Esta me la sacó Masaaki, un japonés que volví a ver,
tres semanas después, en Chile
Una cosa que se me olvidó contar es que en Tahua, como vieron que crucé el Salar sin ningún problema y que tenía intención de regresar a él para completar el cruce, la gente con la que fui en 4x4 (el ingeniero y los otros tres) se dedicaron a meterme miedo con "los chuteros".
Desde que entré en Bolivia me he dado cuenta de que aquí la gente vive en un miedo permanente. Miedo a todo. Más que en ningún lado hasta ahora la gente alucina mucho con lo de andar en bici solo por ahí. Los noticieros y los diarios son como Antena 3 pero a lo bestia. Si uno se fiara de ellos (y aquí la gente se lo cree), parece que la muerte acecha detrás de cada esquina. Quizás por eso son tan religiosos. O quizás al revés.
Los chuteros son la gente que trae coches de contrabando desde Chile. Hasta hace poco era muy fácil nacionalizar un coche sin papeles (auto chuto), pero este año han sacado varias leyes para intentar atajar un poco el problema, puesto que se calcula que hay unos 40.000 autos chutos en el país. Un país de 10 millones de habitantes.
Lógicamente la zona de entrada de los chuteros es toda la red de caminos que cruzan la Cordillera entre Chile y Bolivia. Los de Tahua me contaron hsitorias terribles sobre balaseras en el Salar y la de dios. Me dio un poco de cosa, pero como ya les tengo pillado el tranquillo, me imagino que eso pasó una vez hace 20 años. Pero como hay que tener miedo, pues...
Pero hete aquí que en el alojamiento de Oruro (el cutre) conocí a un chutero. Él se presentó como conductor, pero cuando me dijo que hacía viajes muy frecuentes a Chile, le pregunté directamente y sí, lo era. Así que, claro, le pregunté bastante sobre el tema y también sobre una cosa que me interesaba bastante: cómo cruzar la frontera para evitar los 150 € que ya llevaba acumulados por exceso de permanencia en suelo boliviano, más allá de los 90 días del visado de turista.
Sobre su trabajo me contó cómo sacan los camiones cargados de coches desde el puerto de Iquique y cómo se juntan dos o tres veces por semana en comitivas de 10-20 coches para cruzar la frontera. No voy a contar más detalles aquí en el blog por si acaso. Y sí, efectivamente van armados porque a veces hay emboscadas de otras bandas para robarles los coches. Pero me dejó muy claro que ni unos ni otros, en el hipotético caso de que me los cruzara, tendrían ningún interés en mí.
Con el mapa delante me explicó los caminos que podía tomar, algunos de ellos por fronteras normales y corrientes siempre que pasara de noche.
Fui en bus hasta Salinas de Garci-González, un pueblo a 40 km del Salar. Allí conocí a una pareja de ciclistas holandeses a los que regalé la cubierta que llevaba de repuesto (la que no me habían robado) porque la delantera de ella estaba rajada. Tuvieron mucha potra, porque en Sudamérica es muy difícil encontrar esta medida (700).
A pesar de tener rueda nueva y de mi insistencia, no se atrevieron a cruzar el Salar. Se fiaron más de las mentiras, embustes, trolas y patrañas que les contaron los guías y la gente de los pueblos. Mucha estampita de la virgen de Urkupiña y muy temerosos de dios, pero no tienen ningún problema en mentir a sabiendas. Qué rabia me da.
Esa noche dormí por ahí y el día siguiente recorrí los 40 km que me separaban del borde del Salar. Una etapa demasiado corta y fácil, pero no me atreví a meterme en el Salar a mediodía y sin saber exactamente cuánto me quedaba hasta la otra orilla.
El tiempo había cambaido radicalmente. Un sol radiante, nada de barro en los caminos y la lámina de agua del Salar había comenzado a retraerse. Dependiendo de a quién preguntara, hacía 3, 4 o 5 días que no llovía.
Esto del tiempo es muy importante, porque desde hacía más de dos meses no había dejado de llover ni un solo día. Para mí fue un subidón, máxime con el catarro cabrón que arrastraba. Y me dio igual que la lluvia fuera sustituida por un viento fuerte del oeste a partir de mediodía. No sé a quién quiero menos, si al viento o a la lluvia. Creo que a los dos igual, pero cuando llevo mucho de lo uno, lo otro me jode menos.
