54 - viernes 10 de febrero de 2012 - Sucre-Uyuni


Desde Sucre el siguiente destino era Potosí. Preguntando por ahí me dijeron que la carretera era malísima y que había mucho tráfico. También investigando por ahí descubrí que ambas ciudades están comunicadas por una vía férrea, pero que actualmente no funciona ningún tren sino un raíl-bus. En la estación me explicaron que es un autobús con ruedas de tren. Y que hay que estar a las 6 de la mañana para asegurarse una de las 20 plazas. Esto no lo conoce casi nadie y sólo lo usa la gente de los pueblinos. No me hizo falta pensar mucho para saber que quería ir a Potosí en eso.
Hablé con otra gente del hostel que también iba a Potosí y decidimos entre los 4 que el viernes nos levantaríamos a las 5:00 para ir a la estación. Por cierto, otra de las razones de no ir en bici a Potosí era seguir ajuntándome con alguna gente del hostel, entre ellos Kismet y Lisa, unos alemanes de puta madre.

Mi vida eres tú-úúúú
Ilusos. La noche antes acabamos otra vez en la Karaoteka, esta vez un grupo de unos 25 guiris del hostel. Fue un poco redundante y no lo pasamos tan bien como dos días antes, aunque tampoco estuvo mal. Pero bueno, el caso es que lógicamente no nos levantamos para ir al raíl-bus. Al final fuimos los cuatro en un tasis, ya pasado el mediodía.

La carretera ni es mala ni tiene mucho tráfico, y además es muy guapa. Pasa de los 2700 m de Sucre, bajando a los 2300 y subiendo hasta los 4100 de Potosí. Casi llegando adelantamos al raíl-bus y a los cuatro nos jodió no haber viajado en él. Es difícil de describir y no tengo afoto, pero efectivamente es un autobús superviejo y piquiñín con ruedas de tren. Tarda casi 9 horas (frente a las 2:30 por carretera), pero tiene que molar mucho.
Nada más bajarnos del taxi me encontré de frente con Stephanie, la hija de los Urioste, los cruceños de Dalí, el perezoso. No pensaba que fuera a verla nunca más o, al menos, no en un futuro cercano. A los dos nos moló mucho vernos, aunque fuera sólo un ratín.

Potosí, la Ciudad de la Plata, la del Cerro Rico, la de bien vale un Potosí de El Quijote. Es la ciudad de más de 100.000 habitantes más alta del mundo mundial. Y hace un frío que pela por las noches. Los cuatro nos alojamos en el Hostel Koala, que mola bastante.
Potosí es una ciudad muy guapa. Si Sucre se parece, como decía en otro lado, a muchas de las capitales de provincias de España, en Potosí, que no está trazada con la típica cuadrícula española que tan poco me gusta, te parece estar en muchos pueblinos del centro de España. O del norte de Extremadura. Como un pueblo muy guapo que conozco yo. Erbás, o algo así creo que se llama.

Uno de los atractivos de la ciudad es la visita a las minas de plata del Cerro Rico, que se llevan explotando desde el tiempo de los Incas. Según Galeano en la mina perdieron la vida 8 millones de indígenas durante la explotación española. Muy mal, claro. Pero lo que no dice es cuántos murieron bajo la dominación inca, que utilizaba métodos similares. El régimen de mitas (levas forzosas para "obra civil") fue directamente heredado del Inca. Otra cosa es el trato que los españoles dieran a los mitayos, que eran remunerados, pero por lo visto los endeudaban para toda la vida a través de las pulperías, las tiendas de abastos con precios desorbitados.
Esto es muy curioso, porque aquí la leyenda negra sólo se aplica a los españoles (que la tuvieron muy negra, negrísima), pero es imposible encontrar ningún sitio en que se diga que los incas también eran de la piel de Barrabás. Por mucho Macchu Picchu y mucho Camino del Inca que hicieran, un imperio es un imperio. Y si no ¿cómo es que las dos únicas etnias que hay actualmente en lo que fue el imperio inca -enorme, desde el sur de Colombia al norte de Argentina- son la quechua y la aimara?

