, supongo, tenían los marineros al pisar tierra firme después de cruzar el Atlántico.

Cuando hube descansado un poco exploré la isla. En realidad es muy pequeña (menos de 1000x500 m), pero costeando desde el agua y pasando de cala en cala, seguí teniendo la sensación de que me iba a encontrar un puerto pirata secreto o una tribu de caníbales.
Aquí tengo que aclarar que me acabo de (re)leer Robinson Crusoe y que yo me empalmo mucho con estas cosas.
Lo que encontré fue el hotel que ya sabía que existía, que está cerrado en esta época del año pero guardado por un chorbo y su compañera (así la llamó), que acababa de llegar en el autobús que me había cruzado. El chorbo sí que debía de tener el mal del marinero (o del presidiario), porque no les volví a ver el pelo. No me extraña, viviendo solo en una isla desierta, con este tiempo de mierda y rodeado de todos esos cactus bien enhiestos.

Cuidado nena, que esto pincha
El día siguiente otra vez al agua, dejando la Isla atrás, alejándose poco a poco, en dirección a Tahua, un pueblín en la ribera norte puesto en un sitio espectacular, con el propio Salar a la vista, bajo el volcán Tunupa y con unos cerros muy guapos al otro lado. El conjunto, con las casas de adobe y las huertas en plena floración hacen que me pregunte por qué Uyuni es el centro superturístico de Bolivia en lugar de Tahua.

Sólo hay tres alojamientos de lujo (a partir de 60 € parriba), una sola tienda y ningún sitio para comer. Como pasaba de pagar esos precios arrebusqué un poco y acabé durmiendo en un cuartín que me dejaron en la alcaldía por 2,5 €.

Allí es donde conocí al ingeniero aquel de la Q25, que estaba en la zona por unos temas de regadío y abastecimiento. La mañana siguiente pretendía reunirse con los regantes de Tahua, pero la alcaldesa le explicó que no creía que pudiera ser porque esa noche había "costumbre".
Pregunté qué era eso pero no me lo explicaron muy bien, así que por la noche, a las 3:30, en cuanto oí música en la calle, me levanté y salí a la plaza a ver la "costumbre". Lo que me encontré fue un grupo de 8 hombres y 6 mujeres (o sea, cuatro gatos) totalmente borrachos, de procesión bailonga, con unas flautas muy curiosas y un bombo, tocando una melodía muy repetitiva y tirando petardos y voladores. Una de las señoras llevaba a la espalda un gato de monte disecado (o sea, cinco gatos) y otra una especia de garduña. Era Jueves de Comadres.
La mayoría se mantenía a duras penas en pie, pero sorprendentemente llevaba bien el paso del baile. Cuando aparecí yo hicieron un alto para beber y sacaron dos cajas de cerveza. A mí, con el rollo de que era el gringo de la bici (todo el mundo me había visto llegar desde el Salar, lleno de sal hasta los corvejones y sangrando aparatosamente por varias heridas tontas que me hice justo en la orilla), cada vez que se abría una botella me daban de beber. Y entre vivas a las Comadres y a la comparsa se abrían continuamente, claro. Me prestó mucho ver toda la movida, pero a las 5:30 no es que estuviera a su nivel, pero un poco ebrio sí, e hice mutis à la Fredi.

Como siempre, no hice fotos porque me da cosa retratar a la gente, pero grabé un audio de estrangis, que viene a ser lo mismo pero no es lo mismo.

El día siguiente limpié la bici lo mejor que pude al solín y aproveché el viaje del ingeniero y su conductor y me acercaron -a mí y a otros dos bolivianos- hasta Huari, donde hice noche.

En el trayecto comprendí la razón de que a Tahua no vaya ni dios. No hay transporte público para cubrir los 40 km desde el anterior pueblo y para llegar allí hay que recorrer, en el mejor de los casos, 200 km de camino de ripio malo o malísimo (especialmente en esta época) desde el asfalto más cercano. Aunque muy guapo, sobre todo los primeros 50 km.
Huari es un pueblo sin ningún interés (para mí) si no fuera que es donde se hace la cerveza más rica de Bolivia (para mí). Mi favorita sin ninguna duda y la que me jode que no haya cuando termino las etapas.

Por la mañana pillé un bus hasta Oruro, donde estaba a punto de empezar el Carnaval.
Os dejo con más fotos del Salar, que son muy resultonas y que por una vez me da la impresión de que hacen justicia a la realidad. A ver si os meto las ganas de ir a a Puertos de Agüeria.


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