61 - sábado 17 de marzo de 2012 - Iquique-Perú

Iquique. No me esperaba una ciudad tan prestosa. También puede ser que mi listón estuviera muy bajo, pero la semana que estuve allí lo pasé chupi.
Para empezar, calorín y buen tiempo todos los días y manga corta por las noches. Para seguir, el hostel en el que aparecí de casualidad era cojonudo. Como siempre, gente de todos lados, aunque también bastantes chilenos. Pero este tenía una terraza que arrejuntaba a todo el mundo y que propiciaba las liadas nocturnas. Casi todas las noches se podía estar de cháchara hasta altas horas. Y para terminar, una ciudad con comodidades que nunca encontré en Bolivia en los 5 meses que estuve allí. Bolivia mola mucho, pero para un europeíto acostumbrado a ciertas cosas, encontrarlas de nuevo fue más que agradable.
No me daba cuenta de cuánta falta me hacían estas cosas hasta que lo tuve.
A todo esto se une que me encontraba al nivel del mar. Después de toda esa temporada en altura, que me pasó factura, bajar a los 0 metros hizo que se me quitaran varios males físicos de golpe. Se acabó el goteo continuo de nariz, la debilidad permanente y, en general, un malestar que no sé definir y que, aunque no me impedía vivir, fue una jodienda mientras duró.
En realidad no se me quitaron todos los males, porque al poco de estar allí, tuve otro día de vómitos. No entiendo qué puede ser, pero me fijé en que los coletazos jevis o semijevis del virus o de la mierda que sea esto, sucedían cada cuatro días, estando más o menos bien durante los días intermedios, como las famosas cuartanas de las que hablan las crónicas de la conquista americana (o nuestros abuelos). Lo raro es que los síntomas no son iguales cada vez. No sé. Lo que sí sé es que estoy hasta los cojones. Aunque he de decir que ese fue el último episodio chungo hasta el día de hoy.
Pero bueno, el resto de días que estuve allí lo pasé muy bien. Asados, cerveza va y cerveza viene, salir alguna noche... Uno de los días un alojado, personaje acojonante, expiloto que en la época de Pinochet fue expulsado del ejército por birlar un caza para ir a fardar sobrevolando la casa de una chavala en Temuco, preparó un pulmay -o curanto en olla-, una mezcla de carnes y mariscos muy típica de Chiloé y del centro-sur de Chile de la que ya he hablado en alguna ocasión.

Esa noche todos los chilenos presentes insisitían en que había que tener cuidado con el caldo del pulmay porque una de dos: o bien te entraba un sueño tremendo y tenías que irte directo a la cama, o bien te provocaba un violento priapismo que sólo podía solucionarse de una manera.

En mi caso ni lo uno ni lo otro. Me fui a la cama cuando yo quise. Y solo. Na, por variar un poco.
Un día fui con Martina, una chavala tan austriaca como la novicia rebelde a ver Humberstone, una antigua explotación salitrera en medio del desierto que hoy es un pueblo fantasma, aunque Patrimonio de la Humanidad por ser un vestigio de lo que supuso el salitre para la historia de Chile y sus países vecinos y, en general, para casi todos los países del mundo.

La Guerra del Pacífico, de la que ya he hablado en alguna ocasión, fue provocada por el interés en todos los yacimientos superficiales de salitre presentes en Tarapacá, el desierto actualmente chileno, pero que fue territorio boliviano y peruano. Durante esa guerra el ejército chileno llegó a tomar Lima y avanzó casi hasta Ecuador. Luego devolvió el territorio a Perú, pero se quedó con un buen cacho, cerrando la salida al mar de Bolivia. Por cierto, Inglaterra y sus empresas mineras tuvieron mucho que ver en esto.
El salitre interesó mucho en su momento porque es un ingrediente principal de la dinamita, que a su vez fue un ingrediente esencial durante todo el proceso de independencia de América del Sur. Pero también fue el principal fertilizante en la nueva agricultura extensiva: el famoso Nitrato de Chile, presente en el mundo entero.