El Cerro Rico
Otra cosa que dice Galeano es que los españoles difundieron el uso de la coca para hacer que los nativos curraran más, cuando previamente la planta sólo tenía un uso sacro. Aunque hay que tener en cuenta que para Galeano la coca es una maldición.
Volviendo al tema de las minas, que se me va un poco la pinza con mis cosas. Actualmente son explotadas por concesiones a cooperativas. En algunas de las bocaminas se hacen visitas guiadas y todo el mundo vuelve flipadísimo. Yo no, porque no fui, así que no voy a contar nada porque no sería de primera mano. Pero sí recomiendo que veáis "La mina del diablo", un documental centrado en un guaje que empieza a currar en las minas, que eso sí lo vi.
Una visita que sí me parece muy recomendable es La Casa de la Moneda, donde se transformaba en monedas y lingotes toda la plata de las minas y se enviaba a España. Y, nuevamente según Galeano, pasaban directamente a manos de los acreedores holandeses y alemanes de la Corona, y de los manufactureros ingleses.
El primer día que fui a La Casa de la Moneda ocurrió una cosa que dice mucho sobre el carácter boliviano. La primera visita guiada era a las 9:00. Bueno, pues como a las 9:01 aún no habían abierto las puertas, los bolivianos que esperaban en la cola (familias y tal, unos 30) decidieron bloquear la calle para que no pasara el tráfico. Tuvo que venir la policía y, con buenas palabras, convencerles de que depusieran su actitud. A mí me pareció un poco infantil, pero no me extrañó nada porque ya sé que los bolivianos son aun más aficionados que los argentinos a cortar carreteras. Absolutamente cualquier día que abras un periódico o veas un noticiero en la tele, hay al menos una noticia de un bloqueo en algún punto del país. A mí ya me han tocado algunos, aunque nunca en bici.
Al final resultó que ese día no abrió La Casa porque era el aniversario de la fundación del Estado Plurinacional de Bolivia. Ahora Bolivia tiene dos fechas fundacionales: esta y la de la República (Simón Bolívar y todo eso). En realidad ese día no era festivo porque como caía en domingo la fiesta se pasaba al lunes, pero dio igual. Por supuesto, ningún cartel en la puerta lo anunciaba. Todo muy boliviano.

Ese alto de la gorra era el cabecilla
Otra gente con la que me había ajuntado en Sucre fueron unos franceses que también vinieron a Potosí. Con ellos fui al Ojo del Inca, un lago de aguas termales en las cercanías de la ciudad en el que se dice que el propio emperador inca se bañaba. No está demasiado caliente y mola estar a remojo cuando fuera del agua cambia el tiempo y llueve y hace frío.

Otro día fuimos a comer una cosa típica de aquí. La K'alaphurka, una sopa riquísima que sirven con una piedra caliente dentro del cuenco que hace que el líquido hierva y borbotee y sea gracioso.
Yo recomiendo esta sopa, pero sé de gente a la que le ha sentado mal. A nosotros nos encantó.

La sopaLa piedra
Marchó todo el mundo de Potosí. El día que estuve solo descubrí uno de los bares más bizarros que he visto nunca. Y he visto unos cuantos. No recuerdo el nombre, pero ahí van unas fotos.

Todo hecho de una capina de chapacumen. Muy cuco
Cuando yo estaba pensando en marchar también, un día al entrar en el hostel me (re)encontré con Dana, una de las israelíes de Ginger's y con quien me había llevado superbien. Así que nada, reencuentro y muy guay.
También en el hostel conocí a una chavalina suiza de 20 años que está viajando en bici por Sudamérica. Sola. Toma ya. Vaya cojonazos. Ella dice que no, pero yo digo que sí. Es posible que nos juntemos en Colombia. Y es posible que no, claro.