En toda esta zona del altiplano es donde se concentra la producción de quinua, que tantos parabienes recibe de la comunidad vegetariana allá en Europa. Como conozco a unos cuantos, voy a contar lo que me explicaron en los pueblinos, por si alguno tiene curiosidad.
Lo primero es que no es un cereal, como yo creía. Hay docenas de variedades, pero no recuerdo el nombre de ninguna. Cada una es de un color o tonalidad diferente, y quedan muy guapas en los campos.
Al contrario que la mayoría de cultivos que conozco, la quinua se siembra en el surco, no en el contrasurco (o como se llame). Cuando está lista se corta desde abajo (actualmente muchos lo hacen con motosierra) y se coloca en haces de pie para secarla al sol. Los tallos se dan al ganado, las hojas se queman para hacer lejía (el catalizador de la coca) y el grano se separa haciendo pasar al ganado por encima o incluso dejándolo en los caminos para que lo pisen los coches y camiones que pasan (actualmente se hace con acoples para el tractor; quien lo tenga). Después se ventea para separarlo.
Vaya cogollos
La mayor parte se exporta a Europa y Japón. Y debe de dar mucha plata, porque aquí hay tractores por todas partes. Una paisanina me dijo que ahora Evo, con lo de la Soberanía Alimentaria (que la gente coma lo que le da la tierra, en lugar de venderlo todo y comer arroz importado), ha prohibido la exportación, pero sospecho que es otra de esas mentiras o medias verdades anti Evo, porque el resto de gente con la que hablé no mencionó esto.Por lo visto la quinua agota muy rápido el suelo y requiere turnos de 6-7 años. Y debe de ser verdad, porque se ven muchos más barbechos viejos que sembradíos.
Crece en cualquier lado: arena, pedregales...
Parece ser que en las llanuras de Santa Cruz ya están poniendo a punto variedades que crezcan a esas altitudes. Como sea verdad, los productores del altiplano están requetejodidos.
Fin de la nota cultural.
El día siguiente me volvía a meter en el Salar. Como había emepezado a secarse, los bordes estaban cubiertos de una masa pastosa de sal y barro que no mola nada. Además, una vez que se consigue superar esa zona y se llega al centro del Salar, donde el suelo es duro como asfalto, ahora estaba cubierto de unos copos de sal arrastrados por el viento desde las orillas, que junto con la cuarta de agua, hacían más difícl pedalear que la primera vez. Da la impresión de que las condiciones son mejores cuando el Salar ha llegado a su nivel máximo de inundación.
60 kilómetros monótonos pero prestosos me llevaron hasta Llica, el pueblo ribereño al oeste del Salar.
Sefiní
La mañana siguiente la pasé limpiando la bici lo mejor que pude (por cierto, el truco de sumergir las piezas oxidadas en coca-cola funciona, aunque la coca-cola es más cara que la gasolina) y cuando estaba listo para partir, empezaron la lluvia y el viento y decidí quedarme un día más.
La mañana siguiente salí antes del alba, que mola mucho. No me crucé con ningún chutero y en 50 km llegué al puesto fronterizo boliviano. Al final elegí esa frontera porque me habían dicho que no existía oficina de Migración y sólo habia un retén militar. Lo de pasar la frontera cual maquis por caminos perdidos me parecía una idea muy atractiva (por supuesto), pero me pareció que me podía traer más problemas que satisfacción. El caso es que, efectivamente, los propios soldados ya me hicieron señas desde lejos indicándome un senderín que sorteaba el cuartel, así que no tuve que enseñar el pasaporte ni hablar con nadie. Cojonudo.
Con mis botas bien trensadas, y mi liguero carmesí...
Otros 10 km y llegué a Cancosa, el primer pueblo chileno. Yo pensaba que me iba a encontrar con un pueblo molón, con todas las comodidades del moderno y emergente estado chileno. Pues no, era una aldeíta igual que las del otro lado de la frontera (muy lógico, en realidad) pero minúscula: 10 habitantes, un retén de 10 carabineros y ninguna tienda.