Humberstone llegó a albergar a 3500 personas y, como buena muestra del paternalismo industrial, tenía de todo: plaza, iglesia, escuela, teatro, pulpería monopolizada por la empresa y cientos de casas que quedaron tal cual lo dejaron en 1958 cuando dejó de interesar. Se puede entrar en la mayoría de edificios del pueblo y en las naves industriales y mola mucho. Como Bustiello pero a lo bestia, en medio del desierto y bajo un sol abrasador.
El pueblo no, pero la parte de las fábricas tiene un aire Mad Max que mola mogollón.

¡Seño, seño!
Estos dos informes merece la pena aumentarlos porque son una partidura

Entonces qué ¿insistimos en la pulpería?

Martina y yo volviendo en auto-stop

Las protestas por las condiciones laborales y de vida en las salitreras (lo del sistema de pago con fichas en lugar de dinero era muy jevi) llevaron a los trabajadores a varias huelgas que desembocaron en 1907 a una de las páginas negras de la historia de Chile: la Matanza de la Escuela de Santa María en Iquique.
La ciudad es más guapa de lo que me esperaba. Detrás de ella y separándola de la meseta desértica hay una muralla montañona enorme. Y la parte sur de la ciudad la precede una duna fósil descomunal de unos 500 m de altura, la Duna Cerro Dragón.

Ahí no parece tan grande, pero al loro con los edificios
tamaño Benidorm primera línea de playa
Por toda la ciudad se reparten edificios victorianos de madera con porche tipo Nueva Orleans. Muy guapos. Esto es muy curioso en una zona donde no hay ni un solo árbol en muchos kilómetros a la redonda, pero la plata del salitre y la presencia masiva de ingleses en el siglo XIX es la causa.

Iquique es actualmente un puerto franco, libre de impuestos, que es lo que supuso su auge en la era post-salitre. Por cierto, que de este Puerto Franco de Iquique es de donde sale la mayoría de los autos que entran en Bolivia. El resto son robados en distintas partes de Chile.
Además, los alrededores del puerto están llenos de talleres de esos que hacen el cambio de lado de volante que ya conté al final de esta entrada.
Un sitio al lado de un mercado callejero de pescado, donde tiran todas las sobras al mar, está petado de pelícanos y de lobos marinos. Mola verlos porque mola, pero no dejan de ser muhíles de sangre caliente. Y si se acercan demasiado dan un poco de miedo.

La ciudad está llena de carteles indicando las vías de escape en caso de tsunami. Y el mapa turístico y todos los folletos insisten sobre el tema. Da un poco de cosa.

También en Iquique fui a ver una cosa de la que me había hablado Borja hacía muchísimo tiempo: la Quinta Monroy. Os recomiendo que leáis sobre ello y que veáis este documental (cortín: 30 min). Tenía mucha curiosidad por el tema, pero la verdad es que me decepcionó un poco. Sobre el papel (la pantalla) queda más guapo. No es una cosa muy vistosa y al final todos los pobladores han hecho lo esperabable y, en realidad, lo que se pretendía: construir todo lo posible. Me habría gustado entrar en alguna de las casas a ver cómo las habían dejado por dentro. Pero bueno, lo importante de esto es el concepto, y el concepto está muy bien.

El día que estuve jodido de la barriga hubo un temblor de tierra por la tarde. Me lo perdí porque había conseguido dormirme un rato por la tarde. Aunque no fue nada del otro mundo (si miráis la página del Onemi veréis que hay de esto todos los días en alguna parte de Chile), aparte de joderme estar jodido, me jodió perdérmelo. Con lo que me gustan a mí estas cosas.
Por cierto, hablando de esto. Si queréis leer la crónica del terremoto gordo de 2010 vivida por un ciclista asturiano del que ya he oído hablar unas cuantas veces a lo largo de mi viaje, está aquí. Es bastante dramático, aunque tuvo final feliz (para él).