Anaïs

Barroco altiplánico

Procesión del "tapado" del Niño Jesús
Durante los días que estuve en Potosí la altitud me afectó bastante. Las otras dos veces que pasé tiempo por encima de los 4000 m estuve muy bien a partir del segundo día. Pero aquí no. Dormía fatal, tenía moquillo y me sentía raro, y en la cama a veces me entraba un agobio de esto que tienes que hacer inspiraciones más profundas de vez en cuando. Pero había días que, por alguna razón, me encontraba perfectamente. No lo entiendo y me jode.
Llegó el momento de marchar hacia Uyuni. 220 km de asfalto. Creía que iba a hacerlo en dos días. Pero no. Resultó un sube y baja continuo entre los 3500 y los 4300 m. Con la altura y ese malestar permanente, el primer día sólo pude hacer 33 km, y el segundo 25 km (¡de mierda!). Así que el tercer día, justo antes del que parecía el puerto más jevi, decidí recurrir a la coca.
Unas semanas antes, cuando dormí en una escuela, había comprado coca para regalarle la mitad de la bolsa al conserje. Las otras veces que había coqueado en el altiplano no había notado que ayudara mucho, pero esta vez... esta vez flipé. Fue como si hubiera bajado 2000 metros de repente. Fuera dolor (ligero) de cabeza, fuera pesadez de piernas, fuera hambre y fuera apatía. Y bienvenidos un curioso vigor, unas imperiosas ganas de hacer varias cosas a la vez y un sorprendente furor pedalero. ¡Ixuxuuuuuuuuu!
Aquí en el altiplano a coquear lo llamamos bolear o pichar, y como catalizador utilizamos lejía, que es una pasta dura hecha de cenizas de quinua o de maíz mezclada con azúcar. En Bolivia la coca que más fama tiene (para bolear y para lo otro) es la de Los Yungas, una zona al norte de La Paz. Yo no sé si la mía tenía denominación de origen, pero madredediós, vaya manera de pedalear. Ni el mismísimo Tony Montana me habría podido mantener el ritmo. Ese día hice 80km y sólo paré porque empezó a llover.
Por la noche, como todas las otras veces que había boleado, dormí fatal. Puede deberse al cansancio, a la altura o a otras cosas, pero no pude evitar recordar aquella celebérrima sentencia de un veterano cocainómano langreano que citó Posi una vez:
-"Joder, de pequeño el coco y de mayor la coca. ¿Cuándo coño voy a dormir?".
Ese mismo día crucé un llano desértico de unos 20 km que creo que puede ser lo más guapo que he hecho en todo el viaje.

Un río de sal desembocando en otro. Parecía un glaciar
El día siguiente no quise repetir y comencé el día sin coca. Y me merendé otros 80 km sin ningún problema, excepto una cuesta de apenas 500 m de barro (al final no era todo asfalto; esto es Bolivia) en la que había varios camiones atascados, y tuve que pedir a un pick-up que me subiera.
Ese mismo día, mientras subía un puerto, me adelantó un autobús y cuando estaba a media altura sentí un golpe muy fuerte en la espalda. Lo primero que pensé fue que me había golpeado con algo que sobresalía. Después, como no me dolía y sentí un líquido chorreando, pensé que me había cagado un pájaro grande. Y luego, cuando vi a un guaje asomado por una ventanilla descojonándose, pensé hijoputa cabrón. Me había tirado un globo de agua. Y menos mal que me dio en la espalda. Si me llega a dar en la cabeza, creo que me habría tirado al suelo.
Fantaseé con la idea de que el autobús se estropeara un kilómetro más allá y poder llegar hasta él, disfrutando de lejos el terror del guaje al ver que me aproximaba lenta pero inexorablemente. Con mucho gusto le habría agarrado del pelo ese que sale justo encima de las orejas. Pero no, Belcebú no se puso de mi parte ese día.
Por fin llegué a Uyuni, capital del Salar, uno de los pueblos con menos encanto que he visto en Bolivia. El más turístico de todos y, sin duda, el más caro. Pero imprescindible la visita al Cementerio de Trenes, a media hora caminando.

