50 - Extra VIII - El Bosque Chiquitano




A algunos ya os he contado por correo lo flipadísimo que estoy con el Bosque Seco Chiquitano (a partir de aquí BSC). Voy a intentar explicar por qué, aunque sospecho que sólo se podrá entender viniendo aquí, recorriéndolo despacio en bici o a pie (sin meter ruido con un vehículo de motor), internándose en el bosque y durmiendo dentro de él, como hice yo.
El BSC es una selva tropical que, como su propio nombre indica, tiene una época seca muy prolongada en la que es muy raro que llueva, aunque pueda suceder. La mayor parte de las precipitaciones se concentran en el verano, de noviembre a febrero. Constituye la transición entre la Amazonía húmeda y El Chaco semiárido.
Esto de que es un bosque seco es una descripción atendiendo a meros criterios bioclimáticos. El resultado es una selva supertupida y superverde, llena de árboles, arbustos, lianas, epífitas, orquídeas y la de mi madre.
Lo que me trae loquito es la cantidad de vida que se siente estando en él o en sus cercanías. Nunca jamás, en ningún momento del día o de la noche, dejas de oír los coros de insectos y pájaros. Hasta la lluvia es un alarde de fuerza impresionante.
Incluso estando en medio de un pueblo sientes la vida toda alrededor, aunque un poco menos. Pero durante un simple paseo en las cercanías, a cada movimiento que haces oyes algún animal escapando de ti entre los arbustos. Y si consigues quedarte quieto un rato (difícil con la cantidad de insectos que hay), vienen pajarinos a investigarte.
Durante el día todo está un poco más quieto, aunque comparado con cualquier bosque asturiano esto parece El Rosal un viernes por la tarde. Los atardeceres y los amaneceres son lo más espectacular. Poco a poco van cambiando los sonidos y los bichos que se te cruzan. Los que más se hacen notar son los loros y las parabas, tanto cuando al atardecer están buscando los dormideros por parejinas, como al alba, cuando van en bandadas a los sitios de comer. Pero aparte de los loros (docenas de especies) hay muchísimos otros pájaros cantores que se esmeran en hacerse oír a cualquier hora.
Aquí abundan los animales XXL: sapos como raquetas de pin-pon, ciempiés como rotuladores de pizarra weleda, mariposas diurnas y nocturnas como manos, cigarras como corchos de sidra, saltamontes como navajas (de mar), hormigas como el tapón de un boli bic...
También hay lo contrario: ciervos como un doberman y ranas como la uña de un pulgar...
Y luego están las tarántulas (Pedro, sáltate este párrafo). La primera que vi fue tal que así: estaba yo tan tranquilo (dentro de lo que cabe, con todas esas mariposas lamiendo la sal de mi sudor) haciéndome la cena, cuando escuché un ruido entre mis cosas. Enfoqué con el frontal y allí estaba una tarántula más grande que la mi mano. Os podéis imaginar que para que una araña haga ruido tiene que ser bien grande. Si no fuera porque hacía pocas semanas había tenido en mis manos y sabía que no hacen nada, habría manchado el calzoncillo allí mismo. De todas formas, esta no la cogí en la mano. Después de ese primer encuentro vi muchas, principalmente de noche.

Lo de la esquina inferior izquierda es mi pie, para que veais el tamaño del bicho
La única cosa que no mola es el tema de los insectos. Aunque en otro sitio dije que montaba la tienda a mediodía para evitar los bichos, después de unos días me acostumbré a tener docenas y docenas de insectos posados en el cuerpo. Me di cuenta de que, en general, los bichos que pican (los mosquitos, las garrapatas y los putos marihuís) no se sienten sobre la piel. Es decir, si notas que tienes un bicho en el brazo, puedes estar casi seguro de que es inofensivo. Y digo "casi" por lo que luego explicaré. Así que después de hacer grandes esfuerzos los primeros días, conseguí llegar a un estado mental en el que no me molestaban.
De todas formas, esto lo digo respecto al bosque, porque es muy soprendente que en los pueblos, o incluso en una casa aislada totalmente rodeada de bosque, la cantidad de bichos es radicalmente menor. Casi como en Asturias en verano; o sea, poquísimos.
Bueno, pues estaba tan encantado con todo esto que digo que al leer en un sitio que la Serranía de Sunsás, a unos 100 km al norte de Santiago de Chiquitos -donde viví con Milton y la familia Whittaker- es el lugar con más biodiversidad de todo el BSC, pues claro, no tuve más remedio que ir pallá de cabeza.
Así que dejé parte del equipaje en la casa y partí. Varias personas me advirtieron que si le daba por llover, algo muy probable en esta época, me iba a arrepentir de haberme metido por allí en bici. No era una amenaza, sino que el camino de ripio, que es de una arcilla perfecta y tan dura conmo el asfalto cuando está seca, se convierte en un barrizal infernal en cuanto cae una gota. Pero bueno, como ya he oído este tipo de cosas más veces y tenía unas ganas locas de meterme por allí, pues eso, me fui de todas maneras.

