49 - La Chiquitanía - sábado 26 de noviembre de 2011

Como había empezado a contar, me fui en tren hasta San José de Chiquitos. A esta línea entre Santa Cruz y Brasil antiaguamente la llamaban "el tren de la muerte" porque sabías más o menos a qué hora salías, pero no era seguro que el tren llegara a su destino. El mío salió puntual y llegó. Además se podían bajar las ventanas y sacar los pies, que mola.

Una particularidad de la Chiquitanía (lo siento, pero cada vez que escribo esta palabra no puedo evitar poner mi mano izquierda en el riñón del mismo lado, hacer la O con la otra y levantar el pie derecho; me vais a disculpar) es que aquí se instalaron los jesuitas a mediados del siglo XVII para fundar lo que llamaron las Reducciones, centros evangelizadores organizados alrededor de una iglesia o monasterio. La idea que venden ahora mismo es que los jesuitas, a diferencia de otras órdenes religiosas, fueron muy integradores con los indígenas desde los puntos de vista económico, social y político. No sólo instruyeron y tecnificaron a los habitantes originales, sino que los beneficios de ese nuevo orden revertían en toda la comunidad, y no sólo en los monjes.
En una época como la actual y un país tan revisionista con la Conquista como es Bolivia, es raro que no hayan intentado desmontar esta idea, así que me la creo.
Como ya sabéis, a mediados del siglo XVIII las monarquías de Francia, Portugal y España se enfadaron con la Compañía de Jesús y la expulsaron de todos sus territorios, lo que por aquella época comprendía la mayor parte del orbe conocido. Y eso sí que es una reducción.
Aquí en la Chiquitanía los sustituyeron lso franciscanos, que llegaron para poner las cosas en su sitio, explotando y esclavizando a los indígenas. Como Dios manda.
El artículo en inglés de la wikipedia es muy completo.
El monasterio que montaron en San José es muy guapo, y es el más espectacular de toda la Chiquitanía.

A mediados de los años 1950 vino por aquí un jesuita suizo llamado Hans Roth a encargarse de la restauración de todo el legado arquitectónico jesuítico que, por lo visto, estaba bastante jodido.
Aparte del tema jesuítico, San José fue el lugar donde se había fundado inicialmente la ciudad de Santa Cruz, que era un pueblín de cuatro casas y ahora, a 250 km de allí, es una ciudad de 2 millones de habitantes.

Y digo yo ¿cómo hacían para mear?
En los alrededores hay una serranía en la que intenté pasar la noche varias veces, pero por las tardes cayeron unas tormentas con rayos y centellas que me lo impidieron.

Por cierto, por lo que he visto, aquí no llueve de manera normal nunca. Siempre son unas tormentas vespertinas de flipar. Las ves venir de lejos (sobre todo me encantan de noche, que ves los rayos en el horizonte cada más y más cerca), llegan, descargan muchos litros en un rato, y se van. Molan mucho, pero aunque en el momento refrescan el ambiente, al día siguiente (o ese mismo) cuando sale el sol, se levanta una humedad caliente y pegajosa que agobia un poco. Además hacen que aparezcan los marihuís, unos mosquitos minúsculos, tan pequeños que ni siquiera los ves (yo no sé todavía qué aspecto tienen) y que pueden atravesar las mosquiteras. Y que no molan nada.
Como ya he contado en otro sitio, desde San José hice un viaje relámpago a Santa Cruz y volví.
Después de eso continué viaje en dirección este, hacia Brasil. El sol de mediodía es demoledor y entre las 11:30 y las 16:00 no hay quien pedalee. Lo que hice durante mi estancia en la Chiquitanía fue buscarme una sombra alrededor de las 11:00, montar la tienda para evitar los bichos y esperar para seguir avanzando a media tarde.
La siguiente parada fue Chochís, un pueblo metido debajo de unos paredones de arenisca roja que me pusieron los dientes muy largos, y un monolito enorme que recuerda al de Encuentros en la Tercera Fase.

Aparte de la serranía y los bosques, que son bien guapos, en Chochís hay un santuaro mariano que construyó Hans Roth, el mismo suizo del que hablo más arriba. Se terminó en el año 2000 y está petado de tallas de madera hechas por artesanos locales, en general bastante guapas.

Esta no sé muy bien qué cuenta, pero más parece
rollo artúrico o del señor de los anillos

¡¡Dalí!!

Me pareció muy curioso que en esta talla las avispas sólo
se hubieran instalado sobre la esvástica
Me gustaron especialmente las tallas que contaban el milagro mariano -con helicópteros y todo- que hizo que contruyeran eso ahí.

Uno que yo conozco me había recomendado que fuera a verlo afirmando que las pirámides de Egipto se quedaban en pañales al lado de las tallas. Yo creo que exageró un poco. Lo cierto es que está en un sitio espectacular.