Los dos días siguientes estuve agotado y no pude descansar. Una sensación un poco rara. A las 6 de la mañana me despertaba irremisiblemente y, encima, era incapaz de dormir siesta.
Al tercer día, algo más recuperado, llamé a Fulvio, un cooperante italiano que había conocido en Santa Cruz, hacía la de dios, y con quien había quedado en que, si su curro se lo permitía, nos iríamos juntos a escalar al Valle de Rocas, un sitio a 170 km al sur de Uyuni. Al final su curro no se lo permitió, pero nos vimos varios ratos y cenamos un costillar de llama a la parrilla que parecía una suela de alpargata.
Uno de los proyectos de Fulvio es estimular la comercialización de productos derivados de la llama en Alota, un pueblo del altiplano muy cerca del Valle de Rocas. Me explicó que a los (micro)ganaderos les cuesta mucho darse cuenta de que tanto la lana de llama más joven, como la carne de las crías, son productos de mucha mejor calidad. Ellos prefieren esperar a que la llama sea vieja, les crezca la lana lo máximo posible y no puedan parir más. El resultado es la suela de alpargata de la que hablo.

Como para la gran mayoría de ciclistas que andamos por Sudamérica, mi intención es cruzar el Salar. Pero todo el mundo que viene de allí, y la gente de las agencias turísticas a quien pregunto, me dicen que no voy a poder, que hay mucha agua. Durante esos días seguí investigando por ahí para ver si alguien me respondía lo que yo quería, pero no, ni uno.
Fulvio no podía venir conmigo y decidí irme solo al Valle de Rocas. Además, albergando la esperanza de que durante esos días dejara de llover y se secara un poco el Salar.
150 km llanos hasta Villa Alota. También en este caso pensé que lo haría en un par de días relajados. Pues tampoco. Ya hace tiempo que empezó la temporada de lluvias y el camino, de arcilla apisonada y muy buena en tiempo seco, se había convertido en puro lodazal.

Sólo podía circular, con dificultad, por una de las dos rodadas (cuando las había). Además de lo que cuesta pedalear por el fango, el barro se cumula por todas partes de la bici y bloquea la transmisón y las ruedas.

Encima, los cientos de 4x4 que circulan por todas esta zona (taxis y tours turísticos) no se quieren apartar y muchas veces me obligaban a desviarme hacia el barro más blando de los lados. Cuando me harté de esto y decidí mantenerme firme en mi rodada, muchos de ellos pasaban con la rueda de mi lado entre las dos rodadas salpicándome entero de barro. Y sé que lo hacían aposta para joder porque veía cómo se aproximaban descojonándoso, con esa excitación previa a la gamberrada. Unos verdaderos hijos de puta.
A todo esto se suma lo que ya dije previamente y que me acompaña desde Cochabamba: que ha empezado la época de lluvias. Un día meteorlógico típico es tal que así: amanece nublado y frío y todo mojado. A medida que se eleva el sol, las nubes se levantan, los pajaritos cantan, se despeja y hace calor. A las 14:00 (en punto) empiezan a formarse por toda la llanura tormentas de convección con aparato eléctrico (me encanta el palabro: aparato eléctrico, aparato eléctrico). Al estar en un llano enorme, se ven en todas las direcciones las tormentas descargando. Se mueven muy despacio y nunca entendía en qué dirección (o quizás no se movían, no sé), pero sí sabes que tarde o temprano una te va a pillar.
Y algunas veces originan frentes de pequeños tornados en perfecta formación.

Por allí resoplan cuatro tornados
El caso es que hacia las 16:00, si no antes, tenía que parar y rezar a Santa Bárbara para que no me cayera un rayo, que son rotundamente bellos de lejos, pero que acojonan bastante cuando empiezan a caer cerca y sabes que eres una de las pocas discontinuidades en un llano de cientos de kilómetros para cada lado.
Acompañando a este camino hay una línea de alta tensión que viene desde Chile (muy fotogénica, por cierto), y me dio por pensar si el lugar más seguro durante las tormentas sería meterse en la base de los apoyos. Por lo de la jaula de Faraday y todo eso. Yo digo que sí, pero por supuesto ni se me ocurrió intentarlo.

Si alguien sabe algo al respective, que opine por favor
Uno de los días decidí dormir debajo de un puente. Paez mentira pa mí, habiendo currado con temas de inundabilidad y avenidas y fenómenos torrenciales, pero sopesando los riesgos y durmiendo un poco inquieto, decidí que era lo mejor. Aparte de que me hacía gracia dormir debajun puente.

Under the bridge
No pasó nada con el río y, además, esa tarde-noche los rayos cayeron más cerca que otras veces.
Por fin llegué a Alota, me alojé y conocí a Guillermo, un hispano-suizo de 22 años que viajaba en moto. El día siguiente se apuntó a subir conmigo al Valle de Rocas (él un poco más rápico).