La idea era llegar a un pueblo a 130 km llamado Santo Corazón, con su iglesia jesuítica y por lo visto bastante curioso.
Después de superar la primera serranía me metí en el gran llano del Valle de Tucavaca, que hay que cruzar para llegar a la Serranía de Sunsás, objetivo principal de la escapada. Nada más pasar esa primera serranía ya sólo hay unas pocas casinas dispersas y algunas fincas ganaderas, entre ellas Limoncito, la de Milton.

Eso significa que los animales no son molestados y utilizan el camino para sus desplazamientos diurnos y nocturnos. Así que si madrugaba, cosa que hice todos los días, podría ver bastantes. Y sí, al ir en bici y no hacer ruido, después de cada curva siempre escuchaba algún bicho grande esconderse entre la espesura de la selva y, algunas veces, hasta conseguía verlos.
A medida que me acercaba a la Serranía la frecuencia de los encuentros iba aumentando. Sobre todo se me cruzaban por delante lagartos enormes, de muchas especies diferentes, pero también medio vi algunos mamíferos pequeños y, sobre todo, la estrella del viaje: un tigre de pinta chica que me vio, siguió un poco hacia delante y de un salto se metió en el bosque. Y por si os entra alguna duda (razonable, lo admito, tratándose de quien se trata) no: no me metí detrás de él a ver si lo veía mejor. Una cosa es llevarme una granada de la Guerra Civil a casa y otra perseguir a una fiera de ese tamaño y, sobre todo, desconocida para mí. Por cierto, lo llamo "tigre de pinta chica" porque es lo que me dijo la gente de Santiago cuando lo describí, pero no he conseguido saber todavía el nombre científico.
Cuando llegué a las faldas de la Serranía, y aunque llevaba menos peso de lo habitual, me tocó empujar la bici cuesta arriba. Después de un cacho y sin saber cuántos kilómetros serían, decidí que no quería trasladarme de esa manera, así que escondí la bici y seguí a pie. Después de varias subidas y bajadas y más subidas, a cada cual más pindia llegué a donde parecía que ya empezaba a bajar definitivamente hacia Santo Corazón, pero no podía estar seguro porque el bosque no se abre en ningún momento y nunca conseguí ver lo que había más allá. Allí di la vuelta.
Pero antes hice lo que ya he hecho varias veces: meterme con el machete dentro del bosque. Lo que pasa es que aquí la selva es más cerrada que en otras partes y aunque se supone que es fácil desandar el camino porque has roto las lianas y los arbustos, me desorientaba bastante al no haber puntos de referencia claros (ni siquiera el relieve, porque la zona de arriba es muy ondulada) y en verdad os digo que me acojonaba mucho la posibilidad de perderme y no encontrar la carretera. Supongo que hay maneras de marcar bien la trocha que se está abriendo y que si fuéramos más personas quedaría más pisada y más clara, pero no tengo mucha experiencia en esto. Aunque sí muchas ganas. En total no creo que ninguna de las veces que lo hice durante esos días me llegara a alejar del camino ni 100 metros, pero estaba en otro mundo. Acojonante.
Al final volví a bajar a donde estaba la bici y regresé al llano, donde es más fácil encontrar sitio para acampar.
Un tema del que empecé a hablar antes: los insectos, que si los sientes es que no hacen malo. Hay que hacer dos excepciones. Una son las hormigas, que a veces muerden con mucha fuerza, pero yo no sé distinguir cuáles son las chungas, así que a veces te sientas sobre un tronco caído y al poco te están subiendo hormigas que se agarran a la piel con las tenacillas de la boca y hay que arrancar con fuerza.
Las otras son las abejas. En la zona del Valle de Tucavaca fueron un tormento. Con las primeras luces comienzan a aparecer las abejas. Cientos (más bien creo que miles) de abejas zumbando alrededor de mi tienda, de mis cosas y de mí. Esto no lo entendí muy bien, pero me dio por pensar que las atraían los colores de mis cosas. Es cierto que todo el equipaje, la tienda, el casco y la camiseta que llevaba esos días son de colores muy vivos. Pero también me pareció que les molaban más las cosas que olían a sudor (playeros, guantes, ropa y casco). Y también que estaban investigando esas cosas nuevas que aparecieron de repente en el bosque y que no son ni animales ni plantas. Por ejemplo, si me dejaba una alforja abierta, a la hora de cerrarla tenía que sacudirla durante un buen rato y empezaban a salir abejas y más abejas.
El caso es que recoger el campamento en medio de esa nube de abejas jode mucho. Aparte de lo inquietante que es el zumbido, me daba mucho miedo que si una me picaba el resto se volvieran locas y me atacaran en masa. Al final durante esos días me picaron varias porque era inevitable no pisarlas entre la chancla y el pie, o entre el muslo y el gemelo al agacharme, o dentro del pantalón (que, por cierto, no mola nada sentirlas trepando por la pierna en dirección al paquete) al moverme. Pero no, no sólo no se volvieron locas sino que la picadura no es tan dolorosa como las de allá.
Pero bueno, como decía, recoger el campamento, que se tarda un montón, dentro del enjambre era una puta locura. Cada 5 minutos más o menos, cuando me saturaba, me tenía que alejar caminando un poco para recuperar la calma.
Esto es una cosa curiosa, porque en cuanto te pones en movimiento, se terminan los bichos. Pero si paras ¡ay de ti!, primero viene una, luego otra y al poco vuelves a tener un enjambre encima.
Es extremadamente molesto, de verdad.