Y que toda esa roca sin tocar me hizo pensar cosas.

Otra vez tuve que esperar un día más a causa de las tormentonas de la tarde y continué camino hacia Santiago de Chiquitos, donde tanto Cris de Ginger's como alguna persona más, me habían recomendado que fuera a casa de Milton, "un gringo que hace un yogur muy rico".
Yo no sabía muy bien a lo que iba porque esos eran todos los datos que tenía, pero resultó ser mucho más que eso.
Don Milton Whittaker llegó a Bolivia desde Indiana hace 40 años, en un voluntariado misionero de asistencia a comunidades de la Chiquitanía y El Beni (el norte de Bolivia) en avioneta. Después de un tiempo, casó con Kathryn, también ¿indianesa?, se instalaron aquí y se dedican a la cría de vacas lecheras. Tienen cinco hijos con un aspecto muy gringo, pero al mismo tiempo muy muy cambas. Y, efectivamente, el yogur, hecho con leche sin pasteruriuzar por supuesto, está impresionante: frambuesa, frutilla (fresa), totaí (un fruto de una palmera), mango...
Tienen una casina de alojamiento, aunque esto lo supe tiempo después. Instalé mi tienda en el jardín de atrás y a partir de ese día compartí vida y mesa con ellos como si fuera uno más. Muy guay.
Al final estuve allí casi dos semanas aunque con un interludio de 4 días que me interné en la Chiquitanía, hacia el norte, y que relato más adelante.

Milton, Pablito, Raquel, Joe Santiago (sí, casi como el guitarrista de los Pixies)
y John Milton (sí, como el del Paraíso Perdido).
Faltan Kathryn (mamá) y Ramona
(primogénita)

Durante ese tiempo fui a ver la finca de las vacas, Limoncito, al otro lado de la serranía, y ayudé un día a sembrar con caña de azúcar 3 tareas de superficie (que vienen a ser un día de güe).

En Limoncito: Kathryn de espaladas, algunos currantes
y unos a los que se les había estropeado el coche

Hice excursiones por ahí con los guajes.
Encontré unos bloques para escalar, los escalé y otro día fui ¡¡¡a caballo!!! con Joe a que probara.

Eché bastante tiempo a lo largo de esos días en algo que me prestó un montón: con cinco bicis que tenían tiradas por ahí, ninguna en funcionamiento, conseguí armar tres completas y dejarlas bastante decentes, dentro de las posibilidades y sin tener recambios.
Disfruté un montón haciéndolo, pero también viendo cómo John Miltín, Pablito y Joe (aunque a él le molan más los caballos) no se apearon de sus bicis "nuevas" durante el resto de mi estancia allí.

Mi taller
Ni Los Magníficos disponían de toda esta herramienta

Acojonante el suzuqui: tuerto, calvo, desdentao y con
el depósito en una garrafa. Pero funcionando
La familia Whittaker es muy conocida en la Chiquitanía. Durante esos días pasó por allí una gran cantidad de gringos, y algo menos de no gringos.
Entre ellos conocí a unos muy buenos amigos de Milton, menonitas de Ohio aunque afincados en Paraguay y Bolivia, pero que no tienen nada que ver con todo aquello que conté hace unas semanas. Estos llevan una vida como todo el mundo. Incluso más interesante que todo el mundo.
Casi todas las tardes, después de cenar, Milton y yo nos sentábamos en en las mecedoras del porche a charlar durante un buen rato hasta la hora de acostarse (prontín porque a las 6:00 ya está todo el mundo en pie y funcionando).

Don Milton, un excelentérrimo contertulio
Como todo tiene un fin, pues llegó un día en que decidí que tenía que continuar y, como siempre, aún pasaron un par de días hasta que me monté en la bici.

Otra cosa que tampoco he comentado es que desde que llegué a la zona calurosa de Bolivia (hace bastante) me ha vencido la pereza culinaria y estoy pasando bastante de cocinar. Con lo barato que es comer por ahí, prácticamente sólo uso el hornillo para el desayuno. He adelgazado un poco, sí.

Una curiosidad: estas cosas de aquí encima son ruedas de tractor menonita (menonitas de los otros, no de los que conocí). Por lo visto no pueden usar neumáticos en los vehículos a motor, pero sí en los carros de caballos. No lo entiendo muy bien, pero creo que lo pone bien clarito en La Parábola del caucho (Levítico, 21:18-21), y en el Sermón de los tractores (Cámbrico superior).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Del literal, lo que hace leerte después de comer, un poco dormido...

http://elperegrinoruso.wordpress.com/2008/02/24/la-parabola-del-caucho-nuevo/

Guille

Anónimo dijo...

Que bien ponerle cara a Milton, cuando me hablabas de él sólo era capaz de imaginarme el cacharro del mismo nombre con el que mi madre desinfectaba las tetillas del biberón...Besos a garruchales.

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