Como la subida era por arena y se me hacía muy dura (sube de los 3700 de Alota a los casi 4200 del Valle), a los 16 km pillé el primer camino que vi que se metía hacia las rocas. Un sitio acojonante. Un mar -océano- de bloques de origen volcánico de unos 40x10 km.

Millones de bloques. Pero donde estábamos nosotros muy pocos buenos para escalar, sobre todo sin colchoneta. Tampoco me importó mucho porque no tenía yo cuerpo de escalar. La altitud me seguía pasando factura. Pero dimos unos cuantos paseos muy guapos por esos laberintos de roca, uno de ellos a la luz de la luna llena. En otro hicimos el pijo intentando cazar vizcachas.

Ahí hay una. A tiro de piedra
Menos mal que son más listas que nosotros, porque a ver qué habríamos hecho si llegamos a pillar alguna. Por la noche un fuego y dormir mal, con la misma sensación de agobio de la que ya he hablado.

El día siguiente él continuó su camino y yo me quedé otro día más. Intenté escalar algo pero estaba flojísimo y muy poco motivado por los bloques. Además, ese día empezó a llover sin orden ni concierto y con más violencia de lo habitual, lo que sería la tónica de los días siguientes.
Por la mañana bajé al pueblo porque ese día pasaba uno de los tres autobuses semanales de vuelta a Uyuni. Cuando pregunté por él me dijeron que ese día había tres, pero que podían pasar entre las 11:00 y las 18:00. Y que lo harían por dentro del pueblo o por las afueras. Ah, y que además todo esto dependía del "sistema". Todas las personas a las que pregunté me hablaron del "sistema". Resultó ser el sistema informático de la frontera con Chile, que es de donde vienen todos los buses.
Al final el primero pasó a las 14:30 por dentro del pueblo y los dos siguientes a las 16:30 y a las 18:00. Acerté con el lugar, pero ninguno de los tres me quiso llevar. Desesperante. ¡Fuck the system!
Encima, cuando regreso al pueblo me dice una paisana con quien ya había hablado, que cómo no pedí que me llevara a uno de los muchos taxis 4x4 que pasaron medio vacíos. Grrrrrrrrrrrrr. Qué rabia me dio.
Esto creo que no lo he comentado antes, pero aquí en el altiplano recabar información es una labor de chinos. En realidad la culpa es mía porque ya sé de sobra que hay que preguntar muchas veces, de distintas maneras y a varias personas para hacerse una idea aproximada.
Durante este viaje estoy haciendo gala de un gran estoicismo. Me tomo las dificultades como vienen (con excepciones), pero ese día, en un pueblo bastante horrible, en una zona nada guapa, esperando al bus durante 7 horas bajo un sol abrasador, la lluvia y un viento gélido -todo combinado- y esa dificultad para sacar algo en claro, tuve un bajón importante.
Volví a preguntar mil veces si había alguna manera de no volver pedaleando hasta Uyuni por todo ese barro y entendí que la mañana siguiente tenía que esperar en la carretera y hacer dedo. Pero ante la posibilidad de estar de nuevo horas y horas esperando como un gilipollas, decidí pedalear 40 km hasta Kulpina, desde donde sabía que había dos buses diarios a Uyuni.
Pero no acabó aquí la historia. Las lluvias de los últimos días habían empeorado aun más el camino y en muchos cachos tenía que empujar la bici. A los 20 km, en un tramo prácticamente imposible -incluso a pie- y comenzando una tormenta de dimensiones bíblicas, paró un pick-up (el segundo de la mañana; menos mal que no esperé sentado) y me dijo que subiera, que iba hasta Uyuni pero que sólo me podía llevar hasta Kulpina porque si les pillaba la empresa llevando gente, se les caía el pelo.

Me chupé la tormenta en la caja del pick-up, y en un momento del trayecto, mientras recolocaba la bici con el coche patinando para todos los lados, se me pilló el pulgar izquierdo con algo y me hice un corte feísimo. No paraba de sangrar y me acojoné porque perdí la sensibilidad del dedo. En Kulpina fui directamente a la posta de salud (el ambulatorio), que no abría hasta las 16:00. Entonces decidí ir al dentista de la Minera San Cristóbal, que resultó ser un tipo bien majo, que me curó y nos dimos conversación mutua durante varias horas hasta la salida del bus.

Edgar, servidor y un pulgar
Todo ese rato llovió de forma apocalíptica y, para rematar, alguien me robó una de las dos cubiertas de respuesto que llevo colgando de la bici. Esto no me lo esperaba, porque los bolivianos son superhonrados -más aun en el medio rural- y hasta ese momento no había tendo ningún problema de este tipo, sino todo lo contrario: taxistas que no se aprovechan por ser gringo, gente que me persigue para devolverme dinero que se me ha caído, montones de niños que me rodean cuando tengo todo el campamento desplegado y tocan todo pero no se llevan nada... Como digo, me pareció raro.
En el camino de vuelta a Uyuni comprobé desde el bus que el paisaje se había transformado completamente: decenas de lagos kilométricos donde antes sólo había tierra y el río bajo cuyo puente había dormido era un bridge over troubled water.
Cada vez veo más crudo lo de cruzar el Salar.

Tres fotos para Borja


Afilando el machete

Fardando de carro

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Miguel!!! Buena pinta tiene ese cementerio de trenes, sí señor. Respecto al tema de refugiarte en el interior de una torre de alta tensión en caso de tormenta, no te lo recomiendo, más bien aléjate de ellas pues son elementos que, además de ser metálicos, tienen muchas aristas y son por tanto focos de atracción del aparato eléctrico.

http://angel50.espacioblog.com/post/2010/03/10/cables-guarda-torres-alta-tension-y-rayos

Una caja Faraday, por ejemplo un coche, actúa como tal siempre y cuando lleves las ventanillas cerradas -que si hay tormenta es lo normal- y no estés en contacto con la carrocería que es a través de la que se desviará la desacarga eléctrica.
¿Ya averiguaste que felino te habías encontrado en el bosque Chiquitano?
Sigo tu periplo sudamericano con los dientes largos.

Un abrazo.

YO, ME, MÍ, CONMIGO dijo...

Hola Anónimo:

Gracias por el enlace. Una vez leído me queda claro que las torres de alta tensión no molan para estos casos.
No obstante, yo pensaba que la Jaula de Faraday funcionaba incluso sin cristales (¡¿el cristal es aislante?!), que aunque pase el aire por los huecos de la jaula, el espacio se polariza (o como se diga) y dentro no pasan los rayos malignos.

Sí, por fin averigüé lo del felino. Por más que miraba y remiraba listas y fotos de felinos de Sudamérica, no conseguía encontrar un "tigre de pinta chica". Sin embargo, en las fotos a veces encontraba jaguares con pintas más chicas. Llegué a la conclusión de que, efectivamente, había visto un jaguar en su morfotipo (o como se diga) de pintas chicas.
Luego, un día que me encontraba inspirado, se me ocurrió cambiar "chica" por sinónimos y encontré esto:
http://yaguare.tripod.com/grandesgatos/id3.html
Así que sí. Y me hace mucha gracia lo del tigre mariposo.

¿Quién eres?

Anónimo dijo...

Sobre la Jaula de Faraday, no es estrictamente necesario que sea un elemento sin espacios libres (por eso se llama jaula) pero cuantas menos "discontinuidades" tenga el conjunto que conforme la jaula, pues mejor, menos riesgo existirá de una posible derivación hacia un cuerpo que se encuentre en su interior.
Respecto a mi persona: soy el mismo que te pasó el enlace sobre el tema de la incidencia de las olas, allá cuando andabas visitando a los moais. Poco después dijiste saber quién era. Si te tiraste un farol, continuaré con la intriga, en caso contrario ya sabes quien soy.

YO, ME, MÍ, CONMIGO dijo...

Me tiré un farol, sí.

Anónimo dijo...

Me acordé especialmente de ti ayer al ver esto:

http://www.rtve.es/noticias/20120222/portada-uyuni-reto-del-litio/500239.shtml

Un abrazo,
Guille.

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