Vaya cantidad de enlaces que estoy metiendo. Claro, como tampoco tengo muchas batallitas que contar...

Cuando recargué las pilas y conseguí vencer la molicie y el buen rollo que me retenían en el hostel, me preparé para marchar en bus hacia Colchane, de nuevo en la Cordillera, a 4000 m y apenas 100 km hacia el norte del lugar de donde había bajado una semana antes. La intención era completar el recorrido Colchane-Putre por todo el altiplano que llevaba queriendo hacer desde que me lo recomendaron en el sur de Chile, hacía aproximadamente un año, y luego bajar hasta Arica, en la costa, última ciudad de Chile antes de entrar en Perú.
Pero al mismo tiempo que preparaba el equipaje, vi en la tele que precisamente en Arica había inundaciones. Eso era una cosa rara, porque en la costa norte de Chile no llueve jamás. Atendí un poco más a la noticia y ya comprendí que las inundaciones eran porque en la Cordillera seguía lloviendo y lloviendo y lloviendo, quizás aun más que como yo la dejé. Pues yo no vuelvo a meterme allí ariba así ni de coña. Parece una conjura de Satán. Joderrrrrrrrrrrr.
Pues nada, cambio de planes. Una vez más.
No me apetecía la lluvia, pero tampoco me apetecía meterme 400 km de desierto hasta la frontera con Perú. Así que me junté con un australiano que acababa de comprar una furgo y que iba en mi misma dirección. El día siguiente monté todas las cosas en la furgo y me fui con él hasta Arica.
De camino vimos varios tornados guapísimos, perfectos, de esos de las fotos de las revistas.

En Arica me quedé en otro hostel donde coincidí con un ciclista alemán que en 4 meses ha hecho más o menos los mismos kilómetros que yo en más de un año. Madre de dios, vaya manera de pedalear. En noviembre empezó en Buenos Aires, bajó hasta Ushuaia por la costa atlántica, luego subió por el otro lado y ya estaba en Arica. A mí ese plan no me mola nada, pero cada uno tiene su viaje, claro.
Desde Arica decidí entrar en Perú pedaleando. Para evitar el calor del desierto, madrugué mucho y salí cuando aún era de noche. Pero fue hacer el canelo porque cuando llegué a pocos kilómetros de la frontera, un control de carabineros me detuvo, junto a toda una fila de coches. Resulta que las inundaciones habían removido las márgenes de un río y el campo minado adyacente (recuerdito de Pinochet) se había esparcido por todos lados. Durante toda esa semana estaban jugando al buscaminas y cerraban la frontera hasta las 10 de la mañana.
Había llegado a las 7:30, así que me tocó esperar 2 horas y media. Pero la espera mereció la pena porque al poco apareció por allí un ciclista colombiano que iba en mi misma dirección. Acababa de llegar de vivir varios años en Australia y regresaba a casa en bici desde Santiago de Chile. En sus tiempos fue casi profesional de ciclismo en ruta (¡esos escaladores colombianos!), pero una serie de circunstancias le hicieron desistir. Majísimo y, bondad graciosa, de nombre Yairht y de apellido Oviedo.
Hicimos toda la etapa juntos, en paralelo durante los 50 km, y hablando sin parar. Ya tengo al menos una casa en el norte de Colombia.

Justo antes de la frontera vimos al ejército terminando la tarea de limpieza de minas, con unas excavadoras muy curiosas, aparatos de esos como los de buscar cosas en las playas, y soldados con trajes tipo TEDAX. No hice fotos, pero pasé muchas ganas.
En Tacna, primera ciudad de Perú entrando desde el sur, Yairth pilló un bus a Lima y yo me fui a una óptica a arreglar ¡por fin! las gafas.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Si aun estas en Iquique debes visitar Puchuldiza es realmente increible, son unos geiser que al momento que sale e agua caliente se congela y crea un enorme tempano de 10Metros, tambien la laguna roja, es muy bella una verdadera laguna de sangre, saludos y buen viaje...

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