Problema gordo, porque sólo me quedaban espaguetis y ajo. Pero eso daba igual, porque se me había terminado la gasolina del hornillo. En Llica había dedicado una tarde entera a recorrer todas las casas del pueblo donde supuestamente vendían gasolina, pero hacía una semana que se había terminado. Ya he sufrido esto mismo en otras partes del país. Por cierto, dicen que esto es intencionado por parte de las empresas petroleras y de distribución para crear tensiones contra Evo en represalia por la renacionalización de los hidrocarburos. Me lo creo perfectamente. Aunque esto es Bolivia y podría haber muchas otras razones.
Nada más llegar los carabineros me invitaron a comer sin yo decir nada. Pero sólo esa vez. Aunque durante los tres días siguientes (ahora lo explico) sabían de sobra que tenía dificultades con la comida, no hicieron ningún amago de seguir alimentándome. Yo no digo nada, porque el problema es mío y sólo mío, y supongo que si se lo hubiera pedido directamente, sí que lo habrían hecho. Pero los carabineros chilenos son muy raros. Ya he conocido a muchos y son majos, pero sólo lo justo. No dejan de ser militares, claro. Aunque el oficial jefe era más hablador que el resto. De hecho, había hecho algún viaje en bici en su juventud.
Al final una paisana me vendió gasolina.
Por la tarde empezó a llover furiosamente. Desde Bolivia nos mandaban tormentas y más tormentas. Mi idea era continaur viaje hacia el norte, siguiendo la línea de la Cordillera por el lado chileno hasta Colchane y desde ahí tomar una carretera, también en dirección norte y siempre por encima de los 4000 m, pasando por un montón de pueblinos y un salar (Surire), que dicen que es guapísimo. Para eso había que cruzar, desde donde yo estaba, un collado a 5200 m, lo que supondría mi record del Fontán de altitud en bici. No las tenía todas conmigo porque seguía con el catarro y sufriendo con la altitud, pero lógicamente me apetecía mucho intentarlo.
La otra opción que tenía era descender hacia el Oeste, hacia el mar, a través del desierto altiplánico chileno, con 100 km hasta el asfalto más cercano, ningún pueblo entre medias y, según los carabineros, con varias subidas jevis.
La mañana siguiente me levanté muy temprano, pero ¡horror!, el hornillo dejó de funcionar. Llevaba ya dos semanas haciendo cosas raras, pero no había conseguido dar con la causa.
Lo desarmé y armé millones de veces, pero nada. Desde que me levanté, aún a oscuras a las 6:00, hasta las 15:30 estuve armando y desarmando la movida, totalmente absorbido y obsesionado con el aparato. Hice un descanso de dos horas porque me estaba volviendo loco. Sin hornillo no soy nada. Imposible moverme hacia ningún lado si no puedo cocinar. Desesperación. Se me bajó el cuadro totalmente. Puedo decir sin temor a equivocarme que ahí tuve una de las crisis más gordas del viaje.
Finalmente se me ocurrió utilizar la bomba de la bici para desatascar uno de los conductos y ¡eureka!. Igual que había tenido un bajón brutal, el subidón fue proporcional. Di saltos y gritos de alegría durante un buen rato. En serio. Luego me di cuenta de que me había ahogado en un vaso de agua y que si tenía que andar mendigando por las casas, pues lo habría hecho. Pero en el momento sólo podía pensar en arreglar la mierda aquella.
Y mientras tanto, había seguido lloviendo sin parar, con viento y con frío, y los cerros de alrededor empezaron a cubrirse de nieve. Lógicamente a esas horas no podía ponerme en camino. Y menos con ese tiempo.
La mañana siguiente el catarro (o lo que fuera eso, porque aún no lo tengo claro) me volvió a dar un ostión y no me podía ni mover. No tenía fiebre, pero no me sostenía ni sentado. Por la tarde remitió un poco y pude salir de la tienda. Pero cuando miré hacia los cerros vi que la cota de nieve había bajado un montón. El volcán que tenía delante, y que me servía de referencia porque su cumbre está a 5100 m, estaba nevado hasta la base.
El de la derecha es el que digo. Y esto era todavía el segundo día
O sea, que mi collado de 5200, chungalí. Mi gozo, ya de por sí mermado por las circuntancias, se hundió en un pozo muy profundo.
Y encima esto
Sabía que el día siguiente bajaba hasta Iquique, en la costa, una furgo de pasajeros. Fui a hablar con el dueño y el muy $*&%ón me tuvo en vilo hasta el último momento porque no le apetecía mucho llevar una bici en la baca.