Cuando se hace de noche desaparecen la mayoría de insectos diurnos y aparecen las mariposas nocturnas (polillas). También en cantidades enormes. A estas les gusta posarse en las cosas que aún están calientes del día y, creo, chupar la sal del sudor.
No son nada molestas (aunque me sé yo de alguien que se iba a volver loca aquí) porque no hacen ruido y porque son muy suaves al trato.

No vi antas (tapires), monos, quirquinchos (armadillos), pericos (perezosos), ni yurumíes (osos hormigueros). Tengo muchas ganas de verlos a todos, pero en breve me salgo de su zona, así que me parece a mí que tendrá que ser otra vez.
Tampoco vi víboras (serpientes), pero aunque me prestaría mucho me daría un poco de rollo verlas cerca, porque vi alguna atropellada con el cuerpo tan grueso como mi gemelo (de ciclista). Y en realidad, aunque sean constrictoras, esas no son las chungas, porque no son venenosas y tampoco tienen suficiente tamaño para hacerte crugir los huesitos.
Al final no llegué a Santo Corazón porque me di la vuelta, como ya conté. Pero aún me quedé un día más por la zona para seguir flipando. Acampé en un camino lateral con la intención de ver al atardecer los animales que, presumiblemente, lo utilizarían. No sé si es porque estaba yo allí o porque no era un paso habitual, pero el caso es que no vi ninguno interesante.
Y resulta que esa última noche llovió. Cayó una tormentona y la mañana siguiente esa arcilla se convirtió en un barrillo fino que dificultaba muchísimo el avance.

Estaba a sólo 35 km de Santiago, pero me costó la de dios llegar y tuve que empujar la bici durante muchos kilómetros. Pero a cambio, cada vez que pasaba al lado de algún charco o charca, flipaba con los coros de ranas. En una llegué a contar 8 especies diferentes cantando a la vez. En España con escuchar dos ya te vas contento pa casa.
Pero no me arrepentí nada de haber ido. Todo lo contrario.

No sé si he sabido explicar por qué estoy tan flipado con la Chiquitanía. Los que me conocéis sabéis que me entusiasmo fácilmente, pero esto va más allá. Creo que puedo decir que estoy enamorado de esto y que me da mucha pena no tener un sitio así más a mano en mi vida normal.

Esto son unas arañas que hacen, al atardecer y en grupo, unas telas desde las ramas de los árboles hasta el suelo. Suelen atrapar hormigas con alas. Estoy a la espera de que Vítor me explique esto de arañas sociales, que no sabía que existieran.

Setas como ositos de peluche

Los tojos son unos pájaros tejedores que llevo viendo desde el norte de Argentina. Muy guapos y con una variedad de cantos brutal.

Mariposas de esas que imitan la forma de las hojas

Hormigas de las que cortan las hojas en cachinos y se las llevan. Un día dormí bajo un árbol de mango y, aunque no hacía viento, vi que se caían las hojas totalmente verdes. Pues eran las hormigas, que las cortan, las tiran y las compañeras del suelo las recortan en cachinos para llevárselas.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Miguel, el felino ese tigre de pinta chica",
¿podría tratarse de un jaguar (panthera onca)o es demasiado exagerado? Con toda esa biodiversidad vete tú a saber. Quizá pudiera ser un ocelote (leopardus pardalis steinbachi.

Marinske dijo...

Wowie! Buena aventura... solo he visto las fotos todavia. Pero voy a leerlo pronto. Me gusta tu amigo el sapo. Saludos, M.

Anónimo dijo...

Hola Miguel

Te respondí el correo que me enviaste. Respecto a lo que viste, debe haber sido una Phantera onça o jaguar, que es uno de los 2 grandes felinos americanos.
Te dejo un link donde describe más a este animal.

http://www.portalsaofrancisco.com.br/alfa/animais/onca-pintada-3.php

Saludos y suerte en tu recorrido.

Felipe Díaz

Publicar un comentario