Como había empezado a contar, me fui en tren hasta San José de Chiquitos. A esta línea entre Santa Cruz y Brasil antiaguamente la llamaban "el tren de la muerte" porque sabías más o menos a qué hora salías, pero no era seguro que el tren llegara a su destino. El mío salió puntual y llegó. Además se podían bajar las ventanas y sacar los pies, que mola.
Como ya sabéis, a mediados del siglo XVIII las monarquías de Francia, Portugal y España se enfadaron con la Compañía de Jesús y la expulsaron de todos sus territorios, lo que por aquella época comprendía la mayor parte del orbe conocido. Y eso sí que es una reducción.
Aquí en la Chiquitanía los sustituyeron lso franciscanos, que llegaron para poner las cosas en su sitio, explotando y esclavizando a los indígenas. Como Dios manda.
El artículo en inglés de la wikipedia es muy completo.
El monasterio que montaron en San José es muy guapo, y es el más espectacular de toda la Chiquitanía.
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Aparte del tema jesuítico, San José fue el lugar donde se había fundado inicialmente la ciudad de Santa Cruz, que era un pueblín de cuatro casas y ahora, a 250 km de allí, es una ciudad de 2 millones de habitantes.
En los alrededores hay una serranía en la que intenté pasar la noche varias veces, pero por las tardes cayeron unas tormentas con rayos y centellas que me lo impidieron.
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Después de eso continué viaje en dirección este, hacia Brasil. El sol de mediodía es demoledor y entre las 11:30 y las 16:00 no hay quien pedalee. Lo que hice durante mi estancia en la Chiquitanía fue buscarme una sombra alrededor de las 11:00, montar la tienda para evitar los bichos y esperar para seguir avanzando a media tarde.
La siguiente parada fue Chochís, un pueblo metido debajo de unos paredones de arenisca roja que me pusieron los dientes muy largos, y un monolito enorme que recuerda al de Encuentros en la Tercera Fase.
Me gustaron especialmente las tallas que contaban el milagro mariano -con helicópteros y todo- que hizo que contruyeran eso ahí.
Yo no sabía muy bien a lo que iba porque esos eran todos los datos que tenía, pero resultó ser mucho más que eso.
Don Milton Whittaker llegó a Bolivia desde Indiana hace 40 años, en un voluntariado misionero de asistencia a comunidades de la Chiquitanía y El Beni (el norte de Bolivia) en avioneta. Después de un tiempo, casó con Kathryn, también ¿indianesa?, se instalaron aquí y se dedican a la cría de vacas lecheras. Tienen cinco hijos con un aspecto muy gringo, pero al mismo tiempo muy muy cambas. Y, efectivamente, el yogur, hecho con leche sin pasteruriuzar por supuesto, está impresionante: frambuesa, frutilla (fresa), totaí (un fruto de una palmera), mango...
Tienen una casina de alojamiento, aunque esto lo supe tiempo después. Instalé mi tienda en el jardín de atrás y a partir de ese día compartí vida y mesa con ellos como si fuera uno más. Muy guay.
Al final estuve allí casi dos semanas aunque con un interludio de 4 días que me interné en la Chiquitanía, hacia el norte, y que relato más adelante.
y John Milton (sí, como el del Paraíso Perdido).
Faltan Kathryn (mamá) y Ramona (primogénita)
Durante ese tiempo fui a ver la finca de las vacas, Limoncito, al otro lado de la serranía, y ayudé un día a sembrar con caña de azúcar 3 tareas de superficie (que vienen a ser un día de güe).
y unos a los que se les había estropeado el coche
Hice excursiones por ahí con los guajes.
Encontré unos bloques para escalar, los escalé y otro día fui ¡¡¡a caballo!!! con Joe a que probara.
La familia Whittaker es muy conocida en la Chiquitanía. Durante esos días pasó por allí una gran cantidad de gringos, y algo menos de no gringos.
Entre ellos conocí a unos muy buenos amigos de Milton, menonitas de Ohio aunque afincados en Paraguay y Bolivia, pero que no tienen nada que ver con todo aquello que conté hace unas semanas. Estos llevan una vida como todo el mundo. Incluso más interesante que todo el mundo.
Casi todas las tardes, después de cenar, Milton y yo nos sentábamos en en las mecedoras del porche a charlar durante un buen rato hasta la hora de acostarse (prontín porque a las 6:00 ya está todo el mundo en pie y funcionando).
Entre ellos conocí a unos muy buenos amigos de Milton, menonitas de Ohio aunque afincados en Paraguay y Bolivia, pero que no tienen nada que ver con todo aquello que conté hace unas semanas. Estos llevan una vida como todo el mundo. Incluso más interesante que todo el mundo.
Casi todas las tardes, después de cenar, Milton y yo nos sentábamos en en las mecedoras del porche a charlar durante un buen rato hasta la hora de acostarse (prontín porque a las 6:00 ya está todo el mundo en pie y funcionando).
Como todo tiene un fin, pues llegó un día en que decidí que tenía que continuar y, como siempre, aún pasaron un par de días hasta que me monté en la bici.
Otra cosa que tampoco he comentado es que desde que llegué a la zona calurosa de Bolivia (hace bastante) me ha vencido la pereza culinaria y estoy pasando bastante de cocinar. Con lo barato que es comer por ahí, prácticamente sólo uso el hornillo para el desayuno. He adelgazado un poco, sí.
2 comentarios:
Del literal, lo que hace leerte después de comer, un poco dormido...
http://elperegrinoruso.wordpress.com/2008/02/24/la-parabola-del-caucho-nuevo/
Guille
Que bien ponerle cara a Milton, cuando me hablabas de él sólo era capaz de imaginarme el cacharro del mismo nombre con el que mi madre desinfectaba las tetillas del biberón...Besos a garruchales.
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