Pero al final sí, el domingo a las 12:00 -por cierto, totalmente recuperado de la cosa rara del día anterior (¡no entiendo nada!)- me subí con mis cosas a la furgo y bajamos hasta Iquique.
Los primeros 100 km son acojonantes, cruzando unas llanuras altiplánicas guapísimas. Y las terribles cuestas de los carabineros, simples cuestucas. Podía haberlas hecho perfectamente, incluso con catarro. Además, las lluvias se quedaron pegadas a la Cordillera y aquí no había ni trazas de haber llovido en los últimos días. Me jodió no haberlo intentado.
Los siguientes 150 km, ya por asfalto, no me gustaron mucho. Pasan por todo el desierto costero del norte de Chile, el más seco del mundo mundial. Un desierto de arena y piedras, con absolutamente ninguna planta y bastante malrollero. No es como esos desiertos de Namibia que tan bien quedan en las fotos. Además, a partir del mediodía se levanta habitualmente un viento que viene de la costa y que habría sido muy cabrón para pedalear, con toda esa arena viniendo de frente.
Pero insisto, me jodió no haberlo hecho. Bajar desde los 4000 a los 0 m, por mucho desierto que haiga, tiene que prestar.
A medida que íbamos bajando se me fue quitando ese malestar permanente que llevaba arrastrando desde Potosí, hacía ya unos dos meses. Sigo sin entender por qué pude subir un volcán de 5500 m en Argentina y, sin embargo, en Bolivia estuve así de jodido.
La llegada a Iquique fue acojonante. Viniendo de donde venía me encontré con el verano, la playa, un hostel fiestero y cojonudo y todas las comodidades de una ciudad del moderno y emergente estado chileno grande, bastante guapa y agradable. No lo sabía, pero me hacía falta.
Esta fue la última vista. Adiós, Bolivia
Una cosa de la que se me olvidó hablar hasta ahora. El charqui, la carne secada al sol, muy típica de toda Bolivia. El de la foto es de burro salvaje del altiplano (burros normales pero cimarrones, que se cazan), que me regalaron los carabineros de Cancosa. Por lo visto en algunos sitios de España también se hace y se llama tasajo.
Otra cosa típica de Bolivia y muy curiosa es el chuño, una papa deshidratada por ciclos de congelación y exposición al sol, alternados con un amasado con los pies. La papa seca puede aguantar años. Y está rica.
Se acabó Bolivia. Pero desde esta tribuna quiero recomendar a todo el mundo que tenga plata, un mes libre y ganas de viajar, que venga a Bolivia. No conozco ningún país que en tan poco espacio (dos veces y media la superficie de España; pequeño para el estándar sudamericano) reúna tantos ecosistemas diferentes. Ya habéis visto la variedad en el blog, pero me quedó mucho por ver: el Beni, el TIPNIS, el PN Madidi, el PN Amboró, los Yungas, la Sierra de Huanchaca (ahí tengo que ir algún día), las sabanas y el cerrado, los picos de 6000 m, Pando, el lago Titicaca y gran parte de la Chiquitanía. Entre unas cosas y otras hay apenas unos cientos de kilómetros. Y algunas veces, unas decenas.
Baratísimo y superseguro. Y la gente buena, amigable, hospitalaria y, dependiendo de la zona, parca en palabras. Eso sí, deja los escrúpulos higiénicos en casa a la hora de alojarte o de comer por ahí y ármate de paciencia para el transporte y para otras cosas. Pero esto le da más encanto todavía.
Esto me lo encontré en un paseo. Normalmente los fetos de llama
son muy apreciados para las ch'allas. Qué pena no haber tenido
uno para la ch'alla de mi bici. Me apetecía llevármelo, pero...
Ya, ya sé que hay pollo. Siempre hay pollo. Pollo, pollo, pollo
1 comentarios:
Budi-Miguelito, te envié un correo, no sé si lo habrás leído; nada, que te cuides mucho y que sigo tus andanzas.
Por cierto lo del tasajo no te suena de algo?, porque yo creo que alguna vez te dí a probar de los que me hacía mi abuela (por Extremadura se hacen de cabra principalmente).
Se te echa de menos. Un beso. Cris
Publicar